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Durante los últimos días, el anuncio de Donald Trump sobre el regreso de las pruebas nucleares en Estados Unidos revivió preguntas que hace más de 30 años se encuentran en suspenso: ¿Qué sucedería si esta práctica vuelve a implementarse?
El timing de la medida no fue azaroso: se dio a conocer pocos días después de que Rusia -el único país comparable a Estados Unidos en cuanto a armamento nuclear- difundiera que había probado su primer misil atómico “Burevestnik”, capaz de eludir los nuevos y sofisticados sistemas de detección y con un alcance casi global. Además, tuvo lugar previo a la reunión de Trump con el líder chino Xi Jinping, cuyo país aún se encuentra lejos de sus adversarios en materia nuclear, aunque crece a ritmo acelerado y ya se posiciona como el tercero en cantidad de ojivas.
Las respuestas reaccionarias son parte de la historia de Estados Unidos, el país más familiarizado del mundo con los ensayos nucleares desde sus inicios, que se remontan a 1945 con la detonación de la primera bomba atómica en Nuevo México. Sin embargo, la nación había puesto fin a sus testeos en 1992, cuatro años antes de firmar junto a las principales potencias nucleares de ese momento el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (TPCEN), que sentó un precedente fundamental en las regulaciones de seguridad internacional.
Romper este compromiso de décadas para Trump se justifica con un único argumento: el país debe probar su armamento nuclear porque, según garantizó en declaraciones de prensa, naciones como Rusia, China y Corea del Norte estarían realizando pruebas desconocidas bajo tierra, un método característico de la Guerra Fría, implementado para 75% de los ensayos nucleares de ese entonces.
Los pormenores de la medida aún no se dieron a conocer, pero si Trump decidiera seguir adelante con su apuesta, no sólo desafiaría años de consensos internacionales, sino que, además, estaría dejando sobre la mesa al mejor postor una carta única entre todas las del mazo: su conocimiento adquirido cuando era posible hacer testeos.
Por qué el regreso de las pruebas nucleares es un arma de doble filo para Estados Unidos
De acuerdo con cifras oficiales compartidas por Naciones Unidas, durante los 50 años posteriores al inicio de la Guerra Fría, cuando los países con inventario nuclear realizaban sus pruebas sin restricciones, Estados Unidos alcanzó los 1032 testeos, consagrándose como el más experimentado de todos. Por su parte, en el pasado la ex Unión Soviética tan solo alcanzó a realizar 715 testeos, por lo que independientemente del volumen del inventario nuclear ruso, que es similar pero superior al de Estados Unidos, el país norteamericano cuenta con una gran ventaja en conocimiento técnico.
Reanudar ahora las pruebas podría poner en peligro todo el terreno ganado. John Earth, director senior de políticas del Centro para el Control de Armas y la No Proliferación, explicó que Estados Unidos ya contaba con todos los datos necesarios para constatar si un arma nuclear podía ser operativa cuando dejó atrás las pruebas nucleares, mientras que otros países aún debían recorrer un largo camino para llegar a la misma certeza. Esta ventaja se mantuvo por la falta de testeos. Sin embargo, habilitar ensayos de sus explosivos -aproximadamente 3,700 ojivas acumuladas con 1700 desplegadas, según la Federación de Científicos Estadounidenses- llevaría la carrera armamentista a una nueva escala, donde esta ventaja podría perderse como consecuencia de que otras naciones decidieran imitar la misma estrategia.
En ese sentido, Putin, que dejó en claro que tiene siempre su pie derecho preparado para la carrera, ya ordenó a sus funcionarios que presenten planes para realizar eventuales ensayos nucleares.
Armas nucleares con características chinas
El otro jugador importante, China, también tiene una posición delicada. Cabe recordar que la adquisición de armas nucleares del gigante asiático comenzó cuando las amenazas nucleares de Estados Unidos durante la Guerra de Corea y la crisis del Estrecho de Taiwán en la década de 1950 estuvieron al alza.
Desde entonces, China estuvo trabajando aceleradamente en su programa nuclear, aunque el arsenal chino sigue estando muy por detrás del de Rusia y Estados Unidos en cuanto a tamaño y capacidad. Es difícil imaginar a Estados Unidos convenciendo a China que sea parte de su tratado trilateral con Rusia. El nuevo START (el histórico programa de reducción de armas nucleares entre Estados Unidos y Rusia) expirará en febrero de 2026, pero se espera que se prorrogue. El acuerdo limita a Rusia y Estados Unidos a 1550 ojivas desplegadas en sistemas de lanzamiento estratégicos. Es poco probable que China llegue a tener un arsenal tan grande, y mucho menos que despliegue tantas ojivas: en la actualidad, solo desplegó 24.
Es por esto que lo que China haga en última instancia depende en gran medida del enfoque de Estados Unidos. Estados Unidos podría reconocer la vulnerabilidad mutua con China y forzar a Rusia a quedar como la única potencia nuclear agresiva, en vez de la clásica posición de “no lanzaremos el primer misil”.
Estas tensiones crecientes entre ambas naciones despiertan preocupantes incógnitas sobre las consecuencias de una potencial escalada nuclear. Este escenario entre Rusia y Estados Unidos fue simulado hace algunos años por investigadores del programa de Ciencia y Seguridad Global de la Universidad de Princeton para predecir sus efectos y las estimaciones obtenidas resultaron letales: un total de 90 millones de muertos y heridos tan sólo durante las primeras horas del conflicto.
Son momentos decisivos para la seguridad internacional y aunque el Congreso dictamina que Estados Unidos tiene potestad para reanudar las pruebas entre 24 a 36 meses después de que el presidente haya tomado la decisión de hacerlo, Washington deberá evaluar qué tan alto será el costo de oportunidad de ignorar las últimas tres décadas de la historia nuclear estadounidense.