La música se fue a otra parte. Estaba en las discográficas, pero ya pasó. Ahora está en los recitales, en los smartphones, en las tabletas, en las PC. En fin, en la red. La cuestión es que cambió el modelo de negocios, pero todavía no se saben bien hacía dónde cambió. Es cierto que el compartir archivos (file sharing) ha sido uno de los impulsores del cambio, como la piratería o Facebook, pero lo cierto es que la industria tradicional ya estaba muerta y nadie le había avisado.
Por caso, un trabajo de Seung Hyun Hong, un egresado de Stanford, ya había anticipado que, antes de Napster, los sellos discográficos venían en pendiente. En un trabajo titulado The effect of Napster on record music sales, afirmaba que el sitio creado por Sean Parker sólo explicaba el 20% de la caída de las ventas pero no justificaba el 80% restante. Para Hong, el proceso de traspaso de los discos de vinilo al CD hizo que, durante años, se vendiera el mismo grueso de temas y que ya no daba para más. Compré Magical Mistery Tour, de los Beatles, en vinilo; luego, en cassette; después, en CD; y, hace cuatro años, lo descargué y acabé con la historia, ejemplifica Gastón Piombi, de Fénix Entertainment.
Tampoco la piratería tiene una influencia decisiva en la caída de ventas. Para el especialista de Harvard, David Blackburn, compartir archivos tiene un doble efecto: por un lado baja ventas (de los artistas populares) pero beneficia al 75% restante de músicos que no lograban obtener apoyo promocional de las discográficas. El promedio de los últimos tiempos era del orden de los 30.000 discos nuevos por año, pero sólo 250 lograban vender más de 10.000 copias. Menos del 1% de los artistas logran grabar en los sellos tradicionales y, por ello, agradecen tanto la promoción de sus trabajos por la red, Facebook, YouTube, FictionCity, entre otras.
Las presentaciones en vivo son las que permiten lograr ingresos. Por eso, son muchos los artistas que prefieren tener 10.000 piratas que vayan a un concierto y no vender 10.000 copias. Según un informe de Nielsen del 2010, en los Estados Unidos, sólo el 2% logró vender más de 5.000 copias. Y sobre cada u$s 1.000 obtenidos por la comercialización de los CD, los artistas recibieron un promedio de u$s 23: con razón no se entusiasman con la venta.
Todavía hoy se recuerda aquella declaración, a principios de la década pasada, de Courtney Love: Gané u$s 2 millones por la venta de 1 millón de álbumes, pero, luego, de afrontar los gastos de grabación, de promoción y otras contingencias, me quedé en cero. Agregó que rechazaba la piratería, porque no estaba de acuerdo en robar el trabajo de los artistas sin intención de pagar por ello y sentenció: No estoy hablando de Napster, estoy hablando de las principales discográficas".
La banda 30 seconds to Mars o una famosa diva, como Lyle Lovett, que llegó a vender 4,6 millones de copias, nunca ganaron un peso por esas grabaciones. ¿Por qué lo hacían? Porque, antes del crecimiento exponencial de la red, la forma de llegar a la promoción, actuar por TV, conseguir sponsorship, obtener notas periodísticas, entre otras posibilidades, funcionaban, sólamente, de la mano de la discográfica. Ahora -dicen sin lamento- están pagando un destrato de décadas.Matar al intermediarioLos artistas, que prescinden de los sellos, dicen que lo que verdaderamente ocurrió es un efecto promoción. Quizá por ello, está cambiando la opinión de funcionarios y legisladores, que creen que el efecto de P2P (peer to peer), genera una difusión inusitada para la gran mayoría de los artistas. Por ejemplo, durante la gestión de Gilberto Gil, primero, como secretario y, luego, ministro de Cultura del Brasil, se empezó a hablar de compartir archivos como una nueva forma de generar riquezas. Hoy, no son las discográficas las que imponen los artistas, son los usuarios de tabletas, smartphones y PCs.
Claro que el efecto P2P es realmente positivo para los artistas. La descarga gratuita y compartida nos da la sensación de que no hay un financiamiento claro. Sin embargo, existe. Todos los usuarios de Internet pagamos religiosamente nuestra factura a los proveedores de Internet (ISPs). Y ese volumen, que es cuantioso y sigue creciendo, permite a los autores la promoción y distribución gratuita.
El nuevo modelo de negocios parece centrarse en los conciertos y en los derechos de autor a través de medios con capacidad de ser fiscalizados. No obstante, todavía no está claro. Hay música que no es fácil de ser brindada en directo al público y, por qué no, hay artistas que no quieren saber nada con dar conciertos. También hay limitación en la cantidad de espacios habilitados para los festivales y hay una concentración de las productoras de espectáculos en tres o cuatro nombres. En cierto modo, el oligopolio de los sellos pasó a los productores de espectáculos.
Es cierto, todos no fuimos con la música a otra parte. Pero todavía no sabemos bien adónde.