Emprendedor y apasionado, Federico Churba es uno de los jóvenes creativos que sube escalones en la industria internacional del mueble. En mayo participó, por segunda vez, de la prestigiosa Feria de Milán, donde fue el único argentino en presentarse en el Salón Satélite, un espacio en el que sólo se exhiben las novedades e innovaciones de unos pocos y destacados profesionales del mundo menores de 35 años. Allí, montó un stand con un decena de productos, como la Poltrona Poul, una silla baja de estructura metálica inspirada en una obra del reconocido diseñador danés Poul Kjaerholm; la lámpara Arlequín, de pie o colgante, con chapa de madera; y mesas Corcheas, ideales para tener al alcance de la mano. En la feria se destacó, además, su lámpara Hanoi, que formó parte del espacio de la firma italiana Prandina, referente de iluminación en Europa que en la edición del año pasado adquirió la licencia para comercializarla en el Viejo Continente.
“El hecho de estar con la lámpara en otro espacio que no es el mío, fue una gran alegría. Poder tocar y probar un producto diseñado por mí pero made in Italy estuvo buenísimo”, describe. Por otra parte, la reconocida estadounidense Crate&Barrel adquirió la licencia de su lámpara Faroles y de su silla Horqueta; mientras que la sueca Karl Andersson compró la de las bibliotecas Cerco, que estarán disponibles en aquel país a partir de 2012. Por si fuera poco, como amante de los retos, Churba se anima a un nuevo proyecto de tapicería del que todavía no adelanta detalles.
El diseñador industrial –primo del famoso Martín Churba e hijo de arquitectos (también lo son sus tíos, esposa, suegro y cuñada)– tiene, desde 2008, su propio estudio. Pero hace ya una década que disfruta la profesión. De hecho, en su currículum figura la fundación, junto a otros colegas, de la creativa firma Perfectos Dragones, que integró hasta 2004. En todo este tiempo expuso, además, en ferias internacionales como 100% Design, en Londres, y ICFF, en Nueva York; así como en las locales Puro Diseño, Design Connexion y Casa FOA.
No siempre hubo tantas certezas en su hoja de ruta. “Creía que iba a ser arquitecto. Me encanta ver publicaciones y recorrer ciudades en función de sus contenidos arquitectónicos contemporáneos. Pero cuando era chico venía acá, donde había un estudio de arquitectura (N. de la R: actualmente está Gris Dimensión, el local de mobiliario de alta gama de su padre) y me ponía a dibujar muebles o piezas pequeñas”. Desde entonces, como si su espíritu creativo le susurrara los trazos sobre el papel milimetrado, Churba se inclina por el diseño de productos ligados al equipamiento. Sin embargo, hoy, a diferencia de ayer, además de pasión en el corazón, criterio estético en las venas y avezada mirada, está muy presente el conocimiento académico. Es que además de intuición y sensibilidad, hace falta dominar cuestiones formales que abren la puerta a nuevos horizontes creativos.
¿Qué es lo que más le apasiona de su oficio?
Se disfrutan muchas cosas. Depende de cada momento y de cada proyecto. De todas maneras, lo que más disfruto es el dibujo, el proceso inicial. Y quizás todavía más cuando empiezo a generar alternativas y una etapa de expansión. Experimentar es lindo y a la vez aterrador. Porque terminás una pieza que te costó sangre, sudor y lágrimas y ya forma parte del pasado. Hay que volver a empezar. Reinventarse es una dinámica bastante tirana.
Sin recetas
Algunos de los diseños más sobresalientes de Federico Churba tienen una inintencionada influencia oriental. De hecho, la distinguida lámpara Hanoi (foto) parece un hombre cruzado de piernas que, con un sombrero vietnamita, inclina su cabeza hacia adelante. El simpático y verborrágico entrevistado se reconoce como un “admirador absoluto del diseño japonés y de las formas orientales”. Por otra parte, tiene una máxima interesante cuando de criterio estético se trata: “Me parece que cuando los productos se complejizan innecesariamente, no suman en lo más mínimo. Soy bastante riguroso en cuanto a las formas. No tengo una plasticidad extrema”. Pero está claro que lo que no debe faltar en un producto es equilibrio entre funcionalidad y belleza. “Y le agregaría algo más a esa dupla: la durabilidad. No me refiero sólo a que esté realizado con materiales que no se rompan o dañen, sino que sea un producto que en cinco años me siga gustando. Y, en ese sentido, determinadas líneas y objetos complejos pueden tener un buen efecto a corto plazo pero a los dos años posiblemente me canse de verlos y quiera cambiarlos, no porque no funcionen más sino porque no me sirven en términos visuales”.
De todos modos, el diseñador aclara que “cada proyecto tiene por delante necesidades diferentes. Ser conscientes de ellas a la hora de desarrollarlas, es fundamental. Quizás hay momentos en que se precisa ser absolutamente rupturista, y entonces la perdurabilidad y la simpleza son menos importantes; y hay otros proyectos que requieren que uno sea híper funcionalista. Como diseñador, uno debe poder operar en todos esos desafíos”, concluye.
Churba asegura que sus momentos de mayor inspiración pueden llegar incluso cuando se está por dormir. De todas maneras, nunca un producto aparece por arte de magia o de iluminación instantánea. Inquieto, dubitativo y perfeccionista, a este diseñador lo abruman las alternativas, los cambios y los detalles a tener en cuenta. “No me gusta cuando una idea queda plasmada en un producto muy velozmete”, advierte.
Por ello, una nueva propuesta debe ser contundente y, en consecuencia, demandarle “no menos de seis meses y no más de dos años”. Se reconoce meticuloso. “Y totalmente indeciso. Hasta que las circunstancias me obligan a tomar decisiones. Incluso la gente de la oficina sabe que me tiene que obligar a bajar el martillo en determinadas cosas. Llegado el momento, me pongo muy resolutivo. Así y todo, confieso que muchas veces hay cosas que, terminadas, las vuelvo para atrás”.
¿Diría que ya perfeccionó su método?
No, para nada. Cada proyecto tiene una génesis completamente diferente. En momentos de mayor amplitud, donde una idea abstracta puede plasmarse en una mesa o una biblioteca, me doy libertad para explorar distintas áreas. Y en otras instancias necesito desarrollar productos específicos de determinadas características. Entonces, en ese caso, el approach arranca por otro lado. Pero no tengo un método muy claro o un proceso demasiado lineal. De hecho, soy bastante caótico. Tiendo a explorar muchísimas alternativas hasta que desarrollo una respuesta.
Los creativos deben ser open-minded y, al mismo tiempo, mantener los pies en la tierra. ¿Quién impone los límites?
El mercado, definitivamente. Uno puede tratar de desconocerlo o de hacerse el distraído pero, a la larga, el mercado es quien decide el éxito o el fracaso de un producto.
De todas maneras, tiende a experimentar...
Una de las cosas más interesantes de esta profesión es que tenemos un abanico de posibilidades casi infinitas porque texturas y materiales, naturales o sintéticos, producidos de una u otra manera, nos dan una variedad inmensa de opciones. En general, sí, me gusta experimentar. Y en mis inicios trabajaba de forma mucho más experimental. Me parece súper importante hacerlo, pero no sólo con materiales sino también con procesos. Por eso, en la actualidad, con los talleres de producción trabajamos en conjunto la manera en que se va a realizar cada pieza. Es interesante porque al taller lo obligás a parar un poco la pelota y abrir el abanico. Mientras que, al mismo tiempo, parte del trabajo en mi oficina tiene que ver con desarrollar el instrumental necesario para producir una pieza de tal o cual forma. Pero tiene su costado complicado porque no siempre los talleres tienen el interés o la disponibilidad para cambiar procesos y rutinas.
¿Qué relación mantiene con los colores?
Me gustan cuando son luminosos, pero no siempre tengo la posibilidad de aplicarlos. Es ahí donde uno más escucha las necesidades del mercado. Actualmente, hay una aceptación más fuerte de las maderas oscuras. Por lo que, por más que intente ir contra la corriente y proponga las claras, que son mis favoritas, el producto no se va a vender. El mercado local es particularmente reacio al color. Lo que es más homogéneo tiende a una penetración más fácil en la Argentina. De todas maneras, intento ir incorporando color en algunos detalles.
¿Con qué sueña alguien tan creativo?
Con jubilarme (risas). Sueño con mi proyecto, que no es una lámpara ni ningún otro objeto en particular, sino crecer profesionalmente, es decir, con que mis productos sean fabricados cada vez por más empresas y resulten cada vez más interesantes.
¿A qué diseñadores admira?
El diseñador industrial italiano Antonio Citterio, porque maneja la sutileza de una forma superlativa, y a Patricia Urquiola (N. de la R.: Arquitecta española que diseña, desde Milán, para Alessi, Molteni y Kartell). Evidentemente, ella es la diseñadora del momento porque le dio a la industria un sello bastante interesante en cuanto a la textura y el color. Y le agregó una cuota de femineidad que le hacía falta.
