Primero denunciaron un complot y después lo negaron. Más tarde inventaron una suerte de confabulación fantasiosa para impedirles gobernar. Todo esto me provoca una mezcla de indignación y tristeza. Me indigna que un Gobierno que se precia y se autotitula como progresista utilice las técnicas más bajas y repugnantes de un gobierno fascista: acusar sin pruebas, mentir, lanzar una caza de brujas y luego pretender colocarse en víctima. Esto pone de manifiesto que entre los dogmáticos siempre usan los mismo métodos, por más que apelen a supuestas divergencias ideológicas.

Pero también me produce una profunda tristeza que aquellos que hoy tienen las responsabilidad impostergable de gobernar la Argentina pierdan el tiempo en esta obsesión perversa de tapar su incapacidad acusando a otros. El Presidente y sus voceros, que en lugar de gobernar parece que sólo se preocupan de ocupar la mayor cantidad de espacio en radio, TV y diarios, están perdiendo una oportunidad histórica. Esta falsa y torpe denuncia está en sintonía con lo que hicieron en el acto de la ESMA: confunden la Argentina que ellos tienen en la cabeza con la que hay en la realidad. En lugar de buscar enemigos debajo de las piedras, el Gobierno debería ocuparse de gobernar. En lugar de buscar menemistas en cualquier desacuerdo, el Gobierno debería mirarse en su propio espejo, en el que se ve a funcionarios que, como el ministro de Justicia, escribía los discursos a Menem, o el jefe de Gabinete, que llegó a un cargo púbico y a uno legislativo de la mano de Domingo Cavallo.

Además de no tener un plan y de distraer con discursos, este Gobierno está consolidando la hipocresía. Se llevan la plata al exterior, como en el caso de Santa Cruz, hacen una cruzada moralizadora, pero son todos ex menemistas y cavallistas arrepentidos,

y parecen esos inquisidores de la Edad Media que para justificarse acusan de brujería a cualquiera. Al sectarismo que ya está demostrando el Presidente se suma ese odio típico de los conversos, como Alberto Fernández, que le grita y acusa a todo el mundo como si él no hubiera sido elegido diputado de la mano de Elena Cruz.