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En la narrativa popular, el éxito suele presentarse como un destino: llegar -al ascenso, a la venta de la compañía, al primer millón- equivaldría a la felicidad.

Sin embargo, entrevistas y estudios de psicología del bienestar describen un fenómeno más complejo: tras el pico emocional del logro, muchos profesionales vuelven a su estado habitual de ánimo, o incluso expresan una profunda sensación de vacío y desorientación. Ese desajuste tiene nombre: la falacia de la llegada, la creencia de que la felicidad duradera comenzará "cuando" crucemos cierta meta.

La expresión fue popularizada por el psicólogo Tal Ben-Shahar, y conecta con décadas de investigación sobre cómo pronosticamos mal nuestras emociones y nos acostumbramos rápido a lo que antes parecía extraordinario.

En el corazón de la falacia de la llegada confluyen tres mecanismos que vienen siendo estudiados profundamente desde hace varias décadas por la psicología cognitiva y organizacional:

1) Adaptación hedónica: El cerebro "normaliza" con rapidez los cambios positivos y negativos. Lo extraordinario deja de serlo.

Por ejemplo, una directora que llega a la cúpula siente euforia inicial, pero pronto el nuevo estándar se convierte en rutina.

2) Errores de previsión afectiva: Sobreestimamos la duración e intensidad del éxito, y subestimamos nuestra capacidad de adaptación. Puede ser el caso de un emprendedor que vendió su empresa: Tras la liquidez llega la pregunta "¿y ahora qué?", si no hay propósito nuevo.

3) Ilusión de enfoque: Cuando concentramos la atención en una meta, su importancia se agranda en nuestra mente, desplazando todo lo demás. Sucede con deportistas olímpicos en el día después: El "post-Olympic blues", caracterizado por vacío emocional, tristeza o depresión, muestra cómo incluso medallistas caen en bajones pronunciados tras la cima.

¿Y de dónde viene el desencanto, si se está en un aparente estado de éxtasis del éxito? Ese desencanto post-meta no es debilidad; puede ser previsible, si se trabajan anticipadamente los motivos más frecuentes, como las expectativas infladas con metas sobredimensionadas frente a la realidad; la desalineación con valores, cuando ese logro carece de significado profundo; lo que se llama "carrusel de objetivos", que se da cuando la mente se pierde activando nuevas metas sin disfrutar lo logrado; y también por una medición confusa del bienestar, confundiendo éxito material con felicidad emocional. : la mente pide nuevas metas sin disfrutar lo logrado.

Seis herramientas prácticas para gestionar la falacia del éxito

1) Diseñar metas de proceso además de metas de resultado

No basta con fijar la gran meta final (por ejemplo, "ser gerente general"). Es clave diseñar metas de proceso: qué harás cada semana, sostenido en el tiempo, y cómo disfrutarás del camino.

La herramienta WOOP (Wish -deseo-, Outcome -resultado-, Obstacle -obstáculo-, Plan -plan-) puede ser de ayuda: imagina tu deseo, visualiza el mejor resultado, identifica obstáculos y crea un plan de acción "si pasa esto, entonces haré aquello".

2) Practicar "savoring" deliberado

El savoring es aprender a disfrutar lo que ya está pasando. Cuando logres un pequeño avance, frena unos minutos: respira, anota cómo te sientes, compártelo con alguien o celébralo con un gesto simbólico. Eso prolonga la emoción positiva y evita que se diluya demasiado rápido.

3) Diario de gratitud

Cada noche escribe tres cosas que salieron bien durante el día. No tienen que ser grandes logros: puede ser una charla agradable, un gesto amable o un momento de calma. Este hábito entrena la mente para notar lo positivo y reduce la obsesión con "la gran llegada".

4) Invertir más en experiencias que en cosas materiales

La ciencia muestra que las experiencias (un viaje, aprender algo nuevo, una charla interesante, un proyecto compartido) generan más felicidad duradera que comprar objetos. Las experiencias se recuerdan, se cuentan y fortalecen vínculos. Un coche nuevo se vuelve "normal" pronto; una experiencia deja huella.

5) Separar identidad de objetivo

No eres solo tu meta ni tu último resultado. Más allá de alcanzar un KPI (indicador de rendimiento) o un título, define tu propósito: ¿qué valores quieres expresar?, ¿qué impacto quieres tener en los demás? Así evitas que toda tu valía personal dependa de un logro puntual.

6) Planear el "día después" de la llegada

Antes de alcanzar tu objetivo, piensa en lo que vendrá después. Diseña un ritual de cierre (una cena, una carta de agradecimiento, una pausa, una charla con alguien cercano) y ten preparado un "proyecto puente": puede ser un nuevo desafío de ejecución paulatina, un espacio de mentoría o coaching profesional que te ayude a saborear el logro y empezar a delinear lo que viene, o una causa personal. Eso reduce el vacío post-logro.

La falacia de la llegada no desaparece con un nuevo éxito. Esa sensación de vacío y de angustia se puede desactivar rediseñando la relación entre metas, atención y sentido. Porque el desafío no es renunciar a una sana ambición, sino ensanchar sus horizontes; por ejemplo, disfrutando el paso a paso para que el camino hacia la meta sea parte del objetivo.