Las elecciones presidenciales de este mes en México no sólo vieron la resurrección estilo Lázaro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó el país durante la mayor parte del siglo pasado, sino que el partido que quedó segundo, el Revolucionario Democrático (PRD) también retrocedió en el tiempo e impugnó el resultado por fraudulento, como hace regularmente desde los primeros comicios realmente disputados de México, en 1988.
En esa ocasión, casi seguramente ganó el PRD pero el todopoderoso PRI impuso a Carlos Salinas de Gortari, un astuto joven tecnócrata, como presidente. Sus seguidores, en casa y en el exterior, auguraron una era de modernización y reforma. Seis años después se produjo la crisis del Tequila, las poderosas bandas narcotraficantes se habían instalado en las instituciones mexicanas y Luis Donaldo Colosio, designado sucesor de Salinas, fue asesinado.
Hay ecos de ese pasado para los mexicanos que ahora contemplan el ascenso de Enrique Peña Nieto, el nuevo joven campeón del PRI, con su aspecto de estrella de cine que complementa el atractivo de su esposa, que es actriz de telenovelas. Al igual que Salinas, él dice que su gobierno se concentrará en la modernización y la reforma.
Su victoria no fue resonante. Peña Nieto le ganó a Andrés Manuel López Obrador, del PRD, por 38,2% a 31,6%. A diferencia de los antiguos batallones de alquimistas del PRI que manejaban las elecciones para conseguir oro electoral, el nuevo PRI consigue votos distribuyendo tarjetas para comprar en locales minoristas y compra espacio casi monopólico en Televisa, el gigante de la TV que pertenece a una de las familias fundadoras del PRI. La pregunta clave es si Peña Nieto realmente anuncia una nueva generación.
Como lo planteó un analista: ¿es el fénix que surge de las cenizas o un pterodáctilo modernizado que anuncia la vuelta de los dinosaurios del PRI?
Por empezar hay que decir que el PRI, aunque se recuperó de su derrota de 2000 frente al Partido de Acción Nacional (PAN) y controla alrededor de dos tercios de los 32 estados de México, ahora opera en un contexto diferente. Al antiguo PRI se lo identificaba con la nación; era una estructura corporativa que aglomeraba a casi toda la sociedad, que era manejada desde arriba. Ahora hay partidos reales en México, donde la sociedad civil es formidablemente resistente. Peña Nieto se ha rodeado de cerebros de primera clase, pero los dinosaurios están al acecho. Notorios veteranos del viejo PRI algunos vinculados en el pasado a los narcotraficantes se han reciclado a través del Congreso.
Suponiendo que sobreviva al desafío legal, el presidente electo deberá estar atento porque ingresará a un campo minado custodiado por los paladines del PRI, que intentarán guiarlo como hicieron con Salinas.
