El que pestañea, pierde. El asesinato de Osama bin Laden provocó movimientos en los mercados durante sólo unas pocas horas. El lunes a la tarde mayormente ya se habían revertido las pronunciadas alzas y caídas de precios registradas a la mañana. El petróleo y el oro habían marcado descensos, mientras que las acciones y el dólar, ascensos.
Este acontecimiento fue claramente histórico y altamente simbólico. Sin embargo, pensándolo un poco, los inversores decidieron que no tenía ningún significado económico evidente. Aunque podrían vivir arrepintiéndose de su indiferencia.
Es cierto que si el terrorismo es realmente una amenaza al orden económico mundial, lo que se describirá como el martirio de Bin Laden probablemente no la disminuya. Y si el riesgo de terrorismo sigue siendo elevado en la imaginación política de Occidente, pronto se descubrirán los nuevos peligros.
Y no hay duda de que esta muerte podría terminar siendo no más que un dato menor en las complicadas historias de Afganistán, Paquistán y la política de otros países musulmanes.
Sin embargo, la política se trata de la interpretación de símbolos, y la política tiene ramificaciones económicas.
El atentado a Estados Unidos organizado por Bin Laden el 11 de septiembre de 2001, que marcó el punto más alto del verdadero terrorismo, cambió la política exterior occidental.
Los costos totales de la posterior “guerra contra el terrorismo” no puede calcularse pero son muy superiores al daño económico directo infligido por el enemigo.
El operativo militar norteamericano, mucho más pequeño, para atrapar a Bin Laden podría también modificar el equilibrio político dentro de Estados Unidos.
Ya aumentaron las probabilidades de que Barack Obama obtenga la reelección, según el mercado de predicciones Intrade (si bien ese mercado también mostró algunos cambios de opinión).
Supongamos que el presidente ahora logra aprovechar localmente su triunfo en el extranjero, intimidando a los republicanos y demócratas disidentes para que restablezcan la responsabilidad fiscal. En ese caso, la primera respuesta entusiasta de los inversores ante el ataque al terrorista más buscado habría sido excesivamente moderada. Podrían haber tenido cálidos sentimientos sobre la muerte de Osama, pero sus fríos cálculos deberían centrarse en Obama.
Traducción: Mariana Oriolo
