Después de trece años de tortura y confinamiento en calabozos minúsculos de todo Uruguay en los que habló con hormigas y arañas, bebió su pis y creyó volverse loco, el guerrillero tupamaro, José Mujica, esmirriado, pocos dientes y pelo, dejó el Penal de Libertad el 10 de marzo de 1985 con las caléndulas que había cultivado en los canteros de la cárcel. Las llevaba en la escupidera rosa que lo acompañó a las múltiples ‘tumbas‘, donde enfermó de la vejiga y los riñones por falta de agua y alimento. Veinticinco años después iba a ser el presidente más votado en la historia democrática de su país, pero en aquel momento incierto y nuboso, de puntos suspensivos, Mujica tenía 49 años y una pelela florida en la mano: una pelela que le había regalado la mamá en sus años de reo.
La democracia en Uruguay comenzaba tras la dictadura militar de Juan María Bordaberry. El tradicional Partido Colorado, que a principio del siglo XX sentó las bases de un país moderno de la mano de José Batlle y Ordoñez con leyes de avanzada para la época -ley de divorcio, jornada de trabajo de 8 horas, descanso de 40 días por embarazo, pensión a la vejez e invalidez, entre otras-, triunfó de la mano de Julio María Sanguinetti, quien asumió la presidencia el 1 de marzo. Una semana después el Poder Legislativo aprobó la ley de amnistía para todos los presos políticos.
Desde entonces el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T) se insertó poco a poco en la vida institucional. En 1989 ingresó al Frente Amplio, agrupación de izquierda que se había fundado en 1971 con el objetivo de interrumpir la alternancia en el poder de Colorados y Blancos, el otro partido centenario de Uruguay.
Mujica comenzó una escalera ascendente e inédita para un ex- guerrillero: fue el primer tupamaro en ocupar una banca como diputado, fue senador, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca durante la primera presidencia de Tabaré Vázquez, a quien sucedió en el poder con el 52,39% de los votos y devolverá la banda presidencial el próximo domingo.
“En la década del sesenta, la oligarquía hunde a Uruguay en una profunda crisis económica como único modo de salvar sus privilegios. Tras esa crisis se desencadenaron las demás: la social, la política, la moral. El pueblo uruguayo resistió pagar las tremendas consecuencias necesarias para el salvataje de intereses minoritarios y antihistóricos. A partir de 1968 la oligarquía recurre a la violencia institucional. La represión golpea sin piedad. Entre las muchas formas de lucha que el pueblo opuso al avance del fascismo, estuvo la armada. Los tupamaros fueron una de sus expresiones organizadas”, comienza la introducción del libro Memorias del calabozo, escrito por los ex líderes guerrilleros, Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, cuando salieron de la cárcel con Mujica.
El MLN -que se identificaba con una T dentro de una estrella de cinco puntas- había nacido a comienzos de la década del 60. Obreros, trabajadores, estudiantes, comunistas y socialistas confluyeron en lo que fue la experiencia guerrillera del país vecino. Fueron determinantes en el proceso de formación las marchas por condiciones dignas de trabajo que realizó el sindicato de la caña de azúcar, encabezado por Raúl Sendic, uno de los máximos líderes de la guerrilla; Mujica, por entonces, militaba en el Partido Blanco, en el ala progresista de su mentor, Enrique Erro, y simpatizaba con la revolución cubana que había triunfado en 1959.
En aquel momento no había una dictadura en Uruguay. La forma de gobierno era colegiada, con mayoría de Blancos y estaba presidido por Daniel Fernández Crespo, miembro del sector más conservador.
En un país pequeño, de geografía uniforme, sin selva, montes ni montaña, Tupamaros llevó a cabo su experimento: lanzó una guerrilla urbana. Montevideo se convirtió en el monte que Uruguay no tenía. La guerrilla creció por sus acciones al estilo ‘Robin Hood‘: les daba a los pobres lo que les robaba a los ricos. Reventó bancos y financieras, secuestró diplomáticos y empresarios. Tenía un conocimiento profundo de los caminos subterráneos y rincones de la ciudad. Mujica y sus compañeros vivieron fugas cinematográficas. Imágenes de aquella época muestran a soldados apuntando a las cloacas. Con suerte dispar, los tupamaros se escapaban a los tiros en cuatro patas por las alcantarillas: a veces, precisos, desembocaban en casas tomadas o de compañeros.
“Se levantaron contra el gobierno democrático. Una de las mentiras que circula en relación a los tupamaros es: ’Tomaron las armas para impedir el golpe de Estado que se avecinaba’. Eso es mentira. Ellos querían tomar el poder. En 1961 el Che Guevara dio un discurso en Uruguay. Dijo: ’cuiden lo que tienen’. Quiso decir: esperen un poco. Pero el camino para los tupamaros era la revolución. Me lo dijo Mujica. La izquierda uruguaya, representada por comunistas y socialistas en los 60, obtenía porcentajes irrisorios en las elecciones. Y Mujica dice: ’la cosa por acá no va’. Las acciones tupamaras mostraban la corrupción del sistema. Al principio se ganaron la simpatía popular y después la perdieron”, dice el escritor uruguayo Miguel Ángel Campodónico, autor de Mujica, biografía del presidente tupamaro.
De las ‘mateadas‘ a la presidencia
El trajinar político de Mujica -”una vida de mucha peripecia”, dice él- se transformó de manera extraordinaria. De la clandestinidad y las cloacas montevideanas llegó a convertirse en un referente político internacional.
Pero el camino de la rehabilitación pública no estuvo exento de aridez y rispideces. Tras la salida de la prisión encabezó encuentros barriales, callejeros- ‘mateadas‘-, en plazas y parques de Montevideo junto a otros tupamaros. En esas reuniones de debate y discusión política ganó consenso y legitimidad en el sistema democrático. De pie, micrófono en mano, persuadía a sus interlocutores, tomaba un mate, escuchaba a otros compañeros, recibía críticas.
Su modo de vida austero, rodeado de plantas y flores en su casa sencilla del barrio Rincón del Cerro, sumado a un lenguaje llano e intimista, de metáforas ingeniosas, sedujo a los medios de comunicación. Mujica aparecía en TV y el rating explotaba; la radio, también, lo ayudó a construir popularidad.
En 1999 era uno de los senadores más importantes de la oposición. Y armó una ronda de consulta con un grupo de periodistas a los que les tenía confianza. El objetivo era comprar una radio en la capital. “Le dije que me parecía un disparate comprar una radio en Montevideo. El era oposición y las radios viven de la plata oficial. Lo más inteligente era comprar espacios en radios del interior y grabar en esos espacios”, dice Gerardo Ruiz, ex integrante del equipo de colaboradores de Mujica.
El programa duraba 15 minutos. Mujica analizaba discursos políticos con un éxito formidable. Radios de Canelones, Maldonado y Artigas reproducían su voz, sus giros camperos, su tono cercano y accesible. “Al poco tiempo -agrega Ruiz- vino la crisis de la Argentina en 2001. Había muchos temas para hablar. Mujica se enfocó en llegarle a la gente de campo que no se interesaba tanto en política. En pocos años los programas se emitieron de lunes a viernes en 20 radios. Daba entrevistas cada vez más frecuente. Con su discurso rupturista despegó del resto. Así construyó su imagen de chacarero”.
Mujica siguió con sus programas radiales. Hablando al Sur se emitió por FM M24 de Montevideo y desde que está en la presidencia conduce Habla el Presidente por la radio pública.
“Tiene un gran talento para la comunicación política en varios registros; recoge allí una tradición campechana y directa que otros líderes supieron cultivar antes, lejos de la retórica docta a la que detesta y de la que se aleja expresamente. Pero sería este un argumento pobre para explicar su éxito arrollador, no unánime por cierto. Creo que su éxito es un testimonio acuciante de la crisis de la política. Cuando se dice, con razón, ’es el presidente más pobre del mundo’ se está hablando de un sobreviviente del naufragio de la política en la cultura posmoderna; se está elogiando una virtud que se entiende excepcional, levantando una credibilidad única, con aire mesiánico. Entonces, y esto lo trasciende a Mujica, el problema no es la excepción sino la regla, es decir: la creencia bastante difundida de que la política ya no es un lugar virtuoso. Es un mundo de bribones, aprovechadores, corruptos, mentirosos”, dice José Rilla, doctor en Historia y profesor titular en la Universidad de la República y del Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh).
Más allá de su lenguaje e historia, Mujica es una rara avis en la política: no tiene tarjeta de crédito, ni facebook, ni twitter, ayuda a sus vecinos, hace la cola en la panadería, asiste en chancletas a la asunción de su Ministro de Economía, sube al auto a desconocidos que le hacen dedo, puede comprar la tapa del inodoro de su casa y en el camino perderse para dar una charla motivacional a un equipo de fútbol a punto de ascender.
“Al principio no aceptó las entrevistas para la biografía. El quería dejar la política. Esperaba que algún joven lo sustituyera. Pero al final se quedó. Los errores que cometió a cualquier otro presidente lo hubieran volteado. Se le han tolerado cosas increíbles. Ese modo carismático ganó a la gente. Su programa de radio lo ayudó mucho. Mujica es un hombre honesto que llegó a la presidencia porque supo explotar un papel que la gente compró como si estuviera en el teatro”, dice Campodónico.
La popularidad convirtió a Mujica en ícono pop con un costado cool. Su rostro aparece en agendas con alguna de sus frases en la contratapa, también está en remeras, almohadones y mates. El artista y cineasta uruguayo Martín Sastre creó un perfume inspirado en las flores que cultiva el mandatario junto a su esposa Lucía. El frasquito se remató en u$s 50.000 en la Bienal de Venecia de 2013; además, la reconocida revista inglesa de tendencias y moda, Monocle, destacó su vestimenta.
Mujica, también, disfruta del carnaval. En 2011, a un año de su gestión, llegó sin avisar al club Defensor en su auto viejo, que estacionó el chofer en la puerta sobre el Parque Rodó. Reía y caminaba despacio bajo la luz de los faroles, entre serpentinas y tapas de cerveza, papeles de colores y helados derretidos; a la vez despejaba con la mano el humo de los choripanes que dibujaba formas irregulares, leves y espaciosas. Se mezcló entre el público junto a Lucía, mientras comía una hamburguesa sobre un plato improvisado de cartón. Agarrate Catalina y Falta y Resto, dos de las murgas más importantes, se presentaban aquella noche.
“¿Mirá quién vino?”, preguntó al aire, con sorpresa y los brazos en jarra, uno de los integrantes de Agarrate Catalina, mientras una luz potente, directa y amarilla enceguecía allá atrás, en el medio, al visitante ilustre que no paraba de reír con la hamburguesa grasosa en la mano.
“¿Viniste con el viejo choto, Lucía?”, completó otro murguista haciendo visera, con su boca roja, excesiva y desproporcionada, la cara blanca y el traje de lentejuelas colorido.
La murga comparó el pasado guerrillero del mandatario con su gestión: “Pensar que viviste 14 años dentro de un pozo y ahora sos la hermana Bernarda prácticamente. ¡Qué increíble! Hace 40 años eras más malo que Stalin con hemorroides y ahora sos un teletubi enamorado”.
“Su rehabilitación pública proviene de una operación política que se asentó en un terreno muy fértil. Consistió en cambiar el pasado reciente, si cabe decirlo así- dice Rilla-. A mediados de la década del 90, no sin tensiones internas, los tupamaros abandonaron el horizonte insurreccional como una expectativa inmediata, pero más que haber derivado ese cambio en un proceso autocrítico, lograron convencer a decenas de miles y luego a cientos de miles de uruguayos que la guerrilla iniciada a comienzos de los 60 había sido, en esencia, una lucha por la democracia. La historia de los tupamaros como un actor democrático es una fábula o una mentira relativamente fácil de poner en evidencia. Lo importante es averiguar por qué razones y cómo ella llegó a ser creída por una porción importantísima de la ciudadanía. Claro, una de las claves de la circulación exitosa de esa narrativa es Mujica, el que va de persona a personaje. Otra clave, me parece, es el silencio de los represores, la dura roca que sostiene un sistema de impunidad que no ha permitido construir un territorio común donde confrontar honestamente visiones y versiones de los hechos. Como no es posible acercarse a una verdad públicamente compartida, es más fácil construir y alimentar mitos”.
Logros y cuentas pendientes
En el terreno económico, en una región en la que el crecimiento se ha desacelerado, Mujica deja el país con un alza del PIB en torno al 3%, completando 12 años de crecimiento, aunque el déficit fiscal se sitúa en el entorno del 3,5%.
Prometió recuperar el ferrocarril, pero sus esfuerzos tampoco dieron frutos y las antiguas vías abandonadas siguen a la espera de las inversiones millonarias necesarias para revitalizarlas.
También quedaron por el camino planes de reforma del Estado o la promesa de un shock de infraestructura, que planeaba financiar con un impuesto a los grandes terratenientes que terminó siendo declarado inconstitucional.
Durante la presidencia de Mujica el parlamento uruguayo aprobó leyes de avanzada como sucedió a principios del siglo XX durante la gestión de Batlle y Ordoñez. La despenalización del aborto, el matrimonio igualitario y por último la legalización y regulación del mercado de la marihuana puso a Uruguay en las portadas de los diarios del mundo.
Según Rilla, la deuda mayor del gobierno de Mujica es “tal vez” con el sector educativo. “El fracaso es un castigo a los más jóvenes y a los más pobres. Solo por eso vacilaría en llamar a este gobierno como de izquierda o aún progresista. Digo tal vez pues tengo dudas acerca de la percepción que la sociedad tenga de este problema de la educación, que no es un tema técnico sino radicalmente político. El país creció mucho, como nunca durante tantos años de manera continua; la educación siguió por la pendiente del desastre y la indiferencia pero si miro los resultados electorales que pusieron al Frente Amplio y Vázquez otra vez en la presidencia y con holgura, tendría que pensar que al fin y al cabo no es un asunto grave, ni urgente, ni decisivo para la ciudadanía”, sostiene.
Y agrega que la otra falencia es administrativa. “El Gobierno termina con más de 3 puntos de déficit cuando había cierto margen para políticas fiscales más responsables. Puede que no sea grave en términos macroeconómicos porque el Estado y el Gobierno controlan empresas y tarifas públicas cuyo manejo discrecional disimula los ajustes que hay que hacer, pero es grave, creo, en términos de moral cívica”, concluye.
Del lado positivo queda, a su entender, la prédica de Mujica contra el consumo y el consumismo, “la solidaridad entendida de alguna forma concreta, la práctica de una sencillez que aún siendo real, visible, ostentada, no llega a formularse explícitamente como virtud republicana, entre otras razones porque la fibra republicana es muy tenue”.
El 1 de marzo Tabaré Vázquez retoma la presidencia de Uruguay. Y Mujica vuelve al senado. El tiempo dirá si queda junto a Artigas y Batlle y Ordoñez en el panteón ilustre de los Pepes uruguayos.
El "pop star" internacional y el presidente; los dos Mujica en el especial de El Observador: http://t.co/EvyYBDlKDh
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