Parece que a todos los billonarios del mundo les duele la cabeza, a la vez. Hace ya unos meses que se viene dando un fenómeno interesante que ha culminado con el (tedioso y por momentos incómodo) anuncio de la creación del Metaverso: da la sensación de que todo aquel que tiene los recursos para hacerlo quiere abdicar de repente y abandonar el planeta tierra. Como si una terrible migraña les apretara como una tenaza el lóbulo frontal del cerebro, todos los que pueden hacerlo quieren tomar la aspirina de turno y dejar de experimentar la agonía que nos lleva del jardín del Edén al mundo distópico de Wall-E.
Síndrome de la generación bisagra que le dicen, vivimos en primera persona el mundo pre-internet y estamos viendo en vivo la llegada al punto de urgencia y ebullición del calentamiento global, en el que detenerlo se vuelve más una emergencia que un número (de reducción de toneladas de emisión de CO2) a negociar en el Protocolo de Kyoto o el Acuerdo de Paris.
En este punto de la transición, como decíamos, parece que están todos queriendo irse: Mark Zuckerberg al Metaverso, Elon Musk a Marte, Jeff Bezos más allá de la línea de Karaman (y de a ratos de fiesta con su novia mexicana) y Richard Branson de su isla privada a la estratósfera. Ya sea a la Vía Láctea o a mundos virtuales paralelos es como si esta pequeña esfera celeste hubiera perdido de repente todo el allure al que nos tenía acostumbrados. Y no los culpo, las imágenes que la ciencia nos muestra de lo que muy probablemente sea el mundo alrededor del año 2100, en apenas 80 años, no resultan muy alentadoras: desastres naturales, extinciones en masa, millones de refugiados climáticos y muchas otras estampitas edificantes para entretenernos durante la post-cuarentena.
Es acá donde nos debemos preguntar si ¿es esta reacción un simple ejemplo del famoso reflejo de "volar o pelear" (fight or flight) que están teniendo los más informados de entre nosotros? Y si es así, ¿es que la tesis predictiva de otro de nuestros billonarios favoritos es la más creíble de entre todas las que la ciencia nos provee? Bill Gates anuncia en su libro "Como evitar un desastre climático" que la matemática para detener un colapso de nuestro planeta, con la tecnología con la que contamos hoy en día, simplemente no cierra.
Tenemos que trabajar ya no solo en la reducción de nuestra huella de carbono sino también en tecnologías de captura de C02. No hay otro camino para mantenernos debajo de los famosos 3 grados de aumento climático en el próximo siglo, lo cual, de no suceder, nos llevaría a un terreno catastrófico y completamente desconocido por la civilización actual.
Dado el tamaño del desafío, es como si algunos sintieran que bajarse de esta bolita azul es la salida más sencilla, o la única que les permite su cerebro reptileano (ese que nos dice que escapar es la mejor salida disponible) al problema. Así las cosas, es difícil mantener una postura optimista sobre el tema, o al menos mirar a los ojos a Medusa (metáfora para enfrentar los problemas directamente sabiendo que uno se juega la vida en el asunto). En este sentido, es entendible que las generaciones que van a tener que lidiar directamente con este problema estén en estado de adormecimiento permanente, mirando las ubicuas pantallas que el mundo moderno nos ofrece o en estado de rabia y descontento crónicos, manifestado en expresiones como Greta Thumberg y su negativa a escuchar excusa alguna por parte de "los adultos".
El pronóstico no resulta alentador y las perspectivas de que podamos todos acordar un plan a tiempo para evitar una crisis climática son desalentadoras. Y, sin embargo, todos nuestros billonarios favoritos a la vez que intentan escapar de la realidad circundante hacia mundos distantes se encuentran haciendo apuestas enormes en pos de un cambio de rumbo. Como si una luz de esperanza irracional invadiera su espacio y por un segundo les calmara el dolor de cabeza, es como si todos entendieran que no hay planeta B. O si lo hay estamos lejos de conquistarlo y, muy probablemente, resultaría ridículamente incómodo, árido, insípido, inhóspito y... sigo pensando adjetivos para describir una tundra helada y gaseosa en la que absolutamente todo nos quiere matar. Veamos que quiero decir con esto.
El Planeta B sí es una posibilidad teórica. El Físico de Harvard Michio Kaku, usando la escala de Kardashev entiende que si nos convertimos en lo que el llama una civilización nivel 3 (o sea, que no solo maneja toda la energía disponible en su planeta, sino que pudo colonizar la vecindad de su galaxia) podríamos encontrar planetas disponibles.
De hecho, hasta hemos cuantificado las probabilidades de encontrar otros planetas con vida consciente o con las características para sostener vida. Se llama la ecuación de Drake y básicamente se utiliza para cuantificar la posibilidad de que haya vida en la Vía Láctea (aunque los parámetros se pueden extender más allá de nuestra galaxia). Multiplica la cantidad de planetas conocidos, por la posibilidad de que un planeta tenga una atmósfera, y un sol...así hasta reconstruir la posibilidad de que exista un planeta que permita la vida como la conocemos. Y, créanlo o no, hoy creemos que existen alrededor de 2000 millones de planetas (teóricos) en los que la vida sería posible y a los que sin duda algún día exploraremos (si logramos llegar al fin de siglo).
Si amigos, el planeta B existe en teoría, pero hemos nacido demasiado temprano para ver la era de la exploración espacial florecer y demasiado tarde para detener por completo el calentamiento climático que la sabotearía. Y, aun así, mientras miramos a la distancia la posibilidad del planeta B, seguimos apostando a salvar el planeta A. Y hay mucho trabajo por hacer en ese sentido. Da la sensación de que nuestros billonarios entienden que la idea que vivir en Marte o en la Luna seguramente no resulte ni tan cómodo ni pintoresco y que todavía vale la pena desacelerar el proceso del calentamiento global para darnos tiempo de pensar mejores soluciones para la captura de carbono.
Desde Elon y sus autos eléctricos y sus baterías de litio hasta el Fondo más importante para financiar proyectos asociados a combatir el cambio climático -el Earth Fund- fundado por Bezos en enero del 2020 hay innumerables ejemplos de billonarios intentando influenciar y dejar su marca en el tema.
Mientras siguen soñando con la posibilidad de inaugurar una planta de Tesla y un centro de distribución de Amazon en Urania en el próximo milenio, invierten grandes cantidades de dinero en intentar recuperar el daño que la civilización le ha hecho a su ecosistema y extender nuestro horizonte de supervivencia algunos miles de años más. Y mientras se escapan a universos paralelos, vuelven al Planeta A, porque el planeta A es el único disponible hoy.
Desde el comienzo de la carrera espacial muchos viajeros del espacio han descripto algo llamado el Overwiew effect. Este efecto, que sufren los astronautas al ver la tierra desde el espacio, se resume en una consciencia ampliada de que todos los limites que existen en los mapas son ficticios. Es un cambio cognitivo profundo en el que pueden soltar las narrativas que soportan la idea de identidad nacional y comprender todo "como es". Los que narran este efecto en primera persona hablan de haber entendido, casi por primera vez, de qué hablamos cuando decimos la palabra unicidad.
En este sentido, tal vez la salida al espacio no sea en el corto plazo solo un montón de energía quemada y chatarra espacial alrededor de la atmosfera...además de algunas fotos bonitas de supernovas. Nos queda abrazarnos a la esperanza de que todo este turismo espacial despierte en más y más individuos con la capacidad de impactar e influenciar en el destino de nuestro planeta un sentido de unidad y la urgencia de trabajar más en la dirección de quedarnos que en la de irnos.