
La mañana es húmeda en Buenos Aires y la tormenta amenaza con descargar su fuerza sobre la ciudad. Gerardo Grieco lleva despierto desde las 7 de la mañana y se dirige, como lo hace habitualmente, a Cerrito 628 vestido liviano, con un saco gris que lo cubre. Alto, delgado y sobrio, apenas unas horas más tarde espera en su despacho y pide un té con limón.
Inaugurado originalmente en 1857, el Teatro Colón funcionó, en su primera versión, hasta 1888 a metros de la Casa Rosada, donde hoy funciona el Banco Nación. Pero, a finales de siglo, primero Francesco Tamburini, luego Víctor Meano y, por último, el belga Jules Dormal, se embarcaron, durante 20 años, en la construcción de un nuevo teatro. Comenzó un 25 de mayo de 1890 y, si bien la intención era inaugurarlo antes del 12 de octubre cuando se cumpliera el cuarto centenario del descubrimiento de América, el teatro abrió sus puertas el 25 de mayo de 1908 con la presentación de la ópera Aída, de Giuseppe Verdi.
En 2003, ante el avanzado deterioro que amenazaba con comprometer su estructura y funcionamiento, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió llevar adelante el llamado Master Plan para restaurar la totalidad del edificio, unos 58.000 metros cuadrados. El plan incluyó tanto la recuperación de la ornamentación histórica y las butacas originales como la modernización de los sistemas de acústica, iluminación y seguridad. Los trabajos se extendieron durante siete años y requirieron la participación de más de 1500 especialistas entre arquitectos, ingenieros, restauradores y artesanos, hasta su reapertura en 2010.
En los últimos 15 años el teatro tuvo cinco directores. Desde noviembre del año pasado, un nuevo nombre se sumó a la selecta lista. Gerardo Grieco, a diferencia de la institución que dirige, no es argentino. Nacido en Uruguay, fue director general de la Sala Zitarrosa, del Teatro Solís durante casi nueve años, y director General del Auditorio Nacional del Sodreantes de mudarse a Buenos Aires para asumir la dirección del Teatro Colón.
"Comenzamos a trabajar y a construir un nuevo modelo de gestión a partir de una definición central y transversal que es resignificar el sueño de los fundadores: ser un teatro de producción, ópera, ballet y concierto de altísima calidad para estar nuevamente entre los cuatro o cinco teatros más importantes del mundo. La excelencia artística tiene que volver a ser el centro de todas las decisiones que tomamos. Queremos ser un faro de excelencia", dice sereno y con ambición.
Pero sabe que la tarea que le encomendaron no es sencilla. Para eso, dice, hay que modificar la matriz económica del teatropara generar nuevas unidades de ingresos "genuinos y propios", -remarca- y destinarlos para cumplir con el objetivo central: lo que Grieco llama la excelencia artística.
"Esto implica fortalecer, por un lado, el core del negocio de un teatro que es la venta de entradas y, por el otro, salir a la búsqueda de coproducciones, de arrendamientos, de socios. Estamos explorando algunas acciones digitales, alianzas para ofrecer experiencias con intervenciones artísticas o con un plus de beneficios. Venimos de una cultura del siglo XX de pedirle dinero al presupuesto público para después gastarlo en hacer cuatro funciones de una ópera. El cambio es cultural, es decir ‘tenemos que recuperar la mitad de lo que gastamos como hacen los grandes teatros del mundo'", apunta.

El costo de una producción de una ópera grande puede representar medio millón de dólares. Y la inversión será sensiblemente diferente si esa obra se utiliza para cuatro funciones, para diez, o para exportarla a Tokio o a Nueva York.
En esta transformación se inscribe la incorporación del bailarín Julio Bocca al frente de la dirección del Ballet quien estuvo a cargo de esa misma disciplina en el Sodre bajo la dirección de Grieco. Modificar la gestión, argumenta, empieza por una mirada de un equipo de dirección artística de exigencia, ese que pide el detalle, el uno por ciento que falta y que permite jugar el campeonato mundial que se propone Grieco. Son los nombres, también, de Andrés Rodríguez al frente de la Ópera, de Gustavo Mozzi en la dirección de Música los que "suben el listón" del teatro.
Romper el statu quo no está, sin embargo, exento de resistencias. "El bien más escaso que tiene el Teatro Colón son los minutos de escenario. Todos quieren para sí un pedazo de lo que esto representa. Es un teatro intenso, suceden muchas cosas todos los días".
Por ese escenario, objeto codiciado, pasaron los directores, cantantes y bailarines más importantes de la historia: Igor Stravinsky, Herbert von Karajan, Daniel Barenboim, Maria Callas, Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, Rudolf Nureyev, Paloma Herrera, son solo algunos nombres.
Desde enero hasta el último día de agosto de este año pasaron por el Colón 277.605 personas, de las cuales más de 48.000 lo hicieron para las visitas guiadas y para acceder al Colón Fábrica, un espacio de 7500 metros cuadrados ubicado en los subsuelos del teatro donde se almacenan la producción escenográfica, utilería y telones -el teatro es uno de los pocos del mundo que realiza las producciones de sus espectáculos en talleres propios-. El Teatro Colón emplea alrededor de 1000 personas entre artistas, músicos, cantantes, bailarines, técnicos, administradores.
Sin embargo, los desafíos que tiene hoy una producción no son los mismos que hace no más de 30 años. Lo que antes llevaba un día de montaje hoy puede llevar cinco y para algunas funciones el teatro puede trabajar 24 horas durante una semana entera. "La sofisticación de las artes escénicas es inmensa lo que, a diferencia de algunas industrias, nos hace exponencialmente más caros", remarca.
La producción de una función suele demandar entre seis y siete meses, según la envergadura del proyecto. El proceso arranca con la selección de los artistas, etapa que incluye conversaciones y negociaciones iniciales. Luego, los elencos presentan sus propuestas, que deben ser aprobadas en el plano artístico. Recién entonces se pone en marcha el plan de producción: desde la compra de materiales hasta la confección de vestuarios y la construcción de escenografías.
"Para 2026-2027 ya estamos proyectando temporadas de ópera y ballet muy óptimas en cuanto a la excelencia y a los artistas que invitamos a participar; vamos a comenzar la temporada con Jenufa. Ahora estamos por firmar la presentación del ballet en Nueva York y en Europa para dentro de dos años lo que simbólicamente es volver a estar en el mundo", adelanta.
"¿Cómo mide, sin embargo, la calidad artística?", se le pregunta. "Es un intangible", responde sonriente.













