"Hay poca educación, hay muchos cartuchos, cuando se lee poco, se dispara mucho", cantan con la simpleza que los caracteriza los puertorriqueños de Calle 13 en ‘La bala‘. Así, sin demasiados rodeos y con cumbia de fondo, Cristian Alarcón habla del recorrido de la bala que mató a Víctor Manuel el ‘Frente‘ Vital, un adolescente asesinado por la policía bonaerene en febrero de 1999.

En Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (Editorial Aguilar) Alarcón parte del asesinato de el Frente, un pibe chorro devenido en Robin Hood de la villa y elevado a la categoría de santo pagano entre sus vecinos tras su muerte, para contar compleja realidad de quienes viven en una de las zonas con mayor desigualdad social del país: el norte del Gran Buenos Aires.
"Al Frente lo consideraban tan poderoso como para torcer el destino de las balas y salvar a los pibes chorros de la metralla" señala el autor refiriéndose al mito reinante en la zona tras su muerte. Considerado el último ladrón con códigos, al Frente se le atribuyen osadías tales como asaltar un camión de La Serenísima y repartir yogur para todos los chicos de su barrio, además de queso y leche para los presos de cárceles de la zona.
La cocaína, la marihuana pero sobre todo las pastillas de ropinol y los dealers son la causa visible de todos los males, según los chicos ya ‘rescatados‘. "Ahora los pibes vienen más atrevidos" dice Manuel, amigo del Frente y una de las múltiples voces que aparecen en el libro.
El cambio de siglo último funciona como una especie de bisagra en el libro. Si bien el relato de Alarcón tiene como ruido de fondo la crisis social de fines de los 90 e inicios del del Siglo XX en la Argentina, no hay piquete ni cacerola que pueda redimir a sus protagonistas. En los barrios más pobres de San Fernando, Carupá y Tigre existe una realidad paralela.
Ese cambio de época devino definitivo e irreversible. Todo se hizo más pérfido según la visión de todos. Perfidia siempre pensada en supuestos antagonismos: guerra entre los transas que venden droga versus los delincuentes comunes. Entre los que roban hasta en el barrio y los que hacen su trabajo afuera. Drogas menos dañinas versus la letal jarra loca con pastillas. Lealtad ‘a la cana‘ contra enemistad desenfrenada.
Narrada como una novela y con la rigurosidad de un trabajo de campo antropológico, el relato de Alarcón, apoyado en la investigación periodística de Silvina Seijas, por momentos posee la asepsia de las matemáticas. Y no porque frivolice las miserias humanas, sino mas bien que las pone sobre la mesa sin hacer caer en obvias demagogias o innecesarias bajadas de línea.