El cine argentino tiene 100 años. Sus primeros pasos fueron con un cortometraje histórico, ‘El Fusilamiento de Dorrego’ dirigido por un italiano llamado Mario Gallo en 1909. Desde esos fotogramas iniciales quedó clara cierta pasión por el melodrama histórico. Si hay un género explotado en estas últimas diez décadas es justamente ese, con toneladas de amores frustrados en la alta sociedad del 1800, que incluye títulos recientes como ‘Camila’ y ‘Felicitas’. Incluso films sobre figuras históricas han terminado bañados en ese tono casi telenovelesco, como las soporificamente didácticas ‘El Santo de la espada’ (1970, sobre la figura de San Martín) o ‘Güemes, la tierra en armas’ (1971). El problema no es del melodrama en si mismo, si no que esa lectura suele eliminar los aspectos políticos de los personajes y desdibuja sus motivaciones y sus recorridos.

Hasta el movimiento cercano más importante de nuestro país, el peronismo, es reflejado como una cuestión emocional con una mirada que solo conecta con los mitos justicialistas (o en su defecto, con los antiperonistas). Es simple: no hay ninguna película sobre Eva Perón que la revise como la influyente y discutida figura que fue. Lo que si tenemos es un puñado de largometrajes que se ocupan de ella y de Perón apasionadamente (‘Eva Perón’, con Esther Goris, o ‘Perón, sinfonía del sentimiento‘ de Leonardo Favio) o con desprecio (‘Después del silencio’ estrenada en 1956, o ‘Ay, Juancito’, de Héctor Olivera). Al final, para el cine parece que una cuestión tan compleja como el peronismo solo puede ser tratada como un asunto futbolístico, un River-Boca con descamisados de un lado de la cancha y gorilas del otro (en el folklore justicialista), o con obsecuentes enfrentados a librepensadores (en la mitología antiperonista). Por supuesto, la realidad es imposible de ser completamente y correctamente reflejada en una dramatización de una hora y media, pero no digan que no vale la pena.

Cuando las películas nacionales abordan la política, la sitúan en tiempos remotos con caudillos que emplean guapos y matones para llevar adelante sus planes de fraude electoral. Desde principios de siglo pasado (como en las dos versiones de ‘Un Guapo del 900’) hasta la corrupción de la década infame (en ‘Asesinato en el Senado de la Nación’), pero nunca en el presente. Ese presente solo es reflejado por documentales y nunca por la ficción. Es decir, tenemos varias películas que muestran la Guerra de Malvinas, pero siempre desde el ángulo de los soldados y nunca desde quienes tomaron la decisión de invadir las islas. Alguien podrá aducir que no tiene sentido, que sería ponerse del lado de los victimarios y no de las víctimas, pero un buen ejemplo de cómo se puede recorrer ese terreno es ‘La Caída’, la fascinante crónica de los últimos días de Hitler y su entorno.

Y olvídense de ver largometrajes sobre asuntos políticos recientes, algo que un film italiano como ‘Il Divo’ (2008) hizo mostrando los mecanismos de corrupción y megalomanía del ex premier Giulio Andreotti. La película dirigida por Paolo Sorrentino tiene además las agallas suficientes para nombrar y mostrar a funcionarios reales sin cambiar sus nombres incluyendo al propio Andreotti, senador vitalicio desde 1991. El escándalo que el film generó en su estreno no pudo disimular que además es un ejemplo brillante de narrativa, llevándose el premio del jurado el año pasado en el festival de Cannes.

El cine norteamericano también se ha permitido revisar el universo de la política, construyendo candidatos ficticios para explicar como un se mueve un sistema bipartidario. Uno de esos primeros casos es el millonario Charles Foster Kane (Orson Welles) de ‘El Ciudadano’ (1941), cuya carrera hacia el senado es descarrilada por su incapacidad para aceptar las reglas de juego que le plantean los caciques de su territorio. Por supuesto, el que Kane fuera una figura inexistente y una amalgama de diferentes seres reales, protegió un poquito a su director de la furia de los funcionarios. Menos suerte tuvo con el magnate de medios Willam Randolph Hearst que se creyó reflejado en el personaje, hizo una fuerte campaña en su contra en sus periódicos y terminó destruyendo las chances de la película de recuperar sus costos.

Más recientemente fue la televisión la que se encargó de seguir más de cerca los procesos electorales, en miniseries como ‘Tanner 88’, programas como ‘The West Wing’ o el impactante telefilm ‘Recount’ (2008), sobre el recuento de votos en el estado de Florida en la elección del 2000 que terminó llevando a George W. Bush a la Casa Blanca.

¿Por qué no tenemos este tipo de historias en nuestras pantallas? Probablemente por que la mayor parte de nuestro cine está cofinanciado por el Estado y eso de por sí genera susceptibilidades. Pero también por un pensamiento perturbador: la apatía de la gente por la política se ve reflejado en el ausentismo en las votaciones, y si no van a votar mucho menos van a ver un film sobre el tema. Faltan diez días para que los argentinos volvamos a las urnas y esta es, finalmente, la oportunidad de ser los directores de nuestra propia película y tratar de encontrarle lo que para cada uno sea el mejor final. No sea que el ‘The End’ nos agarre desprevenidos.