El pan es mucho más que un alimento básico: es una tradición que ha acompañado a la humanidad desde hace miles de años. Aunque su origen exacto se pierde en el tiempo, los registros más antiguos apuntan a que ya se elaboraba en Mesopotamia hace más de nueve mil años, donde los granos se molían entre piedras y se cocían sobre superficies calientes.
Con apenas harina y agua, se dio inicio a una de las preparaciones más universales y queridas del mundo. Hoy, el arte de hacer pan artesanal sigue vivo en los hogares y panaderías de América Latina. Este producto forma parte del día a día de millones de personas, adaptándose a los ingredientes y costumbres de cada región.
Pan: el alimento ancestral que evoluciona con el tiempo
El pan, que alguna vez fue símbolo de supervivencia, hoy se asocia a la gastronomía artesanal y a la búsqueda de alimentos más naturales y auténticos. Su proceso de elaboración, aunque sencillo en ingredientes, requiere paciencia, técnica y fermentación lenta, un detalle que marca la diferencia en su textura y aroma.
La receta más tradicional utiliza apenas harina de trigo, agua, sal y levadura, pero los panaderos contemporáneos han reinventado la fórmula con variaciones que incluyen harinas integrales, semillas, frutas secas o masa madre. Cada versión mantiene la esencia ancestral, adaptándola a los gustos modernos y a la tendencia de alimentación consciente.
Cómo hacer pan artesanal en casa
El secreto de un buen pan está en respetar los tiempos de reposo y fermentación. Para elaborarlo, se necesita una base de 500 gramos de harina de trigo, 325 mililitros de agua y 10 gramos de sal.
Primero se mezcla la harina con el agua y se deja reposar unos 30 minutos para iniciar la autólisis, un paso que ayuda a que la masa gane elasticidad. Luego, se incorpora un prefermento hecho con harina, agua y una pequeña cantidad de levadura seca, que se deja crecer hasta duplicar su volumen.
Tras integrar todos los ingredientes, se realizan pliegues sucesivos para fortalecer la masa antes de dejarla fermentar en frío durante toda la noche. Al día siguiente, se forman los panes, se dejan reposar nuevamente y finalmente se hornean a una temperatura alta, entre 230 y 250 °C, hasta obtener una corteza dorada y crujiente.