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Está claro que Alejandro Vigil no se deja dominar por el miedo. Su trayectoria lo delata: trabaja desde hace más de 20 años en Catena Zapata, donde hoy se desempeña como enólogo jefe de la muy premiada bodega. Pero su figura trasciende su cargo. Es autor de algunos de los vinos más icónicos de las últimas décadas y, además, un rostro visible de la transformación de la vitivinicultura argentina.
Junto a su esposa, María Sance, abrió en 2015 la bodega Casa Vigil en el corazón de Chachingo, Maipú. Un espacio inspirado en la Divina Comedia de Dante Alighieri que fusiona vino, gastronomía y literatura. Hoy, también lidera proyectos sociales, exporta a más de 50 países y sigue explorando nuevos territorios.
Sin embargo, admite que, de volver a nacer, haría todo distinto. "A mí me gusta que haya cambios y que haya gente dispuesta a cambiar", sostiene, y en esta sentencia se ubica como una persona más, dentro del vasto mundo de los mortales. "Yo, además de productor, soy consumidor de vino, entonces me es muy difícil separar el elaborador del consumidor. Me encanta tomar vino y no me creo nada especial haciéndolo. Creo que soy dentro de los consumidores, de lo más normal", dice.
Para Vigil, el vino no es sólo un producto, sino un lenguaje y una forma de interpretar el paisaje, de convivir con la tierra. Un lenguaje que, en su caso, traduce montañas, suelos extremos y decisiones. "Mendoza es montaña y eso se tiene que sentir en cada vino", dice. Y en esa interpretación, las nuevas zonas tienen un rol clave: Gualtallary, El Cepillo, Altamira, Chacayes. Lugares que hace apenas unas décadas eran inexplorados, hoy se convirtieron en emblemas del vino argentino.
"Es muy bonito lo que ha tocado a esta generación de viticultores argentinos y es que hemos empezado a elaborar realmente vinos de montaña, que antiguamente no era una práctica común. Acá, Catena ha cultivado en zonas nuevas, como el viñedo Adrianna que se plantó hace 30 años (N.d.R: ubicado a una altura de casi 1.500 msnm) y todos le decían que estaba loco. Hoy, en ese lugar, hay más de 3.000 hectáreas", apunta con orgullo.
Dentro de su amplia trayectoria, el enólogo es testigo de los cambios que se fueron sucediendo en la industria vitivinícola argentina y sus prácticas culturales, principalmente en los hábitos de consumo. Uno de los cambios que observa es que hoy en día, a diferencia de hace 50 años, cayó considerablemente el consumo de vino.
"Hoy se bebe de otra forma. El vino ya no está solo en la mesa: es parte de un momento social y de encuentro. Me parece que tenemos que intentar entender lo fundamental de ese momento para rescatarlo, pero ya con otro tipo de vino", explica. Convencido de que la vitivinicultura atraviesa una de sus etapas más vibrantes, Vigil celebra los cambios y llama a "aggiornarse a las nuevas etapas" sin perder de vista la identidad y la conexión con el paisaje.
Cuenta que, especialmente después de la pandemia, hay una marcada tendencia de la gente a consumir vinos con menor graduación alcohólica lo que obliga a los enólogos a repensar la manera de producir y ajustar los estilos a los nuevos hábitos de consumo.
"Ahí es donde vamos a apuntar y a trabajar hoy. Si bien en mi caso me encantan los vinos con alcohol y me encanta beber, hay que hacerlo de la forma de mantenerte en el paraíso sin caer en el infierno, como decía mi abuelo", remarca. Es en esta reconversión cultural que el vino también logró llegar a públicos más jóvenes, interesados en la experiencia que ofrece la bebida.
Uno de los grandes motores de esta transformación es el turismo del vino, una práctica que creció con fuerza en los últimos años. "La gente viene a Mendoza a probar vino, a entender nuestra forma de vida. Hay que crear experiencias en función de eso, no de lo que uno cree que vienen a hacer", explica. En su visión, el diferencial está en la proximidad con la realidad: cuanto más auténtico y coherente es el relato con el entorno, mayor es el impacto.
Desde esa lógica, cada visita a una bodega debe ser una vivencia completa: estética, sensorial, gastronómica. No alcanza con tener un gran vino, también hay que cuidar la arquitectura, el entorno, la atención y el diseño. "La estética y la experiencia son todo para mí; no hay un punto medio. Es como cuando vas a un museo. Lo que intentás es conocer y experimentar cosas que no viviste antes", resume.
En ese aspecto, dice que lo que más lo entusiasma de la industria es "todo lo nuevo que va apareciendo, las posibilidades, lo infinito, la curiosidad, buscar la excelencia", como quien enumera dentro de una pasión inabarcable, pequeños pedazos de inspiración.
Más allá del puntaje
Esa búsqueda de excelencia se traslada a los vinos: sus creaciones son las etiquetas que obtienen los mayores puntajes en el mundo -94, 96 y hasta 100 puntos- y compiten con las grandes bodegas. Para él no hay una contradicción, distancia insalvable, entre la opinión de un crítico con el gusto popular.

"Creo que el éxito del crítico de vino es que la gente adopte sus criterios", dice, pero pone las cosas en perspectiva. "Cada puntaje es la opinión de una persona en un momento dado. Más subjetivo que eso no hay. Le hace bien a la industria y nos reconocen a nivel mundial, pero no hay que volverse locos, son críticas".
De todos modos, recuerda que la crítica sigue siendo una herramienta más -útil, pero no definitiva- dentro de un universo más amplio. "Creo que siempre hay alternativas para dar a conocer tu vino. Una es a través de los puntajes y la crítica, pero hay miles más. Finalmente, el que te da la evaluación es el consumidor; lo importante es que te compren la segunda botella", resume.
Cuando se le pregunta de dónde saca inspiración, habla de la rutina, de caminar el viñedo y estar presente en él. "Sentirte parte de ese viñedo. No siempre es tan fácil, pero cuanto más tiempo pasás ahí, más te absorbe y te hace parte. Mi inspiración parte de convivir 24 horas con los viñedos, todo el tiempo que se pueda: pasar el frío, el calor, estar al sol, caminar en la nieve. Yo lo veo como fundamental. Si no, me parece que sería contar una experiencia o intentar hacer algo sin sentirlo".
Para él, crear un vino es también un acto de sensibilidad donde se pone en juego el estilo. El suyo, el más simple posible, dice. "No busco nada particular, solo reflejar un sitio a través de ese vino. Normalmente no lo logro; es una senda de fracasos que me llevan al éxito. Yo creo que uno tiene más derrotas, pero son las que, al final del día, construyeron la victoria", cierra.













