Juan José Paberolis (*)
La idea de eficiencia en la asignación de recursos en la economía está íntimamente emparentada con Vilfredo Pareto. Para este economista italiano, la eficiencia económica se obtiene cuando se alcanza un estado de asignación óptimo de recursos en el cual ninguna mejora para el estado del actor A se puede obtener sin tener que perjudicar al actor B.
Llevado a tierra, la ventaja que la profundización de la vía troncal puede reportar al usuario de la misma, puede agraviar el derecho de incidencia colectiva a un ambiente sano y promover acciones jurisdiccionales basadas en pretensiones de reparación o prevención, cuyos efectos si se desatienden pueden llegar a interrumpir el flujo del comercio por agua.
En este orden de pensamiento, en la segunda década del siglo pasado, Arthur Pigou, pone atención en los principios de Pareto y advierte que este tipo de fenómenos guardan relación de causalidad con hechos dañosos. Repara en que, el mercado, en su alegada asignación eficiente de recursos, genera efectos externos negativos que impiden alcanzar la eficiencia paretiana.
El economista inglés, llamó a estos efectos “externalidades”, centrando sus estudios específicamente en los problemas ambientales. En un ejemplo sencillo, lo que propone Pigou es que, si una fábrica contamina el aire para llevar a cabo su producción, está haciendo uso de un recurso de toda la comunidad por el cual no tuvo que oblar ningún costo. Es decir, no adquirió a través del mercado el aire limpio que emplea como insumo y devuelve a la comunidad contaminado.
Entonces, la solución de Pigou, desde la perspectiva económica, es que todos los recursos deben tener un costo, por lo que concibe desde esta perspectiva los impuestos que luego se llamaron “pigouvianos”. Buscando cargar en los costos del contaminador el precio del recurso que daña y que de otro modo utilizaría si pagar.
En el caso de la Vía Navegable Troncal, la cuestión ambiental parece un río que fluye en círculos. Es decir, parece fluir hacia un acuerdo, pero en realidad regresa siempre al mismo punto sin avanzar. Unos se oponen acérrimamente a la profundización invocado un catastrófico impacto ambiental, mientras que otros, presentan estudios de miles de páginas que contradicen esa hipótesis. Por supuesto, siguiendo a Niels Bohr, ambos hacen predicciones muy difíciles de acertar, pues inexorablemente son hacia el futuro. No obstante, penosamente, ambas prospecciones de futuros probables nos condenan a un presente estático.
En este marco, quizás Pigou haya dado en la tecla. Una solución puede ser sumar el eventual costo de reparación ambiental al costo de operar la Vía Navegable Troncal. Es decir, evaluar escenarios de potenciales daños ambientales y seleccionar el probable. Esto es, ni el catastrófico, ni el que indica que la vía navegable va a ser un ecosistema prístino y calcular el costo de la eventual reparación ambiental para ese escenario. Luego, sumar ese costo a la tarifa para conformar un fondo para la reparación del daño, si es que se produce.
Esta podría ser una manera de destrabar este continuo flujo en círculos. Los ambientalistas estarían más tranquilos si saben que se cuenta con los recursos para reparar el eventual daño y los usuarios indirectos, probablemente, serían más prudentes a la hora de firmar estudios que los pueden llevar a tener que meter la mano en la billetera. En palabras de Pigou, a pagar por los costos ambientales que ya no les serían más gratuitos.
(*) Capitán de Ultramar. Perito Naval en Navegación. MBA, PhD Management, PON Harvard Law. Ex presidente del Centro Marítimo.