Cuenta que, cuando era chico, rompía todos y cada uno de sus juguetes. Y que ahora, quizás, está compensando tantos años de destrucción. "Para estar más tranquilo conmigo mismo o para irme más tranquilo al cielo", bromea Flavio Ricciardi, restaurador de juguetes antiguos. A sus manos llegan objetos de coleccionistas que buscan una puesta en valor de sus piezas o simplemente algunas mejoras que les permitan legarlos a sus hijos o nietos.
Formado en la carrera de Restauración en el Instituto Universitario Nacional de Arte, Ricciardi se lanzó a la reparación y restauración integral de juguetes antiguos, especializándose en los de hojalata. "Es un material muy noble que, lamentablemente, no se usa más porque fue desplazado por el plástico. Esos ejemplares de lata, que hoy nos resultan piezas preciosas y fascinantes, con un trabajo muchas veces minucioso de pintura y terminación, estaban destinados a una clase social baja. Entre los años '30 y '40, eran baratísimos. Hoy, en cambio, se cotizan a precios desmesurados", apunta el experto.
Entonces, baja de la estantería una avioneta de hojalata de 50 centímetros, cuya pintura ilustra con total detalle vigas de acero, tornillos cromados e incluso un tripulante de anteojeras y pañuelo al viento. "Imaginate que tenés 8 años y tu papá aparece, una tarde, con este juguete. Es una maravilla, un objeto hermoso, imponente. El chico que recibía esta pieza jugaba de otra manera, con un sesgo de respeto por ese juguete diferente al que siente ante algo de plástico, de madera o de tela", apunta. Y es verdad: a primera vista, la avioneta suscita el asombro reverencial de lo que se intuye espléndido, único; luego, al tomarla entre las manos, su peso, su consistencia, su textura e incluso su temperatura imponen una manera especial de manipularla, un modo singular de jugar. El aviador sobrevuela la buhardilla hasta su estante, aunque su espíritu queda un rato flotando en el ambiente.
Por la ventana entra todo el sol de Liniers. Tom, el gato, empuja la puerta entreabierta. Salta a la mesa de trabajo, como compitiendo por el lugar de estrellato que, ahora, detenta una limosina amarilla, una pieza que nos transporta al Hollywood de los años '50. "Hace tres meses que trabajo en esta pieza, que recibí destruida por la mitad por obra del fuego. Mi especialidad es que no se note la diferencia entre lo original y lo restaurado".
¿Cómo empezó esta pasión por los juguetes?
Empecé restaurando juguetes para mí. No soy coleccionista, pero tengo algunos autos japoneses de los años '40 que necesitaron ser reparados o pintados. Así, comencé a conectarme con algunos coleccionistas, vendedores y amantes de los juguetes antiguos. Y, de a poco, me fui dando a conocer.
A 10 años de aquel comienzo, Ricciardi es uno de los más recomendados en su rubro -hojalata- y está en vías de expandir su taller porque el trabajo es imparable. Además, el año pasado, una de sus piezas restauradas fue tapa del Diccionario de Juguetes, escrito por Daniela Pelegrinelli, que documenta gran parte de la historia del juguete en la Argentina.
Cirugía de hojalata
Cuando un cliente llega a su taller, comienza la fase detectivesca de la labor de Ricciardi. "Lo primero que hago es ubicar la pieza: necesito saber quién la fabricó y cuándo. Para eso, investigo en catálogos, sitios de Internet y libros. También busco fotos o publicidades de juguetes en revistas antiguas". Esta parte del trabajo no es para nada sencilla porque "no siempre la información está disponible y, además, la pieza suele llegar en un estado irreconocible. Cuando logro saber cómo era originalmente, le pregunto al cliente cómo quiere que intervenga: hay gente que quiere reproducirla tal cual era, con el mismo color e incluso los mismos defectos de fábrica; mientras que otros me dejan más libertad artística".
¿Cómo imitar los errores de fábrica?
Son detalles que uno va conociendo en el oficio. Por ejemplo, los autos Duravit, que se vendieron mucho en los años '40 y '50, solían tener la pintura un poco chorreada: los hacían a tal velocidad ante la gran demanda, que quedaban las marcas de la pasada de pintura. Y yo reproduzco esas exactas pinceladas. Además, con el tiempo he desarrollado los mismos tonos. Es decir, no pinto el verde del Duravit de un verde parecido, sino del mismo color.
De hecho, he mandado a fabricarlos y hoy tengo toda la gama completa de la paleta Duravit. Una vez identificado, el juguete es sometido a varios procesos: "En los de hojalata, primero se hace el arenado de la carrocería, para limpiar la superficie. Luego se repara la hojalata, porque puede haber zonas podridas, y después se le da una mano de antióxido. Sobre el antióxido se le da la base de color y después empieza el trabajo de litografía: la pintura de los detalles".
Describir su trabajo le lleva pocos minutos al artista. Sin embargo, el proceso real puede demandarle entre dos y cuatro meses. "Siempre sigo las técnicas de pintura originales: pinto del mismo modo que se pintaba antes. Y hay que cuidar los cromados, porque a veces eran más opacos, a veces bien brillantes", acota.
La limosina amarilla brilla, despampanante. "Ya la estoy terminando. Es una pieza marca Matarazzo de 1940", detalla. El pomposo auto tiene un chofer, también en hojalata. "Es bastante común que los muñecos que tienen adentro los autos o los camiones, falten. Entonces, los mando a hacer con una matriz especial para cada modelo", apunta Ricciardi, quien considera al trabajo de matricería como una de las fases más apasionantes del proceso de restauración. Porque se trata de obtener la copia exacta de una pieza, una obsesión que se luce especialmente en los radiadores.
"Con algunas piezas originales que tengo de referencia puedo hacer una copia exacta y reproducir el original", desliza, al tiempo que abre una caja -que bien podría ser el cofre de las joyas de la abuela- y muestra una colección de brillantes radiadores. Son pequeños, perfectos y brillan exactamente lo necesario. Sin embargo, no todo es cuestión de apariencia. Porque también hay mecanismos internos para reparar: cuerdas, flejes, volantes, ruedas y diversos componentes de un engranaje que, tras pasar por sus manos, vuelve a funcionar. Y a ilusionar.
¿Se puede volver a jugar con estos juguetes?
Sí. La idea es que funcionen tal y como lo hacían cuando eran nuevos. Aunque el coleccionista los saca poco de la vitrina.
¿Qué es lo que más valora de su trabajo?
El manos a la obra: ponerme con cada pieza, meterme en cada juguete. No es como la restauración de cuadros, en la que hay procesos ordenados y guías que organizan cada paso, casi automáticamente. En el caso de los juguetes, cada pieza tiene su técnica, su pintura, sus diferentes tratamientos. Por eso, es un trabajo que siempre resulta un desafío creativo.
Porque cada juguete de hojalata es diferente. Claro que el que no sabe mirar, no ve las diferencias. Por eso, me gusta especialmente cuando me traen un juguete destruido. Ahí es cuando se luce mi trabajo, que consiste en restaurar sin que se vean las diferencias, empleando técnicas de envejecido, por ejemplo.
En el taller de Ricciardi gobiernan los instrumentos que utiliza a diario: torno de mano, arenadora, aerógrafo, balancín, soldadora de punto y cortadora de lata. También hay una colección importante de esmaltes, diluyentes, guillotinas, yeso y acrílico. "Todo se usa según el juguete. Y el proceso de restauración también determina la vida futura de la pieza. En ese sentido, además instruyo a muchos coleccionistas sobre cómo cuidar cada objeto, cómo exponerlo o cómo limpiarlo".
La marca del tiempo
"Los coleccionistas, en general, son muy celosos de sus piezas. Por eso, no comento nada con quien no sea su dueño. Y guardo todo en cajas, para que nadie vea ninguna pieza que no le pertenece", susurra.
El ambiente se torna elusivo, como de película de súper espionaje. Y quizás sea algo así. Porque los coleccionistas son personas cuya pasión es consumar series. De alguna manera, buscan algo parecido a la perfección, que se basa en la ilusión de completitud: la pieza más difícil, unas veces; la forma genuina de cada objeto, en la mayoría de los casos.
"Mis clientes son muy fanáticos", concede Ricciardi, quien reconoce dos vertientes: los que quieren restaurar el juguete para que parezca nuevo, como recién salido de fábrica, y los que quieren conservar en cada pieza la huella del tiempo que pasó. "Este colectivo -apunta, mientras toma de un estante un bondi my años '50, algo despintado- tiene esta pátina de gastado, marca del paso del tiempo, que, a mi criterio, sería hermoso conservar. Porque está muy bien de colores: tendría que sacarle algún rayón, repintar alguna pequeña parte y nada más. Puedo recuperar las zonas dañadas, que son pocas, y hacerle un tratamiento especial para dejarlo con ese aire de antiguo, de usado, que tiene ahora. Pero el dueño lo quiere a nuevo. Es otra valorización de la pieza, otro punto de vista".
Se le nota, en la mirada, cierta pena culposa por tener que borrar esa pátina de los años, ese recuerdo del niño que lo usó hasta gastarlo. Parte del trabajo del restaurador, entonces, es debatir y comprender deseos, necesidades y valoraciones de los interesados en la restauración. Un sesgo psicológico de su oficio.
¿Cuál es el valor de un juguete puesto a nuevo frente a uno restaurado?
No hay un valor dado. Yo les digo a mis clientes todo lo que tengo que hacer con cada pieza y le pongo un precio a mi trabajo. Si les parece bien, lo hago. A veces, el juguete se va de escala, porque lo pagaron a un precio alto, al que se suma el valor de la restauración. En esos casos, yo mismo les digo que no conviene, porque no lo van a poder revender. Ahora, si el juguete te gusta, o era el preferido de tu infancia o de tu papá cuando era chico, no tiene precio. En ese caso avanzamos con la tarea, no importa cuánto cueste.
¿Cómo nace un coleccionista de juguetes?
Generalmente, empiezan con una pieza que se encontraron por casualidad en una limpieza o mudanza, en la casa familiar o de una tía solterona. Se fascinan cuando encuentran esas cosas viejas en la baulera. Y ahí empiezan a obsesionarse. Al primer objeto le sigue el segundo: el de otro color, el del año siguiente, el de otra marca. La idea es hacer una serie para acumular de manera sistemática. No los quieren para jugar: adoran la pieza como fetiche. Cuando se la llevan, restaurada, la ubican en un lugar preferencial de la casa, para verla mientras cenan o mientras miran tele.
Y usted, ¿cómo se lleva con su colección?
Yo también tengo mis autos en un lugar central de mi casa. Y si hay una pieza que me interesa y me gusta y la quiero comprar, el día que la tengo, la pongo en la mesa y la miro: disfruto de verla. O la guardo en la vitrina y, cuando miro tele, desvío los ojos y le pego una ojeada. Es lindo. Es sano. No hago mal a nadie. Si te controlás, es simplemente un placer personal.
Recuerdos son recuerdos
"Cuando tengo un juguete en mis manos, me olvido de la vida real, pierdo todo contacto con lo material, estoy aprisionado en mi mundo de fantasía y ese es el momento en que vivo enteramente", asegura Pascual Daniel Scardaccione, coleccionista acérrimo y director de 100 años Jugando (www.museoargentinodeljuguete.com), un mega museo de 1.600 metros cuadrados próximo a inaugurarse en El Calafate.
"En principio se pensó como un museo de juguetes, pero se transformó en un museo de la infancia", apunta Scardaccione. La diferencia radica en que, además de los juguetes que forman el 85 por ciento del patrimonio del centro cultural, se sumaron gran cantidad de artículos y publicidades que formaron parte de la niñez de los argentinos entre 1870 y 1970. El museo exhibirá más de 15 mil piezas, argentinas y extranjeras, distribuidas en salas especiales. Así, por ejemplo, habrá un área consagrada a los juguetes Matarazzo, otra que albergará la colección de juguetes que regalaba la Fundación Eva Perón y otra que concentrará la memorabilia inspirada en populares personajes de historietas, televisión y cine.
"Del desván de la abuela al museo hay un trabajo de búsqueda incesante que consiste en encontrar las piezas y ponerlas en condición de exhibición, que para mí significa restaurar sólo la parte mecánica del juguete y no lo demás, porque las marcas del uso y del tiempo le dan valor a cada pieza", apunta Scardaccione, coleccionista desde hace 40 años por tradición familiar. El espacio contará con un restaurante temático, así como con una tienda de memorabilia y una zona de juegos interactivos que harán las delicias de los visitantes con alma de niños. La expresa misión del museo es "recordar los juguetes y juegos que hemos tenido, los que conocimos y no pudimos tener, los que no sabíamos que existían. Pero también los libros de nuestra infancia, nuestros héroes de historietas, televisión o cine, nuestras golosinas preferidas e incluso las publicidades de aquella época".
El valor del ayer
Daniela Pelegrinelli, especialista en juguetes, es autora del Diccionario de Juguetes Argentinos: Infancia, industria y educación 1880-1965 (El Juguete Ilustrado Editor), obra enciclopédica para la cual consultó -a lo largo de una década- a coleccionistas y restauradores de muñecas, revisó el archivo de la Cámara Argentina de la Industria del Juguete y entrevistó a fabricantes.
"Cada colección tiene su lógica: puede ser de robots, muñecas, juguetes mecánicos, de hojalata. Las cualidades comunes pueden ser la rareza y el buen estado de las piezas. Las series también dependen de la demanda y la tendencia del mercado de antigüedades y del mercado de los juguetes de colección, en particular. Es habitual que se compre lo que ya tiene cierto valor, como una apuesta a futuro o inversión.
Pero, los coleccionistas más interesantes, a mi modo de ver, son aquellos que proceden al revés: los que compran lo que todavía no ha sido valorado y se comprometen con su reposicionamiento. A mí no me interesa tanto que una pieza cobre valor económico como que sea valorada históricamente", señala la investigadora, a cargo de la curaduría del Museo Municipal del Juguete de San Isidro (www.museodeljuguetesi.org.ar), que abrió sus puertas en julio pasado.
¿Hay un valor de mercado estipulado para un juguete de colección?
Sí, por supuesto. El mercado internacional tiene reglas bastante claras y precios determinados por el comercio constante y, sobre todo, por los remates, donde los precios son altos. Hay, además, libros que fijan precios, catálogos y publicaciones periódicas.
¿Cada coleccionista sabe cuánto vale su colección?
Es difícil establecer el valor de una colección porque fluctúa según las incorporaciones. Además, depende del tipo de juguetes, por lo que puede estar más o menos atada a los precios internacionales, por ejemplo. En este sentido, los juguetes se comportan como cualquier otro bien patrimonial. Y más, en el sentido de cualquier antigüedad. En general, los coleccionistas compran y venden para sostener la colección, pero también porque no es un conjunto acabado sino que se va modificando.
¿Y cuáles son los juguetes que más cotizan?
El precio de los juguetes depende de la demanda: si nadie lo quiere comprar, el juguete no vale nada. Hay muñecas de porcelana que valen mucho dinero, son raras y están en las grandes colecciones internacionales. Me parece que hablar del precio de los juguetes puede generar la falsa idea de que cualquier juguete vale un dineral y la verdad es que los juguetes que valen mucho son pocos. Algunas muñecas están valuadas en más de u$s 100 mil. El valor depende de muchos factores. A veces, incluso de pequeños detalles. Un juguete que ha perdido un detalle importante puede perder hasta las tres cuartas partes de su valor.
