Mientras los líderes occidentales se preparan para atacar Siria, muchas personas dentro y fuera de Medio Oriente inevitablemente comparan este ataque y el que Estados Unidos encabezó contra Irak hace una década. Ya sea en su complicada composición étnica y las altas probabilidades de mayor violencia, en las armas de destrucción masiva como disparador de una acción militar, o en las dudas sobre su legalidad, crecen la percepción de que estamos por presenciar la repetición de la historia reciente.
Medio Oriente es un lugar tan complicado que esas percepciones no son poco razonables. No es fácil que tengan lógica los enfrentamientos entre sunitas y chiítas, entre alawites y sunitas, entre el régimen y los jihadis. También es complejo el debate sobre la legalidad y la legitimidad de la intervención.
Sin embargo, Siria no es Irak, no en la evolución de su conflicto ni en la actitud de las potencias occidentales. Allá por 2003, cuando EE.UU. invadió con el pretexto de salvar al mundo de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein (sólo para no encontrar ninguna), se manejó tan mal la transición que provocó una guerra civil de sunitas contra chiítas.
En el caso de Siria, puede afirmarse que el levantamiento popular contra el presidente Bashar al-Assad en 2011 se transformó en una guerra civil en parte por la inacción de Occidente. El mundo se mantuvo al margen mientras miles de sirios eran masacrados por un régimen que hace cualquier cosa por sobrevivir, usando aviones de guerra y misiles Scud, y que últimamente lanzó gas venenoso para castigar a la mayoría principalmente sunita que se levantó en su contra.
En cambio, fueron los jihadis extremistas los que inundaron Siria para pelear del lado de los rebeldes, exacerbando la naturaleza sectaria del conflicto y, en efecto, fortaleciendo la causa del régimen que siempre aseguró que estaba combatiendo a los terroristas
Además, en Irak el supuesto arsenal de armas de destrucción masiva fue el pretexto para una guerra que ya había sido decidida. Al no poder vincular a Saddam Hussein con los atentados del 11/9, EE.UU. recurrió al arsenal de Saddam y a la incapacidad de los inspectores de hacer su trabajo, para iniciar una invasión apuntada a derribar el régimen.
La diferencia crucial en Siria es que el presidente norteamericano Barack Obama quiere mantenerse lo más alejado posible del conflicto, rechazando el consejo de muchos durante su primera administración de armar a los rebeldes y acelerar el derrocamiento de Assad. En su segundo mandato también, se mantuvo reacio a intervenir. Si pudiera encontrar una excusa para no atacar Siria, probablemente la emplearía.
Cuando el año pasado señaló que la línea roja se cruzaba con el uso de armas químicas, los críticos opinaron que esa declaración era como decirle a Assad que las matanzas masivas por otros medios no provocarían una reacción norteamericana.
El líder de Siria comprendió las reglas de este juego, al menos por el momento. El supuesto uso de agentes químicos fue en muy pequeñas cantidades y dentro de zonas delimitadas, porque el objetivo era aterrar a las poblaciones para que huyan y no provocar matanzas.
Pese a las diferencias entre Bagdad y Damasco, es fuerte el temor a que se repitan los mismos errores, lo que significa que debe haber pruebas de que el régimen participó del ataque químico, antes de que EE.UU y sus aliados intervengan militarmente en Siria.
