La elección porteña vuelve a sumir en cavilaciones a la Presidenta. Surgido del designio de Mauricio Macri, el triunfo de Horacio Rodríguez Larreta representa la razón empírica de que Cristina Kirchner también podría imponer el candidato presidencial que desee. Las encuestas la tienen sorprendida como a todos: un análisis de opinión que llegó esta semana a manos de un candidato presidencial le atribuye más de 50 puntos de imagen positiva. El resultado de ayer pone en duda el apoyo al proyecto presidencial de Daniel Scioli y vuelve a instalar la idea como dijo anoche en la tribuna Mariano Recalde de que "el candidato es el proyecto".
Se trataría de un nuevo giro en el escenario que apenas se había consolidado en el oficialismo en relación a la sucesión de Cristina Kirchner, y al que el gobernador se había encaramado por prepotencia de sumisión. La convergencia entre la Presidenta y el gobernador bonaerense había sido, hasta el resultado de ayer, el último dato verdaderamente relevante del año electoral. Scioli no imagina otro destino que el de Presidente desde hace al menos 20 años y no le queda sino la opción de ganar. Y ella finalmente se convenció de que la única garantía para su legado es conservar el poder. Esa comunidad de intereses viene determinando el perfil de las alianzas en la oposición. "Ella cambió el plan Bachelet por el plan Putin", según el análisis de Macri.
La Presidenta siempre se sintió en libertad de revisar ese pacto no escrito con Scioli, facilitado al parecer en la influencia que ejerció el gobernador sobre el voto decisivo en la Cámara federal que la liberó de la amenaza póstuma del fiscal Nisman. ¿La piel de Dmitri Medvedev cambia de Scioli a Randazzo? ¿A Kicillof? Si se corriera a Scioli del escenario, el ministro del Interior, según indagaciones del macrismo, aparece con apenas 3 puntos menos de intención de voto que el gobernador bonaerense. Incomprobable.
Haber garantizado la sucesión en la Ciudad es desde anoche el principal activo del proyecto presidencial de Macri. En una charla privada, el jefe de Gobierno se atrevió la semana pasada a entrever el escenario más negativo, que además de una derrota de Rodríguez Larreta contemplaba la de su propia candidatura presidencial. Despejada la primera incógnita, la conclusión es que su liderazgo en el PRO está fuera de cuestionamiento: incluso en el caso de una derrota en octubre, Macri seguirá teniendo una influencia decisiva en el destino de la Ciudad. No es una cuestión menor: cuando Kirchner aún estaba en vida y proyectaba su regreso a la presidencia, Macri jugueteó con un autoexilio en Italia "porque este país no aprende más". El líder del PRO también tiene sus estados de ensimismamiento.
Hasta anoche, Macri no había dado señales sobre el futuro de Gabriela Michetti. La senadora planteó un saludable desafío hacia el interior del PRO, pero que también contenía una cuota de veneno para su liderazgo. La ambición de Michetti fue desde muy temprano construir poder territorial en la Ciudad, pero nunca pudo capitalizar su siempre buen desempeño en las elecciones en las que se vio empujada a competir. No tolera que el principal beneficiario de ese recorrido haya sido Larreta.
Macri sumó un segundo reproche a Michetti: el haberlo forzado a tomar posición pública en favor de Larreta, una intervención que contradice algunos postulados de la política hecha a base de globos de color. Esa relación no será la misma a partir de hoy. Otras cosas también podrían cambiar en el PRO después de esta experiencia. "Todo tiene su tiempo", dijo Macri acerca de la situación de Jaime Durán Barba, horas antes de la elección.
Para Macri, la verdadera polarización empieza hoy y está convencido de que el kirchnerismo la facilitará. El PRO será una fuerza aspiracional, pero él mismo ya trabaja en el choque de modelos. En los dos frentes coinciden en que su antagonista no va a ser Scioli, sino Cristina Kirchner. En el kirchnerismo también vislumbran que la intención de voto de Scioli es una muestra abrumadora del poder político que conserva la Presidenta: un intendente bonaerense que acompaña al gobernador le asigna a Scioli apenas un 9% de voto propio. Otra cifra incomprobable.
La cuestión Massa parece deslizarse en un plano inclinado. Él antes que ninguno, todos saben que el intendente de Tigre hoy es el tercero del lote. Macri rechaza la idea de una interna amplia que incluya a Massa será el corazón del mensaje del tigrense en Vélez y ya prometió a los radicales Morales y Cano despejarles de candidatos Jujuy y Tucumán a cambio de revisar sus acuerdos con el Frente Renovador. Massa insiste en que si bajara su candidatura, muchos de sus votos migrarían al kirchnerismo. Y un acuerdo en la provincia de Buenos Aires también es difícil que prospere: Emilio Monzó le ha hecho creer a Macri que la Provincia la gana el candidato a Presidente, pero olvida el antecedente del triunfo de Carlos Ruckauf, en 1999, en el cual nada tuvo que ver Duhalde y sí en cambio la candidatura de Domingo Cavallo. ¿O es en realidad una confirmación de esa teoría? En el PRO afirman que la sumisión de Scioli agravó en la última década la dependencia de la Provincia a la Nación. Macri, según este análisis, podría enfrentar solo ese expediente y medir el pulso con De Narváez.
El kirchnerismo se obstinaba anoche en atribuirse eufórico el segundo puesto en la Ciudad por la suma de sus candidatos. Los primeros cómputos lo ubicaban tercero, detrás de los candidatos de ECO liderados por Martín Lousteau, heredero de la disuelta UNEN y referenciado en el acuerdo nacional entre Elisa Carrió y el PRO. Los candidatos kirchneristas aparecían por debajo de la elección nacional de 2013, cuando apenas superó los 20 puntos, y bastante más atrás de los 28 puntos de la primera vuelta de la elección para jefe porteño de 2011. El desencanto, a la hora de la verdad, no podía ser más grande.