Si uno hiciera un rápido recorrido por la estabilidad política de la periferia sur de la eurozona, diría que las cosas nunca estuvieron peor desde que estalló la crisis de deuda soberana en Europa.
Los dos partidos principales de Grecia apenas consiguen una mayoría gobernante, ya que los partidos extremistas de derecha y de izquierda representan juntos el 40%. El gobierno tecnócrata de Italia empleó toda su corta existencia a apagar incendios y parece estar siempre al borde del derrumbe.
España está en medio de un escándalo de corrupción por coimas supuestamente tan grande que haría caer cualquier gobierno de un sistema sin la fuerte disciplina partidaria que tiene Madrid. Y el primer ministro de Portugal sólo es capaz de evitar elecciones anticipadas cediendo la autoridad para tratar con los prestamistas del rescate al jefe del socio de la coalición anti-austeridad.
Es un análisis bastante pesimista, pero los inversores parecen ignorarlo por completo.
Sin duda, Portugal y Grecia probablemente necesiten pronto nuevos rescates porque ninguno estará en condiciones de recaudar suficiente efectivo por si mismo cuando a mediados del año próximo se terminenlos actuales préstamos del salvataje.
Pero el hecho de que no haya una mayor agitación en los mercados en medio del actual naufragio político significa una de dos cosas: o los inversores se tranquilizaron ante una falsa sensación de seguridad o la crisis de la eurozona, tal como la conocemos, ha llegado a su fin.
La pregunta es si es posible que haya terminado el primer capítulo de la saga de la eurozona. Desde su inicio, la amenaza existencial a la moneda única provino principalmente de dos escenarios diferentes pero relacionados: una gran corrida bancaria por parte de los depositantes convencidos de que sus euros serían devueltos en dracmas, escudos o pesetas; o Italia perdía acceso al mercado de bonos, lo que le impediría refinanciar su inmensa acumulación de deuda.
En cualquier escenario, los rescates necesarios serían tan grandes que simplemente no sería suficiente el efectivo disponible, por lo que habría defaults masivos y una ruptura del euro.
En el caso de Italia, pese a todo lo que se hizo en Bruselas (un nuevo fondo de rescate por 500.000 millones de euros, las normas mas severas que rigen los déficits y deudas y la naciente unión bancaria), nada de eso realmente salvará a Italia si los mercados deciden que la deuda de Roma es insostenible. Lo único que quedaría entre Italia y el abismo son las imprentas del Banco Central Europeo, que Mario Draghi hace un año prometió desplegar.
Ese es un formidable cortafuegos, y el programa de compra de bonos de Draghi, conocido como Transacciones Monetarias Directas (OMT, por sus siglas en inglés) tranquilizó los mercados como nunca. Pero las OMT son tanto una herramienta política como monetaria y sólo se pueden desplegar si un país en problemas se entrega primero a un programa de rescate aprobado por Bruselas.
Es por eso que importa la nueva agitación política en el sur.
Las OMT nunca se pusieron a prueba. Si uno de esos gobiernos cayera y fuera reemplazados por populistas que se oponen a los rescates, los mercados muy rápidamente recordarán que la compra de bonos del BCE no es igual a la que implementan el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal de EE.UU.
La actual calma podría marcar el fin del comienzo. O podría ser la calma que antecede a la tormenta.
