La idea de la comunicación como hecho global no es reciente, pero fue en la última década en que se convirtió en algo cotidiano. El llegar a todo el planeta ya no es un imposible, una meta inalcanzable para los individuos y sólo natural para las cadenas y corporaciones. Hoy cualquiera puede subir un video personal a Youtube.com y asumir que será visto por un ingeniero soviético, un ama de casa canadiense o un obrero metalúrgico taiwanés. Allá afuera nos esperan millones de espectadores potenciales. La idea no solo borra los limites de lo local y lo intimo, si no que además le saca trascendencia al aparecer en pantalla.
No siempre fue así y
en una época verse en el tubo catódico era impensable, un logro para unos pocos elegidos que automáticamente pasaban a ser parte de algo intangible conocido como ‘farándula’. Hagamos memoria: hace más de tres décadas en la Argentina existía solo un puñado de canales de aire y nada de cable. Hasta mitad de los ‘80 salir en un programa equivalía a una fama instantánea. Esposas abandonadas de ganadores del PRODE, imitadores de pájaros, enanos que se casaban en cámara unos minutos en la tele te transformaban en una efímera celebridad. Roberto Galán tuvo la inteligencia suficiente para captar esta necesidad pública e inventó programas que se trataban justamente de eso, transformar ignotos en famosos. ‘Yo me quiero casar ¿Y Usted?’ o ‘Si lo sabe, cante’ mostraban como los desclasados podían reinventarse rápidamente en estrellas televisivas.
Cuando las señales se multiplicaron, también las caras y estar ahí ya no era un milagro para unos pocos si no algo más común. Muy pronto aparecieron las cámaras de video hogareñas que le dieron aún más cotidianeidad a eso de verse en la tele. Una generación tomaba como natural aquello que para sus padres era un milagro: aparecer dentro de esa caja cuadrada en actividades diarias o tan espectaculares como un cumpleaños o una fiesta de 15. Todo eso sin llegar a pensar en la pornografía amateur, una de las últimas fronteras de la pérdida de privacidad. Otra de esas fronteras fue cruzada por los ‘bloopers’, videitos personales de accidentes de familiares y amigos que todos terminaron mandando a canales de TV con la esperanza de ganar algo de dinero o solo por el placer de ver al Tío Tito cayéndose de la silla en el programa de Tinelli.
A mediados de los ‘90 algunas de las cadenas de cable argentinas hasta crearon un ‘canal del abonado’ donde los clientes podían enviar sus videos y pasar del otro lado. Era un terreno fértil para que con la popularización de Internet aparecieran individuos que generaran videos propios para la posteridad. Esta mezcla entre productores y consumidores (mal llamada ‘prosumers’ por los genios de las comunicaciones) deja de ser una novedad y se populariza día tras día. En el medio, surgen los reality shows y se masifican las cámaras ocultas: cualquiera está en la tele en cualquier momento.
Las primeras fronteras físicas empezaron a borrarse en con el lanzamiento del satélite que permitió el inicio de las transmisiones mundiales de TV en simultáneo, el Telstar 1. El Telstar fue enviado a la órbita terrestre el 10 de julio de 1962 y sus señales modificaron la relación de los espectadores con los hechos trascendentes de inmediato. Hasta ese entonces solo la radio podía reflejan simultáneamente mundiales, tragedias o sucesos impactantes. Las imágenes tomadas en fílmico desde otros países tardaban días y hasta semanas en verse. A casi siete años de su lanzamiento, el Telstar fue instrumental en la transmisión en vivo y directo de la llegada del hombre a la Luna. Las imágenes de la conquista del espacio (un logro con fines bélicos de la administración Kennedy y de su sucesor, Lyndon B. Johnson) fueron vistas por más de 500 millones de personas en todo el mundo. Para tener una verdadera dimensión del impacto de esas borrosas figuras, hay que pensar que hoy el suceso más visto globalmente en TV es el mundial de fútbol. ¿Cuánta gente ve un mundial? La final del 2006 fue seguida por 715 millones de personas. La gran diferencia es que en 1969 la población total del planeta era 3500 millones y en 2006, 6600. Ni hay que explicar que un porcentaje mayor de la humanidad vio al Apollo que al cabezazo de Zidane a Materazzi.
A pesar de su prensa, las redes sociales todavía no pueden ni imaginarse alcanzando niveles de audiencia de esa magnitud o rivalizando con el alcance de la televisión abierta y por cable. Un ejemplo es que el certamen musical televisivo Eurovision tuvo vía Internet 74.000 espectadores. Solo la emisión de la final en la TV australiana generó un publico de 482.000 personas. La gran pregunta sigue siendo que va a pasar en unos años, cuando tu canal de consumo audiovisual sea exactamente el mismo para ver a la NASA aterrizando en Marte, el partido de despedida de Messi o a tus vecinos revolcándose en su dormitorio. ¿Podrán los del 3B llegar a ser tan famosos como Brad Pitt y Angelina Jollie? Especular es difícil, pero si eso llega a pasar ambas parejas van a ser celebres casi casi por lo mismo.