Trasladar el espíritu vital de la naturaleza y los objetos a la tela inerte y desnuda que espera ser ungida con el arte sólo puede realizarlo, con verdadera precisión y astucia, un virtuoso que domine el pincel y los pigmentos como el ilusionista lo hace con su no siempre dócil varita mágica. Es decir, Juan Lascano. Uno de los pintores realistas más exquisitos, reconocidos y cotizados de la Argentina, quien se vale de las técnicas de la plástica para conquistar las luces y las sombras que se despliegan, seductoramente esquivas, frente a sus ojos.

Autoexigente, crítico y perfeccionista, Lascano es un enamorado de la pureza de las formas y la naturaleza del mundo. La realidad circundante lo atrapa y lo encanta con tanta intensidad que él procura, en cada una de sus obras, abarcarla y abrazarla de la manera más fiel posible. Sabe, sin embargo, que es inasequible: resulta una utopía retratarla con idéntica perfección, belleza y equilibrio.

Pero nunca abandona aquel firme anhelo. Y, a partir de su virtuosismo, consigue, pese a todo, imprimir en el lienzo la energía, el carácter y el espíritu de un cuerpo desnudo, una flor encendida, una copa bendecida con vino, una suculenta porción de queso o un imponente paisaje patagónico.

Lascano es, desde 1985, artista exclusivo de la Galería Zurbarán, donde realizó unas 50 muestras y editó alrededor de 200 mil catálogos. Asimismo, de la mano de su marchand y amigo, Ignacio Gutiérrez Zaldívar, publicó en 2000 el libro Lascano, que "aborda los distintos géneros de su pintura y el proceso de creación contado por el propio artista, con más de 300 obras reproducidas que abarcan 30 años de su carrera artística", detalla el galerista.

Incluso se realizaron dos películas sobre su vida y obra: La verdad desnuda (1994) y El dueño de la luz (2007). Según precisa Gutiérrez Zaldívar, "en los últimos 25 años, expuso en Estados Unidos, Alemania, Suecia, España y en numerosos países de América latina.

Además, se han realizado cinco retrospectivas, siendo la más visitada la de 2000, en el Palais de Glace, que convocó a 89 mil personas". Actualmente, sus obras integran el patrimonio tanto del Museo de Bellas Artes de Tigre (con uno de sus característicos óleos) como de la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat (con su obra Invierno).

También está presente en la exquisita Pinacoteca Vaticana, donde su versión de La última cena se codea con obras de Giotto, Filippo Lippi, Rafael y Leonardo da Vinci, entre otros maestros. En el ámbito local, además, sus cuadros han engalanado el despacho presidencial de la Casa Rosada y las lujosas paredes de los hoteles Four Seasons, Sheraton y Panamericano, sin contar que, durante años, "también decoraron los almuerzos televisivos de Mirtha Legrand, entre otros programas de televisión", apunta Gutiérrez Zaldívar.

La mirada afilada

Sus primeros suspiros nacieron junto a él en La Plata, ciudad de la que se mudó en su adolescencia, rumbo a Buenos Aires, justo cuando despuntaban sus innatas habilidades para la plástica. Dos años después viajó a España, donde admiró la sapiencia pictórica de Diego Velázquez, quien se convirtió en uno sus pintores preferidos.

Con el tiempo, Lascano tuvo oportunidad de exponer en Estados Unidos y volver, una y otra vez, a Europa, aunque siempre regresó a la Argentina. "De Vicente López me fui a Martínez y después a Bariloche por la belleza del lugar y porque me parece fascinante tener al alcance un arroyo o un río transparente.

Conocí la Patagonia recién a los 30 años y fue un impacto tremendo. A partir de ahí, volví todos los años", evoca el artista plástico, quien, en 2005, plantó bandera-quizás la definitiva- en la península de Llao Llao, en las afueras de Bariloche, donde vive junto a su mujer. A su paso por Buenos Aires, donde su galerista Ignacio Gutiérrez Zaldívar siempre le da la bienvenida, se entrevistó con Clase Ejecutiva dispuesto a revisar su impecable carrera entre óleos, acuarelas y temples.

Lascano no heredó la pasión por la abogacía, carrera que signó la historia de varias generaciones de su familia, pero siempre contó con el apoyo de sus padres, quienes valoraron e identificaron su capacidad artística cuando él todavía contaba sus años con los dedos de una mano. Su abuelo paterno le compraba, a modo de incentivo, sus dibujos.

Y hasta seleccionó montones de ellos "para pegarlos muy prolijos en una carpeta. Cuando murió, la heredó mi padre y cuando él falleció también, la heredé yo. Así que, gracias a mi abuelo, conservo los dibujos que hice desde los cinco años. Y la verdad es que son muy superiores a los que podés esperar de un chico de esa edad. Hay que reconocer que tenía un don básico", admite.

Autodidacta, todo lo aprendió a partir de la experiencia propia y del estudio de libros de arte "que estaban muy por encima de mi capacidad de aprendizaje. Eran textos de expertos en técnicas que me costaba un trabajo terrible asimilar. Por eso creo que hay muy pocos artistas argentinos que sepan de técnicas pictóricas como yo", reconoce, sin medias tintas. Su única experiencia formal, más anecdótica que reveladora, fue con el reconocido Vicente Puig. "Yo iba al colegio en La Plata, así que los sábados me tomaba el tren, venía a Buenos Aires con mi hermana -que estudiaba baile clásico- y acudía a las clases multitudinarias de Puig. Era un viejito simpático, encantador y el ambiente era muy agradable", evoca.

Más tarde viajó a España, donde la obra del realista Velázquez lo impactó especialmente...

Sí. ¡Cumplí 18 años a bordo del avión! Y, una vez en Madrid, fui al Museo del Prado, que es enormemente rico en unos temas y muy pobre en otros. La presencia de la escuela flamenca es extraordinaria y la disfruté todos los días. La pintura española está representada como los dioses: Francisco de Goya, Diego Velázquez, El Greco y una larga lista que admiro. En España también hay pintores mucho más contemporáneos que han sido los más grandes de los últimos 100 años. Joaquín Sorolla, por ejemplo, cuyo museo es su antigua casa -es decir, un palacete que aún pertenece a la familia- es el primer lugar al que voy cuando estoy en Madrid.

¿Podría decirse que sus verdaderos maestros fueron los grandes pintores cuyas obras tuvo oportunidad de estudiar en esos viajes?

Sin duda. Y coincido con Goya, quien decía: "Mis maestros fueron Velázquez, Rembrandt y la naturaleza". Aunque yo pongo a la naturaleza en primer lugar y a Velázquez y a una larga lista de artistas después. El verdadero estudio del pintor realista es la vista. Mirar es un proceso misterioso, indefinible, lleno de concomitancias psicológicas y personales. En pocas palabras: vemos todos un mundo diferente. El pintor es como un cuchillo que se afila así mismo.

¿Por eso pinta lo que está al alcance de su mirada?

Claro, aunque, por compromiso, he tenido que pintar algún que otro retrato a partir de fotografías, siempre por pedidos especiales. Pero lo que más disfruto es trabajar con la realidad.

Y siente una especial atracción por ella. ¿Qué lo seduce tan intensamente?

Es inexplicable. Veo un paisaje y, evidentemente, tiene un magnetismo que me impulsa a pintarlo. Aún hoy, después de 64 años de carrera, no he logrado saber por qué o para qué. Me lo pregunto todo el tiempo, pero no hay respuesta.

¿Cuáles fueron los puntos de inflexión más importantes en estos 64 años?

Diría que las mudanzas. Porque mi vida afectiva no se ha reflejado mucho en mi pintura. Y me encanta que así sea. No me gustan los pintores emotivistas: eso de que el cuadro está repleto de grises porque el pintor estaba triste es verso. Al menos, en mi pintura. Por eso, los puntos de inflexión han sido las mudanzas y los cambios técnicos. De acuerdo a los lugares en los que he vivido, he pintado diferentes temas, con distintas cromáticas y luces. Por ejemplo, la mudanza a Bariloche ha sido importantísima porque he empezado a usar colores que antes prácticamente no utilizaba. Sobre todo en la gama de los lilas, los malvas...

Colores que podríamos definir como patagónicos...

¡Muy patagónicos! Hay ciertos colores que tiene la montaña, al amanecer o al atardecer, que no existen en otros lados. Por eso tuve que incorporarlos a mi paleta. Fue un momento de inflexión desde el punto de vista cromático y del paisaje, porque no es lo mismo pintar la llanura que el bosque o la montaña.

¿Y en cuanto a la técnica?

Hubo una bisagra muy importante en mi carrera cuando descubrí la témpera o el temple al huevo, que es una técnica que hoy se usa muy poco pero que era utilizaba por Sandro Boticelli, entre otros. Antes, mezclar un pigmento con otras sustancias era conocido como templar el color. Pero, por esas cosas del idioma, quedó templar o temperar para referirse sólo a la mezcla con emulsiones como el huevo, la cafeína y las colas, entre otras, que se diluyen con agua. Y pintura al óleo para referirse a la mezcla con aceites. El temple es una técnica sumamente laboriosa con resultados fantásticos. En el '71, un gran amigo de papá, que era diplomático y cónsul argentino en Nueva Orleans, me invitó a exponer. Fue entonces cuando conocí al pintor Andrew Wyeth, quien murió el año pasado. Sus obras me deslumbraron. Entonces, empecé a explorar la técnica. Durante años, pinté exclusivamente con temple al huevo. Y me dio muchas satisfacciones. Hasta que me cansé y volví al óleo.

¿Qué le aportó el temple?

Como todas las técnicas al agua, es mucho más exacta y aguda que el aceite. Entonces, aporta una tremenda precisión. Se puede pintar un campo pastito por pastito y hasta los poros de la piel. Es un poco obsesivo. Además, es de secado rápido, lo que facilita las texturas. Y, al ser semitransparente, crea una sensación opalina muy agradable y natural. Sin embargo, las dos falencias de la técnica es que los tonos oscuros no son tan poderosos como los del óleo, sino más opacos y grisáceos. Y que el secado rápido no permite hacer las graduaciones de luz y de sombra con tanta finura como me apasiona. Se hace necesario, entonces, trabajar por lechos o capas.

¿Aún hoy experimenta con técnicas y materiales?

Todo el tiempo. Los acrílicos son una innovación magnífica desde el punto de vista estructural. Los pruebo todos los años pero todavía no logro que terminen de seducirme. Reconozco su duración, flexibilidad y firmeza de colores, así como el hecho de que significan la más grande innovación desde que se inventó el óleo con fines artísticos, en Flandes, alrededor del siglo XVI. Así que siempre estoy en etapa de experimentación, en la búsqueda de óleos, resinas, aceites... Porque mi pintura es una transmisión de mi visión a una superficie plana. Y todo lo que contribuya a trasladar esa visión de la forma más fiel posible, es fundamental para mí. Siempre siento que me quedo corto. Entonces, busco caminos alternativos. Es emocionante y frustrante a la vez.

Refugio pictórico

Las ínfulas del viento patagónico, el variopinto colorido que ostentan sus lagos, montañas y el infinito cielo, así como la danza que emula la nutrida vegetación, hacen de la península de Llao Llao un lugar paradisíaco y misterioso, ideal para inspirar a un realista como Lascano. Enamorado de aquella geografía, revela que su casa, construida por un matrimonio inglés, fue propiedad de los padres del reconocido chef Francis Mallmann; más tarde, pasó a manos de un estadounidense que la alquilaba durante el verano hasta que, finalmente, la compró Lascano, quien desde entonces no deja de disfrutarla con la intensidad de quien aprecia tener a sus pies al indescriptible lago Moreno y, de testigo, al inmenso cerro Tronador.

Pinta principalmente en su estudio -ubicado en el altillo, sobre el garaje-, donde posee un amplio ventanal que le permite conectarse con la riqueza paisajística. "Es muy lindo y tranquilo, no está conectado con los dormitorios y demás espacios de la casa y no tengo ni teléfono". Y aunque la placidez del silencio suele predominar a la hora de pintar, hay jornadas en que la música es bienvenida. No por nada Lascano es, además de presidente de la Junta Vecinal Llao Llao, vicepresidente del Camping Musical Bariloche.

"Tenemos una actividad tremenda, especialmente en verano. Y, afortunadamente, le he derivado tareas a mi mujer, que es quien se ocupa de la programación", afirma el artista al que no se le conocen autorretratos. Pero los tiene. "Y muchos. Aunque no los muestro porque ¿quién va a querer comprar uno? Es casi imposible vender este tipo de obras en el mercado del arte", sostiene.

De todas maneras, a la usanza de su admirado Velázquez, en algunos de sus cuadros se observa, aun sin advertirlo, su presencia. Ejemplo de ello es una de las obras que expuso meses atrás en la Galería Zurbarán. "Hay un autorretrato pero sin cara. Se trata de un perchero que tiene un espejito en el que se ve un chaleco y una mano con una paleta y un pincel. Ese soy yo. Aunque lo he hecho de vez en cuando, no me gusta mucho esconderme en los cuadros", admite. Tampoco realiza bocetos sino que prefiere "atacar con el pincel, lo que da lugar a muchos errores, pero también hace el trabajo más fresco y fluido. Es que el proceso de dibujo previo ya es parte de la obra. Si es bueno, te da pena estropearlo".

Por otra parte, Lascano afirma que también le encanta pintar paisajes urbanos. Lo hacía especialmente cuando trabajaba con temple, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires y en sitios de España y Estados Unidos. Principalmente, aunque con honrosas excepciones, como Venecia, donde se instaló durante un mes para pintarla por completo; el sur de Alemania, los alrededores de Londres e incluso los paisajes de Panamá. Así, son muchos los rincones del planeta que han sido protagonistas de sus pinturas. Por otra parte, el artista plástico asegura, con un dejo de culpa, que no tiene una rutina de trabajo. Y, para explicar su naturaleza creativa, propone recordar "los documentales que muestran a las chitas que, de repente, salen como tiro, cazan la presa y después quedan agotadas. Ese soy yo: sé lo que quiero, me pongo con todo a pintarlo y lo hago muy rápido. Pintar cinco horas seguidas, para mí, ya es una barbaridad". Juan Lascano es un hombre versátil, no sólo frente al lienzo, también con sus gustos. Disfruta de la música de leyendas como Elvis Presley pero también de maestros como Johann Sebastian Bach. Y, a la hora de elegir lecturas, oscila entre "policiales, filosofía, biografía de grandes artistas y cómicos", enumera.

Cuando se le pregunta si la imagen mental que suele suscitar la literatura le ha servido de inspiración alguna vez, admite que solía ocurrirle en su juventud. Es entonces cuando explica la diferencia entre imaginación y fantasía. "El pintor realista tiene una gran imaginación porque cuando ve una flor, por ejemplo, crea una imagen en su mente. Para trasladarla a la tela, esa imagen tiene que ser enormemente fiel y poderosa. Fantasía es otra cosa: es la capacidad de combinar elementos que en la realidad no están combinados. De chico, creaba escenas de un tinte medieval con monstruos, dragones y seres fantásticos. Me pasaba horas dibujando, siempre con un trasfondo irónico, satírico y humorístico. Eso lo ha visto poca gente porque fue un proceso mío, infantil y adolescente".

¿Quizás una búsqueda en su camino plástico?

Sí, sin duda, porque utilizaba acuarela, birome, tinta, óleo, lápiz. ¡Lo que tuviera a mano!

¿Recuerda sus primeras ventas?

Algún retrato familiar antes de ir a España. Después, viviendo en el Colegio Mayor Guadalupe, que es una especie de pensionado para estudiantes, algunos compañeros me compraron retratos y paisajes. Y, si mal no recuerdo, por entonces pinté, con luz eléctrica, un bodegón muy chiquito y simple. Cuando llegué a Buenos Aires, un pariente que tenía una casa de antigüedades puso allí mi cuadro hasta que alguien lo compró. Posiblemente esa haya sido mi primera venta.

La realidad obliga a trabajar con cierta gama de colores. ¿Algunos lo han saturado o aburrido?

No soy un pintor audaz con el color como sí lo era Benito Quinquela Martín, ¡que hasta los inventaba! Me gusta mucho la pintura de una sola gama. Uno de los mejores cuadros que expuse en mi última muestra en Zurbarán fue un bodegón experimental, en el sentido de que tiene objetos blancos, con un fondo en lila y celeste que, para mí, es una audacia descomunal (risas).

Bodegones, paisajes, desnudos, flores, retratos. ¿Qué lo motiva a pintar sobre unos u otros?

No he logrado establecer ninguna pauta todavía. Es un misterio. De repente hay un día fantástico y pinto dentro de mi estudio; o es un día horrible, con nieve y viento, y se me ocurre salir a pintar desde el auto. Debe haber resortes inconscientes que no me preocupa mucho identificar. El cuadro nace de un impacto visual, siempre. Quizás recuerdo la luz sobre la cadera de una modelo y empiezan a surgir imágenes que al final termino pintando pero con variantes. Es que, tal como imaginé la escena, quizás no queda bien por factores como ser que el día no tiene linda luz, y cambio todo.

¿Cómo vive las emociones en las distintas etapas de desarrollo de una obra?

Soy muy crítico. Cuando termino de pintar es muy raro que quede totalmente satisfecho. Disfruto mucho del momento en que pinto pero también sufro porque la luz corre, se van los colores, se nubla o sale el sol. Es algo muy exigente. Ahora, si el resultado es bueno, soy feliz. A la mañana siguiente, sin embargo, lo miro y pienso: "No está mal. Pero...". Y, entonces, empiezo otro cuadro.

Para intentar la perfección...

Para lograr lo que quiero. Cuando veo la obra me doy cuenta de que es buena pero creo que puedo superarla un poquito más. Y reinicio el ciclo.

¿Y cuándo le da un cierre definitivo?

Es una cuestión estrictamente interna. En mi estudio tengo un desnudo chiquitito que hice en el '79. Estaba en San Telmo haciendo un cuadro grande, que todavía tengo, y en uno de los descansos la modelo se paró de una forma especial. Le dije que permaneciera así y en 20 minutos pinté el cuadrito. Hasta el día de hoy lo miro para aprender de lo bien que trabajé en aquella época. Hay muy pocos desnudos en los que creo haber logrado lo que en aquel.

¿Influyeron las cenizas del volcán Puyehue en su obra?

Hice un boceto de un paisaje rosado por efecto de la ceniza en el aire. Pero pintar todo aquello no me resulta interesante porque tiene mucho peso emotivo. Uno solía estar todo el día delante de un lago cuyo color era de un azul imposible de reproducir y, de repente, se transformó en una sopa de garbanzos. Es duro.

Más allá del placer de pintar, ¿qué otras satisfacciones le ha dado la plástica?

Es una buena pregunta (silencio). Pero difícil de responder (más silencio). Me ha dado libertad. No he tenido jefes ni horarios, si bien tengo responsabilidades que cumplir. Y puedo pintar a la hora que quiera. Otra cosa fundamental que hace a la vida diaria es que mi trabajo va conmigo: llevo una cajita de acuarelas y puedo hacerlo en Tíbet o en la Antártida. Porque, en verdad, todo el tiempo necesito pintar. Me llena la vida.

¿Cuánto cotiza un Lascano?

"En 35 años, su cotización ha aumentado 60 veces (6 mil por ciento en dólares). En el mercado mundial su equivalente es Claudio Bravo, cuya valoración es de u$s 400 mil, es decir, 8 veces más que la de Lascano. Por lo tanto, aún está muy lejos de llegar a la cotización internacional", refiere Ignacio Gutiérrez Zaldívar, marchand del artista desde hace más de 35 años. Un dato curioso: la obra de Lascano que alcanzó un precio récord fue un desnudo titulado 8.30 a.m, en el que una mujer recién levantada mira la hora en un reloj antiguo. Se pagó por ella u$s 60 mil. A continuación, y a modo de ejemplo, se lista la evolución en la cotización de los bodegones de Juan Lascano, considerando únicamente aquellos pintados al óleo y cuyas medidas sean de 100x100 centímetros:
1976 - u$s 800
1986 - u$s 4 mil
1996 - u$s 28 mil
2006 - u$s 40 mil
2011 - u$s 48 mil

Los maestros del autodidacta

"El concepto de vanguardia en el arte me parece bastante ridículo. Es un concepto militar. Y el arte es una necesidad humana que aparece en todos lados, a cualquier nivel y con cualquier técnica. No todas las expresiones son arte, pero hay un grupo dentro del campo estético que lo son. No veo que haya vanguardia ni retaguardia sino artistas que hacen cosas. El arte cubista en un momento fue la vanguardia y ahora es casi clásico", explica, contundente, el artista plástico Juan Lascano.

Asimismo, sugiere que, a la hora de juzgar el arte, no debe hacerse según la escuela a la que determinado pintor supuestamente pertenezca. "Pienso que hay que juzgar un solo cuadro. Ni siquiera a un artista, porque su obra puede ser despareja", advierte. Y cuando se le consulta sobre los contemporáneos que destacaría hilvana, de manera automática, nombres como Antonio López, a quien califica como "el más grande realista español".

También a los hermanos argentinos Martín y Fabián La Rosa "que son excelentes", así como Guillermo Roux y el dibujante Carlos Alonso "que son algunos de mis grandes ídolos", junto con dos artistas internacionales a los que califica como "genios de una dimensión extraordinaria y de características antagónicas". Se refiere al prestigioso chileno Claudio Bravo y al provocador Lucian Freud, ambos fallecidos este año. Del primero señala que "fue un realista como han habido pocos en la historia: un dibujante increíble al nivel de Leonardo da Vinci, un verdadero monstruo cuya obra es un canto a la sensualidad, a la armonía y al color en los términos más elevados y clásicos posibles". Al segundo, lo define como "un feísta profesional con una categoría pictórica impresionante". Maestro por derecho propio al fin de cuentas, Lascano estrenó el siglo XXI con la publicación de Lascano (Zurbarán Ediciones), un enciclopédico recorrido de sus primeras tres décadas de carrera a través de 300 reproducciones que permiten descubrir la técnica que caracteriza al singular artista.

El alquimista. Por Ignacio Gutiérrez Zaldívar, marchand y propietario de Galería Zurbarán

Juan no sólo es el artista estrella y el más exitoso de la historia de Zurbarán en nuestros 35 años de vida. Además de ser el artista más culto y preparado que he conocido en mi vida, es mi gran amigo. Hablamos de arte y de nuestras vidas privadas; de nuestro futuro y de quienes nos rodean. Es, también, el mejor compañero de viaje. Generalmente, en Madrid estamos en el Museo del Prado unas seis horas y nos detenemos en tan sólo 12 obras (Van der Weyden, Bosch, Durero, Velázquez, Tintoretto, Murillo, Zurbarán, Melendez y Guido Renni). Y a los dos nos gusta comer muy bien y tomar mejor. Otra virtud: es un buen compañero para jugar al golf o para ver películas en nuestro room en un hotel. No hay ningún contrato escrito entre nosotros, sólo afectio societatis.

Y no conocemos el balance del año hasta que, cada diciembre, me visita y pedimos en la galería que nos indiquen qué se ha vendido y desde Administración nos envían el informe sobre el dinero que ha salido o entrado en su cuenta y en la mía. El resultado es siempre mayor al que esperábamos, por lo que nos abrazamos y felicitamos mutuamente, como dos chicos. Juan es muy generoso. Hace años vio un caracol que María, mi hija mayor, había traído de Cascais, en Portugal, y se lo pidió para pintarlo.

A los dos años, ella se lo reclama y, esa misma Navidad, Juan aparece en nuestro campo con un cuadro muy valioso del caracol para regalárselo. El objeto volvió a María unos meses después y sirvió de modelo para otras composiciones. No ha sido el único regalo de Juan a nuestra familia. También nos realizó retratos. Por otra parte, tiene una enorme amistad con Michel Camdessus, quien viajó especialmente a Buenos Aires para que le realizara su propio retrato, que ahora se encuentra en la sede del Fondo Monetario Internacional, en Washington.

Y cuando Juan Pablo II nos visitó en 1987, le regaló su obra La última cena, donde se observa una simple copa de vino y un pan. El cuadro estaba colgado nada menos que en la habitación donde dormía el Sumo Pontífice. También recuerdo que durante los primeros 20 años de Casa FOA participamos con sus obras, lo que significó una gran promoción para él y para la galería: siempre se lo agradecimos a la inolvidable Mechita Campos. Hay que decir que Juan sabe de filosofía, historia, geografía, botánica y de todo lo humano. Es un alquimista con los colores y debe ser la persona que más sabe de su admirado Diego de Silva y Velázquez.

Muchos nos piden que escribamos la historia de nuestra relación económica, artística y de amistad. Y creo, sin duda alguna, que lo debemos hacer. Por lo pronto, su libro, con una tirada de 10 mil ejemplares, se agotó en 10 años. Y ya estamos pensando en el próximo, que quizás sea publicado en 2012. Es un orgullo representarlo y sentir que es un gran amigo.