Durante la larga década de los noventa parecía que en la Argentina, al igual que en Europa, la tendencia a que los abogados de empresas se concentraran en grandes estudios al estilo anglosajón estaba consolidada y no admitía marcha atrás. Ofrecer la calidad del servicio profesional requerido por las corporaciones globalizadas exigía un nivel de organización y una economía de escala, inaccesible para abogados independientes o agrupados en estudios chicos.
Siguiendo los pasos de Marval O’Farell & Mairal, que incorporó mediante una hábil política de fusiones a primeras espadas y equipos sobresalientes en todas las especialidades, los estudios con pretensiones de primer nivel fueron creciendo en número de abogados y cantidad de socios a un ritmo vertiginoso, propio de aquellos años de apertura económica.
Atrás habían quedado las resonantes rupturas de 1990, cuando Negri, Teijeiro e Incera por un lado y los socios fundadores de Pagbam por el otro dejaron, con pocos meses de diferencia, Klein & Mairal. O cuando Juan Antonio Gallo, ahora socio de Marval O’Farell & Mairal, abandonara Beccar Varela junto con Enrique Bruchou y Carlos Lombardi.
Claro que, de tanto en tanto, ocurrían disputas anecdóticas como la pelea entre Miguel Menegazzo Cané (Baker & McKenzie) y Sergio Quattrini, o la defección de Carlos Alfaro de Allende & Brea, para formar junto a Alberto Navarro Castex el fugaz Alfaro & Navarro. O la paulatina desaparición del estudio Basílico, Fernández Madero & Duggan, que desde que se escindiera de M & M Bomchil había sido un líder del mercado. Sin embargo, todos estos episodios fueron atribuidos a incompatibilidad de caracteres entre los protagonistas, más que a cualquier otra razón.
Fue en mayo del 2001, casi iniciando la nueva tendencia, que media docena de importantes socios desertaron de Abeledo Gottheil Abogados, para crear la firma Richards, Cardinal, Tützer, Zabala & Zaefferer.
Pero como una golondrina no hace verano y ninguno de los dos estudios tuvo mayores inconvenientes, el mercado no prestó mucha atención al tema.
Por un momento pareció que las consecuencias jurídicas de la crisis de diciembre del 2001 y del default de la deuda pública y privada –litigation y reestructuración de deudas mediante– generaban a los grandes estudios una enorme cantidad de trabajo y, por ende, de honorarios. Luego se vio que no era tan así. Que algo había cambiado y que, evidentemente a juzgar por los resultados, la estructura social de muchos estudios había sufrido daños irreparables.
Efecto dominó
En el verano del 2004, apenas días después de celebrar un acuerdo internacional de primerísimo orden con la firma española Garrigues y de festejar su designación como asesor en la negociación de la deuda externa argentina, Bruchou, Fernández Madero, Lombardi & Mitrani (BFML&M) sufrió la traumática deserción de un importante y calificado grupo de socios. Errecondo, Salaverri, Dellatorre, Gonzalez & Burgio, tal el nombre que escogieron los escindidos, se llevó no sólo asociados sino también algunos clientes. Aunque quienes conocen la interna cuentan que el golpe para Enrique Bruchou y los restantes name partners fue sobre todo afectivo.
Ya a mediados del 2004, Luis
Miguel Incera, name partner de Negri, Teijeiro & Incera –que había conocido a sus socios en los años dorados de Klein & Mairal y al dejar esta firma había protagonizado una de las más resonantes rupturas del momento– dejó sin hacer mucho ruido el estudio. Un par de meses más tarde se reencontró, ya como socio en PAGBAM, con otros antiguos compañeros de Klein & Mairal.
Y hace apenas unos días fue el Estudio O’Farell el que sufrió una nueva pérdida. John Patrick, John y Esteban O’Farrell, además de varios asociados, se fueron para fundar J P O’Farell & Asociados. Un nuevo golpe para el estudio que ya en el 2003 había visto partir a los socios Mariano Gutierrez O’Farrell, Antonio y Miguel Coghlan y Fernando Martínez lvarez, para instalarse por su cuenta apenas un piso más abajo que sus ex socios. Esto hace que, al día de la fecha, en el estudio fundado por Santiago O’Farell en 1883, sólo quede un socio, Uriel Federico O’Farrell, que porte el apellido fundador.
Cárdenas & Cassagne (C&C), una firma siempre polémica que alcanzara su apogeo en el año 2000 cuando abrió una oficina en Madrid, comenzó a partir de allí a tener conflictos internos entre algunos socios que reclamaban a Juan Carlos Cassagne un espacio mayor del que ocupaban. Así, en 2003 lo abandonaron, entre otros, Atilio Dell ‘Oro Maini, que se unió a otros ex C&C, Cabanellas, Etchebarne & Kelly. Lo mismo hizo Luis Lucero, que se asoció a Roberto Fortunatti, quien dejara el Estudio Beccar Varela por el Citibank, y Orlando De Simone. Las turbulencias finalizaron abruptamente el pasado 7 de abril, cuando C&C anunció internamente su división entre los administrativistas que se quedaron con Cassagne y los comercialistas provenientes de Cárdenas, que se instalarán por su cuenta.
Pero también es cierto que la creciente tendencia a la atomización no se ha extendido a todos los grandes. El número uno, Marval O’Farrell & Mairal, no parece enterado. Tampoco Pagbam, que se expandió en los últimos tiempos con la integración del estudio de marcas Alonso & Pardo, además de sumar a Luis Incera. Llerena & Asociados tampoco sufrió el impacto. El estudio sigue siendo reconocido en el mercado porque no hay forma de tentar a sus abogados con mejores ofertas.
¿Por qué se van?
Y a la hora de explicar los motivos por los que se rompe un estudio jurídico y socios jóvenes deciden tomar el riesgo de independizarse, nadie mejor que los protagonistas para citar las causas. Martín Paolantonio, todavía con un pie en el estribo, toma la posta y señala que en su caso dejó Zang, Mochon, Bergel & Viñes por la ausencia de una visión compartida. “Lo hice asumiendo que la independencia implica un riesgo empresarial, pero ofrece también la posibilidad de diseñar la nueva organización con criterios propios y compartidos con los restantes integrantes del proyecto , explica.
El ex Beccar Varela Mariano González opina que para irse de un estudio, “obviamente debe haber un quiebre, que puede pasar por diferencias en el criterio de distribución de utilidades . “En nuestro caso fue una cuestión económica, más una visión a largo plazo de nuestra proyección en donde estábamos o en un proyecto propio , detalla.
Es que el reparto de dividendos no es un tema menor y para muchos puede resultar poco transparente. En general, las sumas que perciben los socios se calculan anualmente según la antigüedad, el desempeño y la complejidad de los asuntos que tienen a su cargo. Y en algunos casos, los partners también reciben porcentajes extra por haber acercado un cliente importante a la firma.
Pablo Ferraro Mila, socio de González, se suma al debate. “Claro que una decisión así no se toma de un día para otro. Requiere una evaluación de riesgos y contar con una buena base, que es una cartera propia de clientes y la capacidad para generar más , asegura, sin olvidar mencionar la diferencia que genera ser el propio jefe.
Por su parte, Javier Adrogué, hasta hace muy poco socio de De Diego & Asociados, señala que la determinación de abrir despacho propio –lo hizo junto a Glauco Marqués y José Zabala– es una decisión personal con infinidad de matices. “Es claro que no son motivos puramente económicos. En nuestra experiencia adquirieron suma relevancia aspectos como el proyecto profesional y la revaloración de distintos aspectos vinculados al ejercicio de la abogacía , resume. A lo que Glauco Marqués agrega que el primer punto es definir la dimensión y el alcance del estudio, junto a los servicios que se brindarán, y el siguiente, seleccionar el equipo de abogados. Zabala no se queda afuera: “El gran desafío y el compromiso es crecer sin perder de vista las ideas fuerza que originaron el proyecto: trabajar para que los clientes se sientan orgullosos de estar atendidos por nosotros .
Los socios que han permanecido en estudios que tuvieron bajas, o aquellos en los que la firma se dividió en dos, han sido más reticentes a la hora de sacar conclusiones, y prefieren dejar que las aguas se aquieten antes de aventurar sobre las causas y consecuencias de las rupturas. Y los miembros de los estudios que no están afectados tampoco se entusiasman por hablar al respecto.
En estricto off the record, por temor a ofender a colegas, un socio con muchos años en la profesión hizo un repaso por la infinidad de causas que empujan a los abogados a tomar nuevos rumbos. El desgaste por años de convivencia, las peleas por cartel, la poca disposición de los socios mayores a dar paso a las nuevas camadas y hasta diferencias a la hora de distribuir las utilidades fueron algunos de los motivos ennumerados. Tampoco olvidó problemas coyunturales como el flujo de trabajo en el estudio, la zozobra económica y el brusco cambio del tipo de servicios que se requieren. “Los que pudimos mantener la cohesión interna lo hemos hecho porque le dedicamos cabeza y horas al tema. Y porque a los socios de más edad la experiencia nos enseñó que hay que saber cuándo abrir el juego y también que hay que bajar del escenario en el momento oportuno , concluyó.