El país se encuentra en una encrucijada producto de las políticas dispuestas por el Gobierno y por la irrealidad de los supuestos en que las mismas se fundaron. En el inicio, a una política monetaria restrictiva se le unió una política de ingresos que disminuyó los ingresos populares.
Ante los temores de una probable recesión el Gobierno implementó un fuerte aumento del gasto público financiado en gran parte por fondos externos determinándose un aumento del déficit fiscal y comprometiéndose así, la política de astringencia que llevaba a cabo el BCRA.
Los supuestos irreales contaminaron todas las políticas. Primero, se aceptó una teoría monista de la inflación que ciertamente es una cuestión monetaria ya que no existe inflación en una economía de trueque; sin embargo, de esta afirmación no se puede derivar la idea de que las políticas de estabilidad deban estar exclusivamente en manos del BCRA. Luego se actuó como si aún estuviera vigente la situación internacional de los 90 y el Consenso de Washington cuando esta etapa concluyó con la crisis mundial del 2008 y la asunción de Trump en los EE.UU., así que se abrieron fuertemente los mercados financieros y de productos en condiciones desfavorables; también, se aceptó la creencia de que redistribuyendo el ingreso hacia los sectores de más altos ingresos y más competitivos se iba a generar un aumento en la productividad de la economía, una mejora en la balanza comercial y un "aluvión" de inversiones que compensaría la baja del consumo que esta misma política generaba -cosa que ciertamente no ocurrió- y, finalmente, se aceptó que la libertad de precios podría darse en una economía claramente concentrada y extranjerizada con lo que desapareció cualquier vestigio de política de precios.
La combinación fue letal: se apreció el peso, el BCRA acumuló una inmensa deuda de cortísimo plazo y altísimo costo (genéricamente las Lebacs) y se deprimieron la producción nacional y el empleo productivo por la baja del consumo y el fuerte aumento de las importaciones sustitutivas de la producción nacional lo que generó la aparición del segundo déficit: el del sector externo. Conclusión: el país entró en la espiral descendente de los déficits gemelos, lo que hizo insostenible la situación.
La crisis resultante obligó al Gobierno a recurrir al FMI que impuso sus conocidas exigencias de bajas en el déficit fiscal y otras reformas. Pero la combinación de estas exigencias con la naturaleza de la crisis ha generado el dilema de o hiper recesión o hiperinflación. Primero, el stock de lebac (igual o superior a la Base Monetaria) es claramente inflación reprimida: pensemos simplemente que pasaría si el BCRA comprara ese stock: la Base Monetaria aumentaría un 100% impactando plenamente sobre el tipo de cambio y la inflación; así que el BCRA, bajo estos supuestos, no tiene más remedio que ir manteniendo el superstock y, por lo tanto, manteniendo una alta tasa de interés real tanto en pesos como en dólares. Pero, además, la inestabilidad cambiaria producto de la crisis también obliga al BCRA a imponer tasas reales extraordinariamente elevadas a las que agregó medidas que impactaron negativamente sobre la capacidad de préstamos del sector privado. Acá, entonces, tenemos un combo claramente recesivo, a lo que se le agrega en la misma dirección el ajuste fiscal; o sea, pasamos de contradicciones en la política fiscal, la monetaria y la de ingresos, a una combinación de políticas en la que todas apuntan a la recesión.
Este shock recesivo no tiene solución en el actual esquema de política económica ya que ante el ajuste fiscal hubiera sido conveniente aflojar la política monetaria cosa que no es posible de hacer debido a como está encarando el Gobierno el problema de las Lebac (a través de miniajustes), a su vez, la política de ingresos debería ayudar a la reactivación cosa que tampoco es posible debido a los objetivos redistributivos asumidos por el Gobierno. En correspondencia, cualquier relajación de la política monetaria o fiscal en este contexto de políticas aceleraría la inflación hasta poner al país en los umbrales de la hiperinflación.
La única salida entonces es cambiar las bases de las políticas adoptando criterios realistas y equilibrados lo que daría lugar a nuevas políticas macroeconómicas y estructurales que apunten a la reactivación y al crecimiento con estabilidad de precios y justicia social.