El servicio de transporte fundado por Travis Kalanick y Garrett Camp llegó a Buenos Aires hace solo dos años, pero no necesitó más que un día para despertar la preocupación de su principal competencia: los taxis.
Hoy, ayudada por la caída en las licencias de taxis, la tecnológica tiene casi tantos autos en la calle como su némesis pintada de negro y amarillo. A pesar de las trabas judiciales y el bloqueo que sufre su plataforma de pagos con tarjeta, Uber sigue viviendo una expansión plena, que ahora tiene como foco las zonas menos céntricas de la Capital y los distintos municipios del Gran Buenos Aires.
La situación de la empresa en la Argentina es única; en cada país en el que desembarcó lo hizo de la misma forma, pero en cada uno el resultado fue diferente. La única constante: el rechazo de las organizaciones de taxistas.
Pero, en el fondo, ambos servicios se parecen. Las tarifas tienen en cuenta distancia, tiempo y un precio de base. En el caso de los taxis que operan con un radio taxi, dependen de intermediarios como Uber para encontrar pasajeros (y estos se llevan una comisión). E incluso a la hora de pagarle al conductor, algunos modelos que usan los dueños de los taxis se parecen bastante a las comisiones que cobra Uber.
En la era de los intermediarios tecnológicos, todo converge en lo mismo. La pregunta es cómo va a ser. Los resultados económicos para los taxistas, como mínimo, están a la vista: como puede observarse en el gráfico arriba, el valor de la licencia cayó 66% entre 2015 y 2018. ¿Qué paso en el medio? Llegó Uber al país (y Cabify), en 2016. De hecho, ya en 2016 había perdido 45% de su valor.
