Hace casi 15 años que trabajo en televisión. En ese ya lejano 1995 el panorama era muy diferente al de hoy. Todo se veía y sonaba peor y las opciones para los televidentes solían ser más que limitadas. Los cambios tecnológicos trajeron calidad de imagen y audio, y muchísimos más canales de cable. El caudal de contenidos se multiplicó exponencialmente.

Y sin embargo, el impacto de la TV abierta no disminuyó en nada. Es claro que el principal valor de la televisión local es reflejar nuestra cotidianeidad, algo que ninguna señal extranjera puede ofrecer. La producción argentina toca un nervio específico en sus espectadores, trabaja sobre la capacidad de identificación, elabora nuestros rituales, nuestra historia reciente y lejana con una voz cercana.

Esa proximidad es fascinante aunque entre sus resultados aparece uno que me desconcierta desde hace largo tiempo: los taxistas siempre me comentan los ratings de los programas, mis conocidos me preguntan por el rating de los lanzamientos, mi familia charla sobre ratings de canales de aire. ¿Por qué el rating es una obsesión para quienes no trabajan en este campo?

Entiendo sin problemas porqué los índices de audiencia son un asunto complejo para quienes trabajamos en los medios de comunicación. Suponemos que esos números modifican el destino de un proyecto. Mide bien, el programa sigue; mide mal, el programa no sigue. No deja de ser una simplificación, porque los factores que intervienen son siempre mucho más complejos. La percepción de productores, guionistas, conductores, directores, técnicos y actores sigue siendo esa. Mide, vive; no mide, kaput. Pero, ¿de qué le sirve el rating a alguien que trabaja de cualquier otra cosa? Supongo que lo único que debería importale a alguien sentado en el living de su casa frente a la TV es si el programa le gusta, lo entretiene, lo informa o lo emociona.

Pero que haya otra gente mirando eso al mismo tiempo o no, no tiene ningún impacto en la vida de mi vecino. ¿Probaron meterse en foros de Internet de fans de la televisión? Discuten esos números con un fervor casi religioso. Y no son los únicos que elaboran teorías sobre el tema pero no mencionan en ningún momento la palabra “calidad , como si fuera algo menor.

Para la industria televisiva el valor fundamental del rating tiene que ver con el alcance de los programas. En la TV de aire, la financiación de la pantalla sale de la plata de los anunciantes que pautan sus spots de acuerdo al volumen de audiencia, el porcentaje de público viendo cada programa y su segmentación por grupos de consumo. Pero la propia TV no suele hablar en pantalla de los ratings. Es muy raro que ocurra, porque todos los que formamos este universo de trabajo sabemos que esos números se modifican día a día, transformándose en una espada de Damocles tortuosa pero deseada. Son la gráfica y la radio las que generan discusiones públicas frente a un tema que la televisión casi no toca por que le resulta sensible.

En la Argentina las mediciones de audiencia existen desde los años 60. En esa época (con el advenimiento de la televisión privada) los datos se tomaban de forma telefónica; el famoso “¿Y qué programa está viendo? . Hace más de una década que el sistema es esencialmente electrónico, con terminales (llamadas “people meters ) que analizan sobre una muestra de 730 hogares (conformado por dos adultos y tres menores) en Capital y Gran Buenos Aires una proyección de qué ve el público minuto a minuto.

En nuestro país existe una sola empresa que brinda ese servicio a quien lo pague. Todavía sobreviven encuestas telefónicas, pero su objetivo es chequear coincidencias numéricas con la lectura electrónica.

Todo esto nos hace creer que el conocimiento masivo de estas mediciones es reciente, pero no: en 1981 se estrenó una comedia protagonizada por Jorge Porcel (como un camarógrafo de TV) y Moria Casan (como una periodista) bajo el titulo “Te Rompo el Rating . Imaginen como estaba expandido el tema que ya hace 28 años podías poner la palabra en el titulo y que todo el mundo supiera de qué se hablaba.

El film coincidió con un momento donde todos los canales de aire eran manejados por la Junta Militar y el Proceso de Reorganización Nacional que, para bajarle decibles a los enfrentamientos entre las tres armas que se repartían las señales, prohibieron la difusión de los ratings. Entonces, ¿por qué el rating es una obsesión para quienes no trabajan en este campo? Sólo se me ocurre una conjetura. El saber que el programa que vimos anoche también le gusta a otros llena nuestra necesidad de pertenecer a la mayoría, ratificando nuestras elecciones como universales y válidas, haciéndonos sentir menos solos.

Si lo que vimos es exitoso, es en parte por que lo sintonizamos y eso nos transforma en socios de ese suceso. El programa pasa a ser de alguna forma “nuestro . Y además, saber que a alguien que creemos conocer por que lo seguimos en pantalla le va mal, lo vuelve uno de nosotros. Se humaniza la figura pública, ahora signada por el fracaso unificador. Y si le va bien, se transforma en una proyección de nuestros deseos, marcada por lo que públicamente se define como “éxito , un concepto intangible y elusivo que eleva a una persona a otro lugar ideal y ficticio al que a todos aspiramos llegar. Finalmente es como si ese numerito, el rating, realmente pudiera rompernos.