Los condicionantes de la economía globalizada y la despolarización de las ideologías, establecen el marco de la política en occidente. Esta fluctuante tensión entre economía y política muestra, en estos últimos tiempos, una relativa recuperación de la segunda. Aunque puede haber centroderechas o centroizquierdas, divididas por el mayor o menor presentismo del Estado –limitado en su intervención comparado con la potencialidad de posguerra–, la alta tecnología orientada al consumo, capitalismo financiero, democracia política, ampliación de la libertad personal y concentración económica, son los rasgos salientes del sistema.
Esta hegemonía se expresa en los atributos de la subjetividad actual. La mayoría de los hombres y mujeres que viven en Occidente, piensan que este mundo es sustancialmente inamovible. Inclusive no llegan a percibir una cultura mucho más cambiante de lo que suponen; porque el núcleo es invariante; creen en la inevitabilidad del régimen económico, tienen fe en la tecnología y el consumo. Manifiestan su disconformidad con muchas cosas, y de muchas maneras, pero no existe una utopía consistente de un cambio radical. Bachelet no es Allende, y Kirchner no es Cámpora; y esto es una caracterización histórica y no psicológica.
Guste o no guste, occidente es hoy capitalista y democrática; habiendo entrelazado ambos valores. Lejos estamos de que éste sea el fin de la historia, porque queda la contradicción entre crecimiento y desarrollo; conocimiento y riqueza; y hambre e ignorancia, que son los polos de un mundo dualizado. Esta es la etapa y ésta es la tensión.
La política mundial tiene para sí un amplio centro que permite fluctuar un poco hacia un lado o hacia otro, pero sin forzar los límites. Es cierto que Chávez camina por el borde, mientras crece la renta petrolera.
Néstor Kirchner expresa el péndulo hacia la izquierda, más ostensible en derechos humanos que en el neokeynesianismo económico. La política actúa sobre el ritmo de aprendizaje de la sociedad profunda que termina primero glorificando y luego denostando a Cavallo, a Menem o a De la Rúa. También le pasa a Bush, a Blair, etc, etc.
Cada dirigente político interpreta la demanda global dentro del marco de lo posible. Hay una ancha avenida por la que se transita sin alterar el corazón del sistema; las ideologías blandas posibilitan construir mixturas que incluyen mayor o menor intervención en el mercado, en lo social, o en el individuo. Y la sociedad deja de aceptar las políticas y a los políticos cuando éstos no garantizan la gobernabilidad y la expectativa universal de progreso. Más que la ideología, es la pérdida de eficacia lo que llevó a la desaparición del menemismo, del radicalismo o del frepasismo. El peronismo burocrático subsiste atado al palo mayor del poder, sin rumbo de navegación.
La gobernabilidad se consolida en la profundización de la democracia; y el progreso en el resultado social de la economía. Y esa debería ser la meta estratégica. Es prudente entonces, que algunos adviertan que no estamos en una situación prerevolucionaria, ni estamos ante la aurora de la derecha. Kirchner es lo posible para gran parte de la ciudadanía. Tenemos un horizonte político con débiles anclajes en la sociedad y casi sin partidos, luego de décadas de fuertes clivajes. La única excepción es el histórico y fiel voto popular por el peronismo (que puede beneficiar tanto al conservadorismo popular o al progresismo). Esta escasa pregnancia de la política en la sociedad civil, agrega riesgos en el escenario público si la institucionalidad es de baja densidad y el poder se personaliza.
Las clases medias serán el espacio electoral principal de disputa y las que más turbulencias ideológicas sufren provenientes de una dirigencia que antepone la coyuntura a la estructura. Sobre ella recaerá la mayor oferta electoral que va a prometer un poco por encima de lo que el corset mundial indica. La centroderecha convocará al Estado más de lo que cree, los que tienen poca fe en lo orgánico se volverán institucionalistas, y la derecha e izquierda pura expresará su disconformidad con el fatalismo centrista.
En nuestro país, a la influencia de los factores mundiales hay que agregarle nuestra historia. Cuando desde el poder se desarrolla la realpolitik, se encuentra con lo que hay: corporaciones facciosas, prácticas autoritarias, conductas extorsivas. Coexisten formas de paternalismo social y las expectativas por el cambio en ambas veredas: oficialismo y oposición. Todos estos remanentes se ponderan más cuando lo nuevo no concluye su parto. A veces, lo posible se convierte en un callejón sin salida; entonces, en esos casos, habría que transitar por la colectora. Allí hay siempre quienes conservan una pasión argentina.
Somos un granito en el mundo, pero es nuestro granito. En momentos fríos de la historia, occidente se ha vuelto bastante previsible. ¿Acaso lo de Irak no lo era? La Argentina debería empezar a desempolvar sus energías usando la política como uno de los instrumentos del progreso y arrojar lastre. Eso también es posible.