Hoy una oleada de voces pide bajar la edad de imputabilidad de los menores. La discusión lleva instalada meses, pero en las últimas semanas volvió a tomar fuerza. Muchos que hasta hace un tiempo eran públicamente contrarios a la idea ahora (¡tan cerca de las elecciones!) comienzan a abrazarla. El argumento que más circula es que a los 14 años alguien tiene la misma noción de lo correcto y lo incorrecto que una persona de 21. Otros establecen que la fuente del delito está en las drogas, que los adolescentes son los más afectados y por ende, deberían tener los límites marcados. El planteo es que así se lograría ‘más control social’. El discurso parece estar sostenido por casos de menores delincuentes y la visión de que sus conductas no tienen freno. No es un chiste, pero hace cuarenta años el paso de la adolescencia a la adultez lo marcaban los pantalones largos, hoy que puedas tener una condena. No soy la persona ideal para opinar en este debate, no tengo ni la objetividad ni el conocimiento suficiente para opinar como se debe. Pero si creo que es muy interesante revisar como la cultura masiva trabaja este tema.
Los menores de 21 no son extraterrestres que bajaron un día de un OVNI, ni invasores de tierras lejanas y este supuesto cuadro de situación (Jóvenes Vs. Sociedad adulta) se repite en los medios desde hace décadas. A lo largo del siglo XX se los acusó de diversidad de delitos, desde masticar chicle con la boca abierta, hasta la desobediencia civil y el querer destruir las religiones. ¿O nadie recuerda la fuerte reacción cuando un John Lennon de 25 años dijo que los Beatles eran más populares que Cristo?
Con los adolescentes la responsabilidad se achaca ocasionalmente a la música o a las drogas. De los años 20 en adelante se le echó la culpa de las ‘desviaciones de los jóvenes’ al fox trot, el alcohol, el jazz, la marihuana, el rock and roll, el twist, el LSD, el punk, la música disco, la cocaína, el heavy metal, la cumbia villera, las raves, el éxtasis y el paco. Sobran ejemplos de fascinantes películas hechas por adultos sobre las supuestas perversiones de los jóvenes y su relación con esa nueva música de locos. Por ejemplo, en ‘La Escuela del Vicio’ (High School Confidential!, 1958) un colegio secundario donde se escuchaba Rock and Roll era obviamente la fuente de una red de trafico de estupefacientes. Y más para acá y en la Argentina, en ‘La Barras Bravas’ (1985) una disquería era la fachada de un distribuidor que llevaba drogas dentro de ¡cassetes de Alejandro Lerner! Bueno, para el director Enrique Carreras eso era rock.
Es evidente que la idea que los jóvenes desestabilizan las sociedades no es nada nueva. De hecho, para los adultos la adolescencia siempre ha sido peligrosa. Ellos, los adolescentes, son imprevisibles, una fuerza social enérgica, inmanejable, sexual y sin restricciones. Y parece que a los grandes esa idea los aterra. Entonces, y de la mano del miedo, vuelve a aparecer la línea que separa a Nosotros de los Otros. Lo que solemos olvidar es que la figura pública del adolescente está diseñada por los adultos. Que Marlon Brando tenía casi 30 años cuando hizo de joven motociclista rebelde, delincuente y anárquico en ‘El Salvaje’ (The Wild One, 1953) y que cerca de esa edad andaban Dennis Hopper y Peter Fonda en el momento de rodar ‘Busco mi Destino’ (Easy Rider, 1969), películas que reflejan la mirada de los adultos sobre los jóvenes. Incluso films más introspectivos que ponen en escena la visón de lo adulto por parte de los adolescentes - como ‘Rebelde Sin Causa’ (Rebel Without a Cause, 1955) - articulan el discurso de formas muy similares.
El muro que separa a los adolescentes y los adultos se corre cuando los grandes deciden redefinir los límites de su grupo. Bajar la edad de imputabilidad es el mundo de los adultos invadiendo el de los jóvenes. Suena irónico en un contexto donde los grandes se hacen miles de cirugías estéticas, se ponen botox y se matan en el gimnasio para parecer más jóvenes. Coincide además con una tendencia cada vez mayor de adultos coleccionando objetos de su niñez, como figuritas, comics y videojuegos. Es raro ver tipos de más de cuarenta pidiendo que los adolescentes vayan presos mientras ellos mismos transitan esta suerte de síndrome de Peter Pan. Le pedimos a los jóvenes que tengan las mismas responsabilidades pero no los mismos beneficios: a los 14 vas a poder ir preso pero no elegir presidente.
En 1968 el realizador norteamericano Barry Shear dirigió una extraña película, ‘La Rebelión De Los Hippies’ (Wild In The Streets) acerca del primer presidente adolescente de los Estados Unidos. En el film, cuando Max Frost (Christopher George) llega a la Casa Blanca impone una ley que permite que voten los menores de 21. Acto seguido, crea campos de concentración para los mayores. Es una fantasía absoluta. Nunca podría pasar algo así. Y sin embargo, no es tan difícil escuchar nuevamente a todas esas voces que sugieren susurrantes que el alambrado debería protegernos de los púberes. No sea que nos contagien.