Faltan indicadores que traduzcan la confianza que llega desde el exterior

Hay señales de inversión que el Gobierno intenta exhibir con algo de optimismo, pero todavía no logra aminorar la sensación en la opinión pública de que el sendero de la política económica está desdibujado. El único indicador que tiene para mostrar a la población de que las correcciones que comenzó a aplicar en enero están alineadas con un rumbo positivo, es la inflación. Agosto tal vez sea el mes de quiebre, con una variación mensual cercana al objetivo de 1,5% pautado para el último trimestre. Pero los funcionarios del equipo económico tienen en claro que esta meta se conseguirá de la mano de una fuerte retracción en el consumo privado, que con un poco de suerte compensará el Estado con su prometida aceleración de las obras públicas.

La pulseada por las tarifas de gas puede se transformó en otro factor de malestar. Pero los analistas advierten que por lo menos el fallo de la Corte Suprema aporta algo de certidumbre. Lo que el Ejecutivo tiene que lograr ahora es conseguir que las audiencias convaliden un cuadro tarifario razonable (será políticamente inviable repetir el que bochó la Corte) y darle un poco de aire al sector. El fin del invierno le permitirá que sus efectos se diluyan en la agenda política. La pregunta es si este escenario será visto como favorable, o aparecerán reclamos sustitutos, como los que puede impulsar la nueva CGT ante la perspectiva de una reapertura de paritarias.

El presidente Mauricio Macri sembró ayer un dato notable, pero que todavía tiene poco sustento real: aseguró que los compromisos de inversión que recibió su gestión suman u$s 35.000 millones. Todavía le falta traducir la credibilidad de los inversores externos en gestos contantes y sonantes para el mercado interno. Solo cuando lo logre le habrá dado un sentido al ajuste de los primeros ocho meses.

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