Roman Liebling es conocido por su alias artístico, Roman Polanski. Y es quizás uno de esos directores cuya historia personal es tan pública que la primera tentación de la crítica y el periodismo es ver en sus films trazos de su vida privada. En algunos casos hasta hay quienes leen todo su trabajo como autobiográfico. La realidad es que no hay forma de separar las dos cosas, intimidad y obra, y mucho menos de establecer certezas en esta equivalencia.
Los paralelismos entre la vida de Polanski y sus films son directos e inevitables. Su madre murió en un campo de concentración, como el que aparece en su largometraje ‘El Pianista’ (2002). Huyendo del nazismo, Roman fue un nene librado a su propia suerte como el protagonista de ‘Oliver Twist’ (2005).
Así, el análisis se vuelve simplón y a cada hecho de la vida del realizador se le contrapone un argumento o una secuencia de una de sus películas. Si todo fuera tan lineal, si las personas fueran tan fáciles de entender, no existiría el psicoanálisis. Y la cosa se nos vuelve más compleja cuando hablamos de sus películas de género: ¿cuántos puntos en común podemos encontrar entre su vida y la comedia terrorífica ‘La Danza de los Vampiros’ (1967) o su policial ‘Barrio Chino’ (1974)?
No deja de ser cierto que Polanski ha alimentado su fama de figura polémica con algunos de sus incendiarios films y con sus no menos cuestionadas acciones. Pero no es ni el primer ni el último director de cine que construye un culto alrededor de su personalidad aumentando su leyenda propia con actos extremos. En esa lista también entran otras figuras como Erich von Stroheim, Josef von Sternberg, Sam Pekinpah, Nicholas Ray, Werner Herzog, o Francis Coppola, quienes eran capaces de movilizar ejércitos, numerosos equipos y tribus indígenas para conseguir una imagen especifica para ‘su película‘. Y en el caso de ellos, la tragedia privada y la obsesión también se cruzan todo el tiempo con la figura pública y su obra. Stroheim y Sternberg fueron marginados de Hollywood por su incapacidad para negociar con el sistema. Peckinpah y Ray fueron consumidos por sus adicciones. Herzog y Coppola tuvieron que refugiarse en films con escalas pequeñas tras enormes intentos que desafiaban la lógica del negocio cinematográfico.
Roman Polanski no tiene fama de ser un tirano en los sets o de proponerse metas imposibles, pero su vida íntima ha tenido tanta prensa que termina sobrevolando cualquier discusión sobre sus películas. En su huida de los campos de exterminio y su revelación como joven genio del cine polaco en los años 60, aparecen los primeros cimientos de su imagen posterior. Roman llegó a Inglaterra a mediados de esa década, cuando la capital era dominada por hordas de jóvenes que descubrían con placer los límites de su sexualidad y de la negación del universo creado por sus padres en lo que luego se llamó ‘Swinging London’. Allí el director se transformó en el prototipo del bon vivant, un playboy diminuto que seducía a algunas de las mujeres más bellas del mundo del cine. La más famosa de sus conquistas fue la hermosa Sharon Tate, protagonista de su ‘Danza de los Vampiros’. Eventualmente la pareja se mudó a Estados Unidos, donde el realizador hizo ‘El Bebé de Rosemary’ (1968) sobre una joven embarazada acosada por un culto satánico. Cuando su esposa (que estaba con una enorme panza de ocho meses y medio) fue asesinada brutalmente por una secta al año siguiente, los medios señalaron rápidamente el paralelo entre el personaje de Rosemary y Tate.
Polanski rodó un par de proyectos en Europa antes de regresar a Hollywood y hacer ‘Barrio Chino’, un gran éxito comercial que además le valió su primera nominación al Oscar como director.
Y acá es donde las cosas se ponen aún más extrañas.
La semana pasada el director aterrizó en Suiza para recibir un premio por su carrera en el festival de cine de Zurich. Al pisar tierra fue detenido por la policía, sobre la base de un pedido de arresto emitido en 1978 sobre la acusación de drogar y violar a una menor en la casa del actor Jack Nicholson. En esa época el realizador asumió culpabilidad frente al juez Laurence J. Rittenband y fue enviado para evaluación psiquiátrica durante 42 días a una prisión de California. Cuando Rittenband expresó públicamente su intención de no darle espacio a la defensa del directo, Roman huyó de los Estados Unidos para siempre.
Desde ese momento Polanski vive en Francia y solo trabaja en países que puedan negar su extradición. El caso es que Suiza, eternamente neutral, encarceló al director esperando las formalidades para enviarlo a Estados Unidos. El caso es más complejo de lo que parece, entre otras cosas por que existen suficientes pruebas de prejuzgamiento por parte del magistrado que llevó originalmente la causa. La menor, Samantha Gailey, llegó a un acuerdo extrajudicial y perdonó públicamente a Roman, mientras que su defensa intentó varias veces demostrar que la policía de Los Angeles intentaba a toda costa incriminarlo. Esto no quiere decir que sea inocente, pero si que la transparencia del proceso es al menos discutible.
Hoy Polanski, ganador de un Oscar como mejor director, espera en una celda su próximo destino mientras una campaña de prensa de personalidades francesas (incluyendo al ministro de cultura Frederic Mitterrand) presiona a las autoridades suizas para su liberación. Es posible que esa prisión no sea la única cárcel en la vida de este señor, hoy también prisionero de una vida en el ojo publico, un lugar donde todos somos de a ratos un poco jueces de la existencia ajena.