La desazón que embargó a la Argentina por el duro golpe recibido ayer en el Mundial de Rusia expuso una realidad que trasciende al fútbol y, como en tanto otros campos, encuentra su relación también con la economía.
Conocedor de tiempos de gloria, el argentino sustenta su ilusión en las potencialidades y pierde de vista la necesaria construcción de una base con la que pueda afrontar las contingencias que se cruzan en el camino al éxito. Ayer, mientras la Selección se derrumbaba ante Croacia, se conocían los datos de una balanza comercial que refleja un problema de fondo: la primarización de la economía nacional.
La Argentina, el otrora granero del mundo, es un país cuyo comercio exterior se basa, fundamentalmente, en su producción agropecuaria. Y, como sucedió ayer con el equipo de Jorge Sampaoli tras el error del arquero argentino, cuando un factor inesperado altera su normal funcionamiento, deja al desnudo todas sus carencias. Esa eventualidad, en este caso, fue la sequía, que afectó a la zona núcleo y derrumbó las exportaciones.
Para amortiguar el golpe y potenciar el crecimiento, es necesario avanzar con políticas que incentiven el crecimiento industrial y el desarrollo de empresas, de manera de facilitar la venta de productos y servicios argentinos al exterior. Así, se podrá pensar no solo en una imprescindible mejora del nivel de empleo, que se mantiene estancado, sino en olvidar los tiempos del saldo negativo que hoy exhibe el comercio argentino, con una racha de 17 meses seguidos en rojo que conformó un déficit superior a los u$s 13.000 millones, poco menos que el primer desembolso del préstamo que el FMI hizo llegar por estas horas al país. Caso contrario, se seguirá aferrado a la falsa esperanza de que el potencial de un solo jugador derive en el éxito argentino, sin un proyecto que ayude a transitar ese camino. Tanto en la cancha como en la economía.