En este artículo quiero ofrecer una discusión de las negociaciones sobre movimiento de trabajadores, principalmente desde una perspectiva argentina. La importancia surge del hecho de que éste es prácticamente el único tema que permitiría llegar a acuerdos comerciales balanceados con los países industriales. Esto se debe a que en negociaciones con estos países, las agendas están fijadas fundamentalmente por ellos mismos.
En estas condiciones, el resultado más probable cuando los países en desarrollo se sientan del otro lado de la mesa, es un acuerdo desbalanceado. En temas tales como propiedad intelectual, inversiones y compras gubernamentales, el valor económico de las concesiones otorgadas es más elevado que el de las recibidas.
En cumplimiento de lo acordado en la Rueda Uruguay, las negociaciones sobre movimiento de trabajadores se postergó para la Rueda Doha. Acá los países en desarrollo demandan concesiones principalmente para que se levanten al menos parcialmente, las barreras al movimiento de trabajadores. Obsérvese que estas negociaciones no tratan sobre migración de personas; lo que se discute es de mucha menor magnitud ya que se refieren a movimientos temporales que serían controlados a través de un sistema de visas específicas. Asimismo, el tema se refiere al movimiento de trabajadores relativamente poco calificados ya que a nivel internacional el movimiento de personas con niveles avanzados de educación presenta barreras mucho más bajas.
¿Cuál es la importancia económica de estas negociaciones? Estimaciones realizadas por economistas de renombre muestran que, bajo supuestos muy conservadores, el movimiento temporal de trabajadores desde países en desarrollo a países industriales arrojaría importantes ganancias para ambos pero, sobre todo, para los primeros. Por ejemplo, suponiendo que los países industriales crearan una cuota de ingreso temporal de trabajadores equivalentes al 3% de su fuerza laboral, la economía mundial podría generar ingresos adicionales equivalentes a 150.000 millones de dólares. Estas ganancias que están fuertemente concentradas en los países en desarrollo, se registrarían en la cuenta remesas de trabajadores de la balanza de pagos.
Sin embargo, al igual que el tema de agricultura, en las negociaciones de Doha el de movimiento de trabajadores no ha avanzado. Por su parte, en las negociaciones regionales del ALCA como también en las del Mercosur con la UE, los socios industriales se han opuesto con firmeza a abrir negociaciones en este tema y el mismo no forma parte de las agendas acordadas. En lo que se refiere al Mercosur, esta parece haber sido una concesión otorgada sin beneficios recíprocos.
En una perspectiva histórica, la actual negativa de los países industriales a negociar este tema puede ser vista como un acto de miopía generado quizás por una conclusión errónea de que las ganancias que los países más pobres pueden obtener a través de mayores remesas, son realizadas a su costa. En el intercambio de trabajadores, los países industriales también ganan y el balance de estas negociaciones ciertamente no es de suma cero.
Es de interés recordar que esta rigidez ideológica es un aspecto del mundo industrializado moderno que no tiene paralelos históricos en estos u otros países. En la primera ola de globalización que comenzó alrededor de 1860 y se extendió hasta la crisis del 30, el movimiento de personas fue muy libre. Durante estos años, los países que enfrentaban problemas podían contar con los países en auge para absorber parte de la población y disminuir los costos ocasionados durante los malos tiempos.
Recordando las serias dificultades que han tenido nuestros conciudadanos al tratar de emigrar recientemente a los países de donde vinieron sus abuelos, cabe reflexionar haciendo dos preguntas: ¿Cuánto más hubieran sufrido los países que en los siglos XIX y XX enfrentaron problemas económicos si sus habitantes no hubieran podido emigrar? Los niveles de desarrollo alcanzados por muchos de estos países ¿no fue al menos parcialmente sostenido por la emigración masiva durante esos años? Estas preguntas no tienen respuestas precisas pero en una perspectiva histórica caben pocas dudas de que el nuestro sería un mundo mejor y más pacífico si los países que en el pasado se beneficiaron de las políticas de puertas abiertas reconsideraran la actual rigidez de sus políticas.
El Mercosur puede ayudar a construir este mundo, pero para ello debe tomar la decisión de que en las mesas de negociación reclamará esta concesión con firmeza.