La Argentina es un país de extremos. Es parte de su ADN. Pero tal vez en pocas facetas del devenir nacional esta característica se haya materializado con la nitidez que se percibe en los funcionarios a cargo de la política económica nacional.
Los denostados noventas tuvieron su sello con una casta de funcionarios bautizados como tecnócratas neoliberales. El uno a uno, las privatizaciones, y la apertura comercial y financiera se acuñaron bajo la doctrina del Consenso de Washington.
Y fue motorizada en la Argentina por el prototípico economista de la época: formados muchos de ellos en universidades del exterior de corte liberal, con una impronta académica, perfil estrictamente profesional y con escasa (o nula) militancia política. La disociación entre economía y política acaso haya alcanzado su cenit en esta época. Casi como una regla de asepsia inquebrantable.
Pero el tiempo pasó y con el cambio de paradigma que representó la implosión de la convertibilidad, el devenir del nuevo modelo y el abrupto viraje del contexto económico internacional también arribó una nueva oleada de funcionarios económicos, que sólo comparten con sus antecesores el título universitario.
Los fríos tecnócratas neoliberales, que según sus detractores nunca dudaron en aplicar un ajuste si el modelo teórico así lo requería, fueron reemplazados por los los soldados. En este caso, de Cristina.
Con la nueva camada de econofuncionarios, los antecedentes académicos y profesionales pasaron a un segundo plano. Fueron suplidos por un única condición (necesaria y casi suficiente) para ejercer el cargo: comprobada militancia y lealtad ¿Lealtad a quién? Al proyecto ¿A qué proyecto? Al que elija el (la) líder.
Pero el cambio no se agotó en lo ideológico. También fue generacional. La edad promedio de los funcionarios que hoy ocupan los puestos clave de la jerarquía económica del gobierno nacional no supera los 40 años. De más está decir que muchos de ellos inclusive están haciendo sus primeras armas profesionales en cargos estratégicos de la administración pública. Desde la óptica oficial, se buscó así evitar mentes contaminadas por el imperialismo del norte, como en los noventa.
Si el pecado capital de los tecnócratas noventistas fue su, cuestionada por muchos, independencia intelectual y relacional con respecto a los grandes centros de decisión económica mundial; el de la nueva generación bien podría ser la ausencia de debate. Ya no sólo externo al proyecto nacional y popular, sino interno. Entre los soldados mismos el cuestionamiento pasó a un segundo plano en pos del objetivo final: la citada lealtad.
Lealtad ya no con su saber y entender profesional, sino con el líder. De otra forma no podríamos explicar un quinquenio de intervención al Indec sin casi ningún funcionario renunciado. O los malabares intelectuales a los que se ven forzados para explicar cómo arrancaron apoyando un modelo cimentado sobre el tipo de cambio competitivo y los superávits gemelos (fiscal y comercial) y ahora levantan las banderas de una estructura económica con un tipo de cambio real atrasado, déficit fiscal y un déficit comercial que marchaba al rojo pero que no llegó a materializarse porque el Gobierno decidió trocarlo por trabas a las importaciones y cambiarias, aún a riesgo de coquetear con la recesión.
Claro que ni los tecnócratas ni los soldados podrían haberse materializado sin el contexto que los rodeó.
La economía es, ante todo, una ciencia social. Su principal desventaja con respecto a las denominadas ciencias duras es la ausencia de un contrafáctico. También es lo que la transforma en una ciencia apasionante.
El contexto contribuye a explicar el devenir de los hechos en tanto condiciona las decisiones de los hacedores de política. Es el caso del salvaje ajuste neoliberal de un tecnócrata que se enfrenta en los noventa a un país agobiado por la deuda, con altas tasas internacionales, elevada integración por el canal financiero y bajos precios de los comodities de exportación que deterioran los términos de intercambio.
O del revival keynesiano de la última década, en medio una fuerte reducción del peso de la deuda, tasas de interés en los niveles más bajos de la historia, escasa integración financiera, y precios récord en los commodities de exportación.
Mientras tanto, día a día discurre parte de la historia contemporánea de la economía argentina. O al menos de quienes la hacen. Entre los tecnócratas neoliberales y los soldados de Cristina. Una vez más, el péndulo está en marcha. Hagan sus apuestas.