Metternich, el astuto estadista austro-húngaro del siglo XIX, describió a Italia antes de su unificación como "una expresión geográfica". Si hoy estuviera vivo sin duda se sorprendería: esta semana el gobierno italiano colocó bonos con vencimiento en medio siglo, cantidad de años equivalente a una tercera parte del tiempo que lleva el país como un estado nación.

Que los inversores estén dispuestos a aceptar un retorno de solamente 2,8% por prestarle dinero a Italia durante 50 años un rendimiento que probablemente conduzca a una pérdida en términos reales si retienen los bonos hasta la fecha de su vencimiento muestra la actual desesperación por conseguir cualquier cosa que ofrezca rendimiento. También brinda otro ejemplo de la amplia brecha que hay entre lo que el mercado está dispuesto a pagar por deuda del gobierno comparado con las acciones de empresas.

El capital accionario es un activo que conlleva más riesgo que los títulos de deuda, y por lo tanto los inversores deben ser compensados para que acepten retener sus posiciones. Al mismo tiempo, los cupones que se pagan sobre los bonos son fijos y no van a aumentar. Si uno compra hoy un bono italiano a 50 años, los retornos quedan congelados durante el próximo medio siglo.

Desde ese punto de vista, las acciones aparentemente caras de ciertas compañías europeas sin embargo parecen, en comparación, inexplicablemente baratas.

Nestlé, la compañía de alimentos y bebidas más grande del mundo, fue fundada en 1866 cinco años antes de la unificación de Italia y durante toda su larga historia sólo una vez incurrió en una pérdida anual; además siguió operando durante las dos guerras mundiales y la Gran Depresión. Las acciones del grupo suizo, cuyo nivel de deuda es mínimo, se pueden adquirir a un rendimiento de dividendo de 2,95%. Ese pago aumentó a una tasa anual compuesta de 9% durante la última década. Inditex, el grupo detrás de la cadena de moda española Zara, tiene efectivo neto y ofrece un rendimiento de dividendo de 1,4%, que subió a una tasa compuesta de dos dígitos durante el mismo período.

Las acciones de ambas compañías no parecen baratas si se las compara con su historia reciente. A más largo plazo, es posible que los consumidores de todo el mundo dejen de comprar chocolate o que las prendas que vende Zara dejen de estar de moda. Pero un mundo donde los inversores están dispuestos a aceptar retornos tan bajos para deuda soberana a muy largo plazo es un mundo donde los mercados están asumiendo que habrá un crecimiento económico mínimo en las próximas décadas. Si los mercados de bonos están en lo cierto, las acciones de esas compañías que han desplegado la capacidad de crecer en forma constante durante largos períodos de tiempo tienen un precio totalmente equivocado.