Cuando hoy Mark Zuckerberg se presente ante una comisión parlamentaria de EE.UU., sin duda hablará sobre lo que parece ser la nueva misión de Facebook. El mantra "moverse rápido y romper con lo establecido" de los primeros días de la red social hace tiempo que ya no corre; ahora sería algo como "moverse lento y resolver los problemas".
Hay muchas cosas rotas. Un escándalo que expuso datos de hasta 87 millones de usuarios de Facebook es sólo el problema de privacidad más urgente que deben abordar los abogados norteamericanos. Aún más cerca está el rol de la red social como facilitadora de la intromisión rusa en las elecciones.
La compañía lleva un año de una "ofensiva masiva de tres años" para resolver esos abusos de confianza, dijo Zuckerberg a los periodistas.
Frente al Congreso probablemente se le recomiende seguir canalizando la actitud abierta, de arrepentimiento, que mostró en esa reciente conferencia de prensa.
Me parece que esa nueva estrategia es una actuación muy bien ensayada. No acepto que Zuckerberg sea un genio maléfico que siempre quiso crear una máquina para recolectar información sobre nuestras vidas privadas, sin importarle las consecuencias. Pero sí creo que su compañera Sheryl Sandberg y sus colegas voluntariamente no vieron los oscuros efectos secundarios de su propio virtuosismo algorítmico.
Zuckerberg varias veces reconoció la semana pasada que el grupo debería haber tenido "una visión más amplia de su responsabilidad". Eso es equivalente a reconocer que ha adoptado una visión estrecha porque habría sido comercialmente inoportuno hacer lo contrario.
Facebook también se tragó entera su propia creencia idealista tan pregonada de que es una fuerza del bien. El fundador afirma que, gracias a Facebook, "las familias se volvieron a conectar, la gente se casó, se organizaron movimientos sociales y las marchas, y decenas de millones de pequeñas empresas ahora tienen mejores herramientas para crecer". Pero este enfoque "positivo neto" ya no lo acepta la mayoría de los usuarios, y definitivamente el Congreso, tampoco.
Zuckerberg todavía suena como un hombre traicionado por sus propios amigos de Facebook. Quedó enredado en la idea utópica de que él lidera una comunidad global. Su uso de la primera persona del plural es un síntoma. Hace poco, el "nosotros" que utilizó era una combinación sensiblera de él, sus colegas y todos los usuarios de Facebook. "Desde esta mañana, la comunidad de Facebook es oficialmente de 2000 millones de personas!" posteó en junio. "Estamos más cerca de reunir al mundo. Es un honor estar en este viaje con ustedes".
Sin embargo, ahora hay múltiples excepciones a ese honor, incluyendo trolls de Macedonia, algunos investigadores de universidades que minan datos y propagadores de noticias falsas.
Catorce años después de lanzar The Facebook siendo un estudiante, Zuckerberg se dio cuenta de que como fundador y accionista controlante de una comunidad online dominante, una de sus responsabilidades es distinguir entre un "ellos" peligroso y un "nosotros" amistoso.
"Las diferentes personas que usan Facebook tienen distintos intereses", dijo la semana pasada.
"Algunas quieren compartir discursos políticos que consideran válidos, y otras lo sienten como un discurso de odio. Y luego, la gente nos pregunta, "¿están dejando que eso suceda porque quieren que la gente pueda compartir más?". "Estos son valores, preguntas e intercambios reales", continuó.
Me alegra que Zuckerberg reconozca que manejar tales intercambios es más complejo, más importante y moralmente más difícil que resolver un gran desafío de software. Sin embargo, el Congreso podría preguntarle por qué se tomó tanto tiempo para comprender que Facebook no es la solución sino parte del problema.
