Nuestra tendencia es ver la historia como una suerte de segmentos individuales y no como un largo e ininterrumpido continuar. Los hechos se nos presentan como sucesos confinados cuando en realidad están conectados. Nada pasa aisladamente, sin un antes ni un después. Por eso uno de los periodos más interesantes de la historia contemporánea es el ascenso al poder del nazismo en la Alemania consumida por una crisis económica en 1933 y su posterior descomposición, hacia 1945. Una enorme cantidad de películas dramatizaron estos hechos, siguiendo paso a paso la mutación de la sociedad germana que pasó en pocos años de cuna de la cultura a quemar libros (y seres humanos). Muchos menos films se ocuparon de los hechos inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. En enero de 1946 los Aliados crearon un consejo para eliminar cualquier vestigio del régimen anterior en la sociedad austro-alemana en lo que se llamó ‘proceso de desnazificacion’. Solo un puñado de largometrajes reflejaron esos turbulentos meses donde no quedaba claro quienes habían estado de que lado y empezaban a forjarse nuevas relaciones entre viejos enemigos. Una Berlín destruida era dividida entre Occidente y el bloque socialista, el mercado negro dominaba la vida de los sobrevivientes y la sexualidad era un arma que generaba bienestar para las mujeres que acostándose con las fuerzas de la ocupación mejoraban sus ingresos y su posición social. ‘La Mundana’ (A Foreign Affair, 1948), ‘El Tercer Hombre’ (The Third Man, 1949) y ‘El Lector’ (The Reader, 2008) son algunas de esas pocas películas que tratan de retratar ese caótico escenario.
El principal efecto del proceso de desnazificacion fue la instalación de un estado de paranoia automático. Vecinos y parientes denunciaban a amigos y familiares como cómplices del nazismo y muy pronto las fuerzas aliadas se encontraron con la sospecha que casi todo el mundo ‘había tenido algo que ver’. Para remediar el problema se estableció una ley para eliminar el nacional socialismo y la preexistente militarización, llamada Befreiungsgesetz. Para catalogar a quienes contribuyeron con el poder hitleriano, se establecieron cinco categorías diferentes de vínculo con el poder nazi:
Exonerados o no incriminados (Entlastete), generalmente aplicada a quienes habían estado en la resistencia, tenían pruebas publicas de disenso o simplemente no podían ser acusados de participar de ningún acto político pro hitleriano.
Seguidores o simpatizantes (Mitläufer), fans del nacionalsocialismo pero sin participación de importancia en el gobierno.
Poco incriminados (Minderbelastete), funcionarios de escritorio con baja responsabilidad en los hechos. Igualmente todos ellos habían tenido que jurar lealtad al Reich.
Activistas, militantes, beneficiados, o personas incriminadas (Belastete), figures publicas a las que el nazismo había sostenido en buenas posiciones de poder e integrantes del sistema.
Responsables mayores (Hau-ptschuldige), jerarcas, líderes, ideólogos y autores de la política de Estado -incluyendo el desarrollo de la ‘solución final’.
Los comités aliados reunían las pruebas que catalogaban a quienes eran señalados como cómplices y liberaban a los inocentes o llevaban adelante procesos legales contra quienes tenían demasiadas evidencias en contra. Sin embargo los jueces, abogados y jurados eran todos alemanes. La ironía es que en el periodo se calculaba que el 75% de los miembros de ese sistema legal habían trabajado en el durante el nazismo. El pueblo alemán, humillado por estas nuevas reglas, evitó tocar el tema en su cine durante más de tres décadas. Por eso los films norteamericanos e ingleses suelen ocuparse más del periodo que la propia producción germana. De hecho, hasta el estreno de ‘La Caída’ (Der Untergang) en 2004, casi no se había mostrado la figura de Hitler en films locales. Basada en la novela de Bernard Schlink, ‘El Lector’ cuenta la historia de un joven, Michael, que en el poblado de Neustad, en 1958 se enamora de la misteriosa Hanna (Kate Winslet). Tras un febril romance, Hanna abandona al pueblo y a Michael, desapareciendo hasta 1966, cuando el joven -ya convertido en estudiante de abogacía-presencia un juicio a ex miembros de las SS. Entre ellos está Hanna. ‘El Lector’ se estrena estas semanas en Buenos Aires y es probable que por su pedigree artístico tenga buenas críticas. Lo más perturbador del film es como diluye las responsabilidades morales de quienes aceptaron ser parte de un mecanismo asesino. Hanna (el rol que le dio un Oscar a la Winslet), que tuvo relación directa con el Holocausto, es descripta como ‘una pobre mujer’ atormentada no por causar muertes si no por no saber leer. Más allá de sus valores narrativos, ‘El Lector’ planta una lectura perversa de la historia donde la dimensión personal es más importante que la global; como si una astilla en un dedo fuera más importante que un sangriento exterminio masivo. Es difícil no plantearse una discusión que no debería ser acerca de la culpa del pueblo alemán en el Holocausto, si no sobre que miradas habilitan que la historia repita modelos donde los lideres y quienes los votan finalmente no tienen ninguna responsabilidad. Jamás.