Casi llega. Alberto Fernández estaba ahí nomás de hacer realidad esa imagen que se había repetido cientos de veces en su cabeza: apertura de sesiones ordinarias, recinto colmado, escenario perfecto. Cristina Kirchner de un lado, Sergio Massa del otro, cadena nacional y en un momento, así, entre sorpresa y suspenso, improvisar sobre el discurso escrito por Alejandro Grimson y revisado tal vez por Ricardo Forster y anunciar en el histórico edificio que había logrado el acuerdo con el FMI y que en breve se mandaría al Congreso. Su logro. Su trampolín al 2023. Su reivindicación ante dos años de vapuleo y dudas sobre su capacidad de liderazgo. El albertismo vería la luz.
Hoy lamenta que no haya sido en el escenario soñado, sin pompa, apenas un discreto anuncio informando que el Memorándum de entendimiento con el FMI entró al Congreso para ser aprobado o rechazado por los legisladores. Un anuncio más discreto sin ese pequeño momento de gloria, luces y aplausos que nunca tuvo.
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A poco más de dos años de ser electo y con un duro mensaje en las urnas en el marco de las legislativas, Alberto Fernández ve en estos días, una ventana de oportunidad para mostrar quién es el como presidente. Despejar esa duda que lo sobrevuela desde el mismísimo momento que Cristina lo eligió antes que nadie y marcó su triunfo y con el, un destino de segundo en un podio en el que el primer lugar se le hizo esquivo y resbaloso.
Así como resulta paradójico para él que que quien lo eligió para llegar a la presidencia nunca le permitió ejercerla en plenitud, la situación con el Fondo Monetario Internacional tiene rasgos similares. La salvación en la perdición.
Para la alianza de gobierno, Mauricio Macri le puso precio a la cabeza de la Argentina. Esos u$s 44 mil millones que había que pagar para que liberaran al país que tenían en sus garras tras el crédito que nacía con dudosa capacidad de pago. La otra foto, la de la cena en honor a Cristina Lagarde en la casa de Nicolás Dujovne tuvo un precio altísimo.
Una película de terror a la que en su relato, EL, Alberto, le puso fin. El. No ELLA. Lo dejó clarísimo Máximo: ni él ni su madre estaban al tanto de los términos de la negociación y cuando lo hicieron, Máximo abandono la jefatura del bloque del PJ y con el apoyo al acuerdo que no pensaba hacer propio. La separatista República de Máximo parió la independencia de Alberto Fernández. Por un rato, claro. ¿Cuánto? Hasta que comience a discutirse los términos del acuerdo en el Congreso.
Serán unos días en los que Alberto va a hablar, se va a parar, va a convocar y a comunicar como un Presidente que toma decisiones sin que le digan cuales ni cómo. Por lo menos un intervalo donde no hay doble comando en la versión más generosa de la historia. El Presidente, que post foto de festejo de cumpleaños en plena cuarentena y post PASO estaba para algunos de los propios a tiro de ser un decorado, pasó a soñar en grande con el oxígeno le dio el acuerdo. Sacó la cabeza del agua y llegó a ver lo que parecía una orilla. ¿Exagera? Una vez más los pocos propios lo alientan. Con un "es tu momento Alberto".
Y la oposición pone freno: "Está festejando en el borde del precipicio que llegó a frenar antes de la caída pero con una rueda colgando en el aire: acá no hay nada para celebrar". Y en ese cambio de actitud creen adivinarle la jugada.
Están convencidos que AF va a sostener que él cumplió al acordar con el organismo multilateral de crédito, en medio de una guerra imprevista que impactó en uno de los términos mas ásperos de la negociación con el FMI: el aumento de tarifas a partir de la baja de subsidios. Que logro el mejor acuerdo posible que no necesariamente era el que quería su socia en la alianza de gobierno. Y que, convencido que es la mejor (o la única) alternativa está dispuesto a defenderlo aun a costo de perder el apoyo de los propios y depender de una interna ajena.
La de la oposición, para obtener los votos. Si no lo logra, dicen en JXC, acusará a sus adversarios políticos de ser antiargentinos, como ya lo hizo el ministro Martín Guzmán con la diputada María Eugenia Vidal. Pero entonces ¿Qué dirá de los que hasta hace cinco minutos fueron los suyos? ¿Se animará a tildar de Antiargentina a CFK? Y, sobre todo, a romper con la lógica histórica de que el peronismo se hace fuerte en la unidad. No puede romper ahora. Si tolerar desplantes.
Una ruptura con ELLOS no parecería ser el mejor presagio para alguien que se resiste a pasar a la historia como un mero apéndice. Y que amaga estar dispuesto a sacrificar su costo político por la salvación del país. Si AF pudo volver a soñar después de una pandemia que arrasó con su credibilidad, quiere soñar en grande. Con un pasacalle donde se lea un ALBERTO 2023 por lo menos.