La imagen de un barco que surca los océanos hacia el atardecer es la que aparece cuando se piensa en dejar todo y viajar. Pero en el caso de Constanza Coll y Juan Dordal las metáforas como “soltar amarras y “navegar sin rumbo se vuelven literales: junto a Ulises, su hijo de 2 años, viajarán en un barco a vela sin fecha de vuelta.

“El 5 de septiembre partimos a Brasil. Vamos a estar navegando 1 año y tal vez más, rumbo norte. La consigna es andar tranquilos y seguir buenos pronósticos , cuenta Constanza en una conversación telefónica, a poco de zarpar. “Ulises fue el motivador principal. Antes de que empiece el colegio queríamos aprovechar para estar juntos sin tener que trabajar 8 horas por días. Tenemos 33 años, un hijo de 2 y queremos viajar, conocer y pasar tiempo juntos , explica la periodista, que trabajó como corresponsal de Lonely Planet.

Pero lejos de un deseo impulsivo, Constanza y Juan -psicólogo de profesión y hoy navegante- no son improvisados: hace 7 años que viajan a vela y ambos hicieron el curso de timonel. Con el Tangaroa2 (de 5.8 metros, construido en 2001 por Jorge Correa, el maestro y socio de Juan en la náutica a quien se lo compraron días antes de saber que esperaban un hijo) ya fueron a Colonia, Montevideo y La Paloma.

Ya probaron la vida a bordo en Nueva Zelanda, Islas Vírgenes Británicas, Belice y Croacia. “Si bien tenemos experiencia, lo máximo que estuvimos viajando es un mes. Es la primera vez que nos vamos en familia tanto tiempo , cuenta Constanza.

Mientras dure la travesía, Constanza seguirá escribiendo, aunque esta vez -además de contar los destinos que visiten-, sumará la experiencia de vivir en familia en un barco. Y Juan ofrecerá clases de timonel y paseos turísticos en el velero. Además, relatarán sus aventuras por Instagram en su cuenta el_barco_amarillo, que ya cuenta con el esponsoreo de varias empresas.

“Los desafíos fueron un montón: desde soltar lo que tenemos en Buenos Aires, ya que dejamos nuestra casa en alquiler con todo lo que tenemos, renunciar a un empleo fijo y al salario. Ahora se viene el desafío de vivir a bordo, donde hay que ejercer mucho la paciencia, porque no somos turistas sino navegantes y nuestros tiempos los van a regir el mar y el clima , explica.

“Elegimos este barco justamente porque no es ni muy grande ni tan chiquito y se puede navegar de a uno. O sea que mientras uno se hace cargo del barco, el otro puede cuidar a Ulises , cuenta. Van a navegar a una velocidad promedio de 4 nudos (7.5 km/h), y en esto, asegura, radica uno de los mayores encantos de este viaje. “No es una carrera por llegar más lejos o en el menor tiempo posible, más bien todo lo contrario: cuanto más dure, mejor , explica.

Una generación nómade

“Me siento parte de una generación distinta, que se anima a trabajar de otra forma y apostar por una nueva forma de economía , explica Constanza. “Nuestros padres no nos entienden. Mi marido renunció a un trabajo bien pago y estable. Decidimos hacer esto a pesar de lo que opinaban los demás. Para nosotros el tiempo es lo más valioso que tenemos , agrega.

En contra de quienes piensen que para realizar este tipo de hazaña hay que ser multimillonario, Constanza aclara: “No tenemos un barco lujoso: es un velero promedio por el que pagamos u$s 24 mil, o sea, la cuarta parte de un monoambiente. El mantenimiento es mínimo, se mueve con el viento y el garaje sale casi lo mismo que el de un de auto. Tenemos nuestro departamento en alquiler y ahorros, pero la idea es generar espacios de trabajo abordo, ver qué nos ofrece esta experiencia haciendo canjes, produciendo contenidos, dando clases. La clave es estar abiertos a lo que pueda surgir , concluye.