Estoy sentada con mi laptop y una taza de café en una mesa diminuta. Detrás mio hay una mesa idéntica y cada vez que su ocupante se mueve, me golpea la espalda. La caja registradora se abre y se cierra. La máquina de vapor silba.


Hasta ahora, nunca sentí el menor deseo de trabajar en un bar. Mis hijos juran que es donde mejor trabajan. Luke Johnson, en una columna en el Financial Times, aseguró que son los lugares perfectos para comenzar un negocio. Si la alternativa es la mesa de la cocina, entonces supongo que Starbucks tiene alguna ventaja. Pero para los que ya tenemos oficina gratis, no veo el atractivo.


La semana pasada, leí dos artículos que me hicieron cambiar de opinión. Primero, un comentario de blog en Fast Company argumentando que todos debíamos periódicamente ir a algún bar para romper la rutina, nos hace más creativos, y la ausencia de colegas nos vuelve más productivos. El segundo fue un artículo en el New York Times diciendo que los sonidos de fondo en las cafeterías son propicios para trabajar.


Así fue que me dirigí a mi nuevo centro laboral. El transporte fue un sueño: cuatro minutos en bicicleta. Parte del tiempo ahorrado lo perdí haciendo cola para el café, pero cuando llegué al mostrador y me liberé de 2,15 libras por una taza alta de leche color beige, me sentí feliz con mi compra: viene con una guarnición de mesa, silla, conexión WiFi y electricidad ilimitadas.


¿No le importa que la gente se siente aquí todo el día con una sola taza de café? le pregunté a la cajera. ¡No!, respondió sonriente. Me gusta. Me acompañan.


Es un modelo de negocios un poco raro. El razonamiento es que las personas con laptops lucen cool y dan la impresión de que algo siempre está sucediendo; no creo que luzca más cool jorobada sobre mi computadora que mi vecino calvo y barrigón jorobado sobre la suya.


Antes había investigado sobre la mejor manera de trabajar desde un bar. Uno diría que es fácil: comprar café, sentarse, abrir la notebook y trabajar. Pero no. Hay una página completa en WikiHow que aconseja llevar ropa cómoda pero elegante y sentarse lejos de la puerta y de la caja.


Yo me acomodé en la única mesa libre y retiré las basura del ocupante previo. El sonido de fondo es bastante agradable, animado y a la vez relajante. Enfrente tenía un hombre hablando por el celular. Cuando terminé mi café, tuve que ir al baño. WikiHow no aconseja cómo manejar esa eventualidad, así que decido llevarme todas mis cosas conmigo. Cuando regreso, mi mesa había sido ocupada.


Dejo Starbucks y me dirijo calle abajo a Euphorium, un bar más iluminado y con onda. Consigo una buena mesa y, aunque apenas era mediamañana, pido un pancito de sal y carne. Ingreso la contraseña de WiFi y me pongo a trabajar. En menos de cinco minutos se ubican al lado dos mujeres, cada una con un bebé.


Con algún esfuerzo logré bloquear eso, pero cuando levanté la cabeza alguien me está saludando. Es la madre de un conocido de mi hijo de la escuela primaria, quien viene a decirme que su muchacho ha sido aceptado en la universidad de Oxford. Tremendo, digo yo, sin dejar de escribir. En la oficina esta maniobra siempre funciona; los colegas se dan cuenta. Pero en los bares no parece funcionar en absoluto. Cuando por fin me deshago de ella, pido una tarta de fresa para levantarme el ánimo. Sólo hay un efecto seguro de las cafeterías: maltratan el esqueleto. Las sillas están diseñadas para sentarse en ellas media hora, no todo el día.


Después de tres horas, me duele la espalda. También son perjudicales para el estómago: dos cafés, una bebida light, un panecillo y una tarta, y ni siquiera es hora del almorzar.