Desde finales del siglo XIX, un grupo de inmigrantes polacos en los Estados Unidos cuestionó con firmeza la autoridad del clero romano. Se sintieron marginados por una jerarquía dominada por obispos irlandeses y alemanes, que les negaban pastoral en polaco y control local sobre sus parroquias. En respuesta, en 1897 se formó una nueva iglesia que sería el embrión de la rebelión contra Roma en territorio norteamericano.
La Iglesia Católica Nacional Polaca (PNCC, por sus siglas en inglés) se estableció oficialmente en Scranton, Pensilvania, bajo el liderazgo de Franciszek Hodur, un cura polaco que buscó solucionar tanto la brecha cultural como la pérdida económica que sufrían sus fieles. Con el tiempo, esta iglesia creció, se consolidó y se distanció deliberadamente de la Santa Sede.
Una ruptura en "la tierra prometida"
Tras su llegada a EE.UU. en 1893, Hodur fue ordenado sacerdote y tomó las riendas de la parroquia St. Stanislaus en Scranton. Pronto fue evidente el choque cultural: la comunidad polaca pedía escuelas en su idioma y poder decidir sobre el patrimonio parroquial. En 1897, tras sistemáticas negativas de la jerarquía católica romana, se produjo la ruptura. Ese año nació de la rebelión polaca una iglesia con identidad nacional propia.
En 1907, Hodur fue consagrado obispo por obispos de la rama vieja-católica en Utrecht (Países Bajos), consolidando la legitimidad apostólica de la PNCC. Con esta acción simbólica, la PNCC no solo se desmarcó del Vaticano, sino que adoptó una estructura episcopal independiente, sin obediencia a Roma.
¿Por qué este cisma desafía al Vaticano?
La PNCC conserva muchos rasgos de la doctrina católica tradicional, incluyendo la liturgia con transubstanciación, los siete sacramentos, el celibato opcional y el culto mariano. Sin embargo, rechaza la primacía papal: no reconoce al Papa como autoridad suprema, limitando su obediencia a un concilio de obispos de la iglesia nacional.
Esta postura coloca a la PNCC en la órbita de las iglesias viejas-católicas: conserva rasgos tradicionales, pero reivindica autonomía regional frente al Vaticano. Además, desde 2004 ya no forma parte de la Unión Utrecht, debido a diferencias como el rechazo a la ordenación de mujeres. En cambio, se identifican con tendencias conservadoras y se acercan ecuménicamente a sectores anglicanos.
Una voz fiel y nacionalista en los EE.UU.
Aunque su presencia es discreta-con unos 30.000 fieles repartidos en cinco diócesis y 128 congregaciones en los EE.UU. y Canadá-su influencia simbólica es notable. El hecho de que una iglesia de raíz inmigrante se haya convertido en estructura autónoma y organizada marca una declaración de identidad cultural y religiosa.
Su máxima autoridad es el Obispo Principal Anthony Mikovsky, electo en 2010, quien encabeza junto al sínodo episcopal y el Consejo Supremo el gobierno nacional de la Iglesia.
Desde Scranton, la PNCC ha mantenido una posición crítica hacia el Vaticano: lamentan que éste no respetara las particularidades lingüísticas y culturales de sus fieles a finales del XIX. Hoy, su discurso aporta un contrapunto interno dentro del cristianismo norteamericano: un llamado a mantener la tradición sin subordinarse al centralismo romano.
¿El fin de una rebelión o el ejemplo de una iglesia libre?
Bajo el liderazgo sucesivo de su cónclave episcopal, la PNCC mantiene una gobernanza episcopal democrática, semejante a modelos protestantes, donde los sacerdotes y las comunidades tienen voz en decisiones administrativas. Eso refuerza su identidad comunitaria y alejada del modelo clerical romano.
Además, está integrada en el Union of Scranton, una alianza con otras iglesias viejas-católicas afines en Norteamérica. Este diálogo ecuménico les permite sostener una red que no depende de Roma, pero que sí valora la liturgia tradicional y la continuidad apostólica.