En la imaginación colectiva, la jubilación suele estar asociada a la estabilidad y al descanso luego de toda una vida de trabajo. Alcanzar los 65 años implica el inicio de una etapa de merecida tranquilidad, donde los ahorros y la pensión deberían ser suficientes para vivir con dignidad. Sin embargo, esa imagen se aleja cada vez más de la realidad de muchos jubilados en España.
La combinación de pensiones bajas, alquileres por las nubes e inflación ha convertido la vejez en un campo de resistencia económica. A esto se suma la precariedad laboral de décadas anteriores, que dejó a muchos sin aportes suficientes y sin red de contención.
La historia de Susana, una jubilada de 79 años que vive en Barcelona, resume el drama silencioso de quienes llegan a la tercera edad sin poder cubrir sus necesidades más básicas. Viuda, sin ahorros y sin vivienda propia, se ha visto obligada a alquilar las habitaciones de su piso y dormir en el salón para poder subsistir.
"Pago 600 euros de alquiler porque vivo en este piso, con los 200 restantes tengo que pagar la luz, el agua, el gas y el dinero no me llega para nada", relata Susana, que sobrevive con una pensión mensual de 800 euros.
La jubilación en España: vivir al límite con 800 euros
Susana cobra una pensión compuesta por media viudedad y el restante según sus años cotizados: en total, 800 euros. "Creo que nadie cobra 800 euros", afirma, aludiendo a lo irrisorio de su ingreso frente al coste de vida actual en Barcelona.
Aunque vive desde hace más de 50 años en el mismo piso y su alquiler es más bajo que el promedio, ese coste representa el 75% de su ingreso mensual.
"Duermo en el salón porque solo tengo dos habitaciones y las alquilo a estudiantes por un tiempo limitado", explica. Esa es su única estrategia para sostenerse mes a mes.
Su visión sobre la clase política es contundente: "La vida ha subido mucho y a la gente obrera nos perjudica mucho, porque los que ganan mucho ganan muchísimo y los que ganan poco, ganan menos". Y añade con amargura: "Tanto la izquierda como la derecha son unos ladrones todos. Nos han robado bastante durante toda la vida" al diario La Vanguardia.
Trabajar toda la vida y no cotizar: el peso del trabajo en negro
La historia laboral de Susana no difiere de la de muchas mujeres de su generación: trabajó toda la vida, pero apenas cotizó. "Yo he estado de alta muy poco tiempo porque mis jefes nunca me dieron de alta. Siempre he tenido que trabajar en negro por culpa de los empresarios que no me daban de alta", relata. En total, acumuló solo 17 años de aportes, muy por debajo del mínimo para acceder a una pensión completa.
"Trabajaba 9 horas al día y si te pedían trabajar un sábado tenías que ir", recuerda sobre su primer empleo. Así, toda su vida laboral apenas le permitió cubrir los gastos de sus hijas y del día a día. "No he podido nunca comprarme un piso porque nunca he tenido suficiente dinero para la entrada".
Susana tuvo que renunciar incluso a tener un seguro del hogar. Hoy, un problema con un desagüe le generó una mancha en el techo, y solo porque la vecina de arriba tiene seguro, no debió afrontar los costes. "Si a mí me pasara esto con la vecina de abajo, tendría que recurrir a otros medios porque no tengo dinero", lamenta.
Soledad y creatividad: las otras batallas de la vejez
Más allá del aspecto económico, lo que más pesa para Susana es la soledad. "Lo más difícil es la soledad y lo afronto cantando en los coros y dibujando", confiesa. Estas actividades, gratuitas, son su salvavidas emocional y le dan un propósito en medio de tanta dificultad. "No me puedo permitir nada porque todo lo que hago es gratuito... Lleno mi vida con estos espacios", concluye.
Su caso no es único. Es uno de los tantos que reflejan cómo la vejez puede volverse una etapa de incertidumbre y angustia cuando el sistema de protección social no alcanza. La historia de Susana es, en definitiva, el retrato de una generación que trabajó, crió, sostuvo y ahora sobrevive.