En vísperas de las elecciones legislativas argentinas de este mes, los comentarios sobre las perspectivas económicas y financieras del país se tornaban cada vez más pesimistas. Con una cantidad significativa de deuda externa que vence el próximo año, la opinión generalizada era que un programa de estabilización cambiaria —que permitía que la moneda se depreciara por debajo de la tasa de inflación para reducirla— había conducido a una moneda enormemente sobrevalorada y a un déficit externo que inevitablemente precipitaría una crisis. Sin embargo, tras haber escrito un libro sobre crisis cambiarias en mercados emergentes y haber seguido de cerca las políticas argentinas, consideré que este consenso estaba muy equivocado. Rompiendo con el patrón de anteriores intentos fallidos de estabilización económica —incluidos los de administraciones argentinas previas como las de Carlos Saúl Menem (1989-1999) y Mauricio Macri (2015-2019)—, el presidente argentino Javier Milei aprovechó su victoria electoral de 2023 para implementar las políticas de austeridad fiscal y reforma estructural más severas de la historia del país. En 2024, el ajuste fiscal primario (excluidos los pagos de intereses) ascendió al 5% del PIB, lo que sentó las bases para una fuerte recuperación económica tras un inicio algo débil. En ese momento, el peso argentino podría haber estado ligeramente sobrevalorado, dada la falta de un régimen cambiario totalmente flexible, pero al menos el déficit en cuenta corriente era muy reducido. Si el país recuperaba el acceso a los mercados, podría refinanciar sus crecientes obligaciones de deuda externa. Si se superaban las incertidumbres electorales, las reformas de Milei y la enorme riqueza en recursos naturales del país atraerían sin duda grandes cantidades de inversión extranjera directa (IED), posiblemente hasta 70.000 millones de dólares (incluida la financiación de un centro de datos de OpenAI de 25.000 millones de dólares). Además, la tasa de inflación ya había descendido drásticamente, pasando de más del 100% antes de la elección de Milei a cerca del 30%. Así pues, de cara a las recientes elecciones legislativas, el problema de Argentina radicaba en la liquidez, no en la solvencia. Con las incertidumbres electorales lastrando el crecimiento este año —sobre todo después de que la oposición peronista obtuviera mejores resultados de los esperados en las elecciones provinciales de Buenos Aires en septiembre—, los inversores se habían mostrado nerviosos. Tras un par de escándalos de corrupción y errores tácticos por parte de Milei, el peso se había debilitado, a pesar de las intervenciones para mantener el tipo de cambio dentro de una banda establecida. Las tasas de interés internas se dispararon, el diferencial de la deuda soberana argentina se amplió significativamente y el mercado bursátil se debilitó. Si los peronistas conseguían suficientes escaños para ejercer un veto efectivo, todo el programa de reformas de Milei podría desmoronarse. Pero dado que el problema de Argentina se reducía a la liquidez, Milei solicitó y obtuvo una controvertida línea de crédito de 20.000 millones de dólares del Tesoro estadounidense, cuyo apoyo estaba condicionado a su victoria electoral. Finalmente, él y sus aliados triunfaron, obteniendo escaños en ambas cámaras. Al centrarse tanto en la incertidumbre electoral, los vínculos políticos de Milei con el presidente estadounidense Donald Trump y un tipo de cambio sobrevalorado, los analistas financieros ignoraron la promesa de sus radicales reformas fiscales y de otro tipo. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, Argentina podría librarse de las políticas que la han llevado repetidamente a impagos de deuda y a una alta inflación. Después de que el último gobierno peronista empujara al país al borde de una espiral inflacionista y otro impago, Milei comenzó a solucionar el problema con implacable eficiencia. Si bien muchos han criticado su enfoque drástico, los resultados de las elecciones de octubre demuestran que el pueblo argentino prefiere un sacrificio económico a corto plazo a un retorno a las políticas peronistas. Milei buscará ahora el apoyo de otras fuerzas moderadas para formar una coalición que pueda dar continuidad a su programa mediante legislación, en lugar de decretos, comenzando con reformas laborales y tributarias. Una mayor liberalización económica atraerá entonces un aumento significativo de la inversión nacional y extranjera, garantizando un sólido crecimiento económico en el futuro. Si bien ningún paquete de políticas económicas es perfecto, el enfoque general de Milei es acertado, especialmente en comparación con las políticas fallidas del pasado. Es cierto que el régimen cambiario deberá flexibilizarse con el tiempo. Sin embargo, las propuestas para un cambio inmediato a un tipo de cambio totalmente flotante o (en el extremo opuesto) a la dolarización total carecen de sentido. La primera podría generar una volatilidad excesiva del tipo de cambio, sobre todo una vez que se eliminen por completo los controles de capital, mientras que la segunda —respaldada por importantes medios de comunicación como el Wall Street Journal— ni siquiera es factible, dado que Argentina no cuenta con suficientes reservas de divisas. Milei, un libertario declarado, puede haber coqueteado con la dolarización total en el pasado, pero ahora reconoce que no es una opción viable. La mejor opción es un régimen cambiario que permita fluctuaciones dentro de una banda amplia, quizás con objetivos basados en el tipo de cambio efectivo nominal junto con algún agregado monetario para anclar el crecimiento. La reacción del mercado a las elecciones de octubre confirma que los inversores respaldan la estrategia de Milei. El pánico previo a la jornada electoral no giraba en torno a él, sino a la posibilidad de un regreso del peronismo. Superada la reciente incertidumbre electoral, Argentina tiene ahora un camino claro hacia la estabilidad política. Es probable que veamos importantes flujos de inversión extranjera directa (IED), lo que permitirá que el crecimiento se acelere con el tiempo. Argentina incluso podría convertirse en un modelo para el tipo de reformas económicas orientadas al mercado y las medidas de austeridad fiscal que se necesitan en otras economías latinoamericanas, como Chile, Brasil y Colombia, que celebrarán elecciones en los próximos años. (*) Nouriel Roubini, profesor emérito de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, es autor, más recientemente, de MegaThreats: Ten Dangerous Trends That Imperil Our Future, and How to Survive Them (Little, Brown and Company, 2022). Copyright: Project Syndicate, 2025.