A Occidente no le gusta pensar que está en guerra con Rusia. Sin embargo, el gobierno ruso parece estar pensando que está en guerra con Occidente. Para el presidente Vladimir Putin, sus compinches y, cada vez más, una gran parte de la población rusa, la historia de las últimas dos décadas y media es una triste ofensa y no una oportunidad trágicamente perdida. Rusia desperdició, tal vez inevitablemente, la chance de vivir bajo un gobierno honesto sujeto al estado de derecho. Ahora, en lugar de tratar de remediar dicho fracaso, sus gobernantes desean privar a Ucrania de esa oportunidad.

La cuestión es cómo Occidente debería responder. Nada haría más para sacudir a la cleptocracia rusa que la transformación de Ucrania en una democracia estable y próspera. Putin y sus colaboradores temen a semejante posibilidad. La OTAN, independientemente de sus resoplidos, no constituye una amenaza para ellos. Pero el surgimiento de una Ucrania democrática y gobernada por leyes, sí. Evidentemente, la búsqueda de ese resultado implica riesgos pero no se puede hacer caso omiso a los beneficios a largo plazo.

El punto de partida tiene que ser la economía. Ucrania por fin parece tener un equipo competente y decidido de reformadores. La revolución que expulsó al presidente Viktor Yanukovich de su cargo hace un año, y las batallas que siguieron, tuvieron un efecto purificador. El gobierno parece entender que ésta es la última oportunidad para su país. El cuarto de siglo de corrupción e incompetencia debe terminar para que Ucrania tenga futuro, y preferiblemente un buen futuro.

En 1990 Polonia y Ucrania tenían niveles de vida similares. El de Polonia se disparó; Ucrania descendió. En 2013, el PBI real de Polonia per cápita (en paridad de poder adquisitivo) fue 160%o más alto que el de su vecino oriental. A Rusia le ha ido mucho mejor que a Ucrania, aunque en parte eso se debe a sus abundantes recursos naturales.

El rendimiento a largo plazo ha sido crónicamente pobre. Desde el inicio de la guerra, esta condición se ha vuelto crítica. El PBI real se contrajo un 8% entre el cuarto trimestre de 2013 y el tercer trimestre del año pasado. La guerra estaba destinada a tener un impacto semejante, ya que Donetsk y Lugansk las regiones más afectadas solían generar el 16% del PBI. La guerra también barrió salvajemente con la confianza. Las reservas en moneda extranjera se derrumbaron a u$s 6.600 millones en diciembre de 2014, o alrededor de un mes de importaciones, debido a la fuga de capitales. La grivna se derrumbó. El resultado será, inevitablemente, un gran salto de la inflación y una mayor presión sobre los niveles de vida.

Éstas son, pues, las tristes condiciones en las que el Fondo Monetario Internacional está tratando de negociar una nueva facilidad de crédito plurianual. El objetivo, como lo dijera Christine Lagarde, su directora general, es "apoyar medidas inmediatas de estabilización macroeconómica, así como amplias y profundas reformas económicas durante varios años".

Entonces, ¿cómo debería ser ese programa? Primero, la característica más importante debe ser un conjunto integral de reformas encaminadas a poner fin a la corrupción y al clientelismo que han empañado el gobierno, el sector privado, y la relación excesivamente íntima entre los dos. Como Anders Aslund del Instituto Peterson de Economía Internacional señala, hay importantes reformas en marcha. Estos incluyen la "unificación de todos los precios de la energía a nivel de mercado, lo que eliminaría la mayor causa de la corrupción en lo más alto de la jerarquía y la necesidad de enormes subsidios".

Otra reforma es la "eliminación de docenas de agencias de inspección, permisos, licencias y certificaciones". Un tercer punto importante es limpiar de corrupción a las restantes empresas estatales. También será relevante la reforma de la banca, en particular la eliminación de los préstamos bancarios a gente conectada con las entidades empresarias más grandes. Esto tiene como objetivo limitar el dominio de los oligarcas, la mayoría de los cuales se apoderaron de las riquezas durante los primeros años que siguieron a la independencia.

El gobierno ha hecho un gran esfuerzo para contener el déficit fiscal. Sin embargo, como también señala Aslund, Ucrania necesitará más dinero para gestionar su crisis cambiarias. Argumenta que este año necesita por lo menos u$s 27.000 millones del FMI, EE.UU. y la UE. También precisa un fuerte alivio de los acreedores privados. El objetivo de este apoyo es permitir a Ucrania llevar a cabo las reformas necesarias, incluso bajo un estado de agresión. Este apoyo podría tener exactamente el mismo fin y justificación que el apoyo de EE.UU. a Europa occidental durante los primeros años de la guerra fría. El objetivo es mostrar que Occidente simplemente no abandonará a Ucrania, siempre y cuando se apegue a sus objetivos recién establecidos.

La semana pasada, el FMI anunció que concederá a Kiev un nuevo préstamo por u$s 17.500 millones a cuatro años cambio de reformas.

Prestar la asistencia que Ucrania necesita no sólo para sobrevivir sino también para realizar un ambicioso programa de reformas es condición necesaria para el éxito estratégico. No es condición suficiente. Obviamente, hay otras grandes preguntas. ¿Debería amenazarse a Rusia con sanciones más severas? ¿Debería armase Ucrania, aunque sólo a la defensiva? Mi respuesta a ambas preguntas es sí. Sin embargo, está claro que hay argumentos en contra de estas opciones, que llevan algunos grandes riesgos y que también podrían fallar en su intento de disuadir el revanchismo aterrador de Rusia.

Más allá de lo que uno pueda pensar acerca de estas opciones, el argumento en pro de ayudar a Ucrania económicamente es moral y políticamente abrumador. Occidente tiene los recursos para estabilizar la economía contra todas las eventualidades, con la excepción de una masiva invasión rusa. Incluso la suma de u$s 27.000 millones sería muy inferior al 0.1% de la producción económica de EE.UU. y la UE juntos, un pequeño precio a pagar por la posibilidad de obtener una gran democracia estable en el flanco oriental de Europa.

Por otra parte, si eso se lograra, las posibilidades de convencer a Rusia de que se una a este club seguramente también aumentarían, aunque sólo en el largo plazo. Independientemente de lo que uno opine acerca de la diplomacia, de las sanciones más duras o de armar a Ucrania, Occidente debería de darle a Kiev por lo menos la ayuda que necesita para lograr una economía reformada. Eso bien pudiera ser insuficiente. Pero es evidentemente esencial.