Mientras viajaba en Brasil por el estado de Rondônia, un agente federal de protección forestal me contó que pensaba votar a Jair Bolsonaro, el candidato presidencial de extrema derecha en octubre. No le importó que probablemente Bolsonaro, un legislador conocido por sus declaraciones ofensivas en contra de las mujeres, la gente de raza negra y los homosexuales, cuyo gesto preferido es simular una pistola con los dedos, haría que su trabajo de agente fuera más difícil y peligroso. El político está seduciendo a los grupos de lobby rural que desean ampliar la frontera agrícola de Brasil.
El guardabosques va a votar a Bolsonaro por una sencilla razón: quiere destruir lo que él considera la inepta y corrupta clase política de Brasil. Si Bolsonaro, defensor de la antigua dictadura militar de Brasil, y hasta hace poco un paria político, es un desastre, mejor aún. El sistema político se desmoronaría y Brasil podría comenzar de nuevo.
La única manera de describir cómo se sienten los brasileños frente a una de las elecciones más impredecibles de su historia es "enojados". El sentimiento, que quedó demostrado en la reciente huelga de camioneros de fines de mayo que paralizó al país, está sacudiendo los mercados.
El real brasileño se ha depreciado cerca de 14% frente al dólar desde que comenzó este trimestre. Los mercados ya toman en cuenta la posibilidad de que un candidato populista obtenga la presidencia ya sea un representante de la derecha como Bolsonaro, o aún peor desde su perspectiva, un veterano político de izquierda como Ciro Gomes.
Los inversores temen que Bolsonaro tal vez no tenga las habilidades políticas para implementar las reformas fiscales necesarias y Gomes tal vez no quiera hacerlo.
Aunque aún faltan varios meses para la elección, la huelga de los camioneros ha revelado un espíritu de rebelión. Los economistas comenzaron a hablar de una revuelta fiscal. Los camioneros no estaban dispuestos a pagar los altos precios del combustible con impuestos gravados por una élite política involucrada en escándalos de corrupción.
En los caminos hay letreros pidiendo una intervención militar para derrocar al gobierno del presidente Michel Temer.
Este espíritu de rebelión no es nada nuevo en un país que cada 30 o 40 años rompe con las convenciones y recreó su Estado e instituciones, generalmente a través de golpes militares.
Una de las razones que explican el atractivo de Bolsonaro es la tradición política en América Latina que valora "la idea del líder fuerte, que dice lo que piensa. . . y la creencia de que los militares son éticos", dice Maurício Santoro, profesor adjunto del departamento de relaciones internacionales en la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Incluso Temer durante la huelga de los camioneros reconoció el "destino trágico" de Brasil, la tendencia a renunciar periódicamente a la democracia y comenzar de nuevo.
Hay pocas señales de que los militares estén listos para actuar. Pero Brasil enfrenta un momento difícil. Crece la tensión en los mercados debido al temor a que el izquierdista Gomes sea electo y vuelva la era de presupuestos insostenibles y exorbitante gasto público.
El fogoso Bolsonaro podría ser el candidato perfecto para un electorado enojado: una granada humana, lista para destruir el moribundo sistema político de Brasil.
