¿Se volvió loco Macri?

El director de cine Juan José Campanella suele enseñar que en toda gran película hay una escena, un instante fugaz, en la que, imperceptiblemente, el protagonista elige su destino. El ejemplo clásico que suele citar Campanella ocurre en El Padrino I. Michael (Al Pacino) era el hijo distinto de Vito Corleone (Marlon Brando), el jefe de la mafia. Se había enrolado en el ejército durante la Segunda Guerra. Estaba enamorado de una mujer que no pertenecía a la mafia. Planeaba asistir a la universidad. Pero hay un momento en que su destino cambia.

Vito había sido herido de muerte en un atentado. Michael lo va a visitar y percibe que la custodia lo había abandonado, y que lo van a rematar. Aprovecha la oportuna visita de un admirador de El Padrino, para pedir que simule con él, frente a la puerta del hospital, que son la custodia del jefe internado: de esa manera, tal vez los asesinos no ataquen. En medio de la espera, el otro intenta encender un cigarrillo. Le tiemblan las manos. No lo logra. Michael entonces lo hace por él. Al levantar el fósforo hacia el cigarrillo se nota que no tiembla: está tranquilo, no le teme a nada. Esa seguridad, esa frialdad, ese momento, es la bisagra: a partir de allí, Michael será otro y se incorporará a la lógica mafiosa de la Familia, para ser luego el sucesor de Vito, o sea, el nuevo Padrino.

Las cosas no son tan dramáticas como en esa película -al fin y al cabo, esta es apenas una columna política- pero Mauricio Macri enfrenta en estas horas una decisión crucial que puede determinar su destino político. Si acierta, tal vez se asegure finalmente un lugar en la segunda vuelta y eso le dará posibilidades de llegar a la Casa Rosada. Si, en cambio, pifia, esta decisión será recordada como el empecinamiento de un principiante, la torpeza de un terco, o el suicidio de un político al que no le dio el piné. Al respecto, el viernes por la noche, un encuestador de los más respetados, se daba la cabeza contra la pared:

- ¡Está loco! ¡Mauricio enloqueció! ¡Nunca ví una cosa así!

Las diferentes encuestas indican que el desempeño de Macri es débil en Buenos Aires.

El dilema de Macri -que al parecer está resuelto- gira alrededor de si le conviene o no abrirle la puerta de su sector a Sergio Massa para que compita en la interna por la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires. La mera existencia de ese dilema refleja cuánto ha crecido la candidatura del jefe de Gobierno porteño. Hace solo un año, la oposición estaba dividida en tres sectores: el PRO, el peronismo disidente de Massa y la alianza UNEN. Esta última fue la primera en implosionar y su principal componente el radicalismo, con su red de gobernadores e intendentes en distintas provincias aceptó iniciar un camino que termina en el apoyo a la candidatura presidencial de Macri. Así las cosas, la pelea por el voto anti K quedaba solo entre dos. Pero Sergio Massa entró en una pendiente y esta última semana, desde el massismo llovieron señales para consensuar una estrategia con Macri: Massa se bajaría de la presidencial y competiría por la gobernación en la misma boleta que llevaría al jefe del PRO como candidato presidencial.

Es una situación ideal para cualquiera.

Macri le ganó a Unen y a Massa sin competir.

Pero aún le falta mucho para ganarle al Frente para la Victoria.

El principal problema que tiene es que las diferentes encuestas indican que el desempeño de Macri es débil en la provincia de Buenos Aires, justo donde Massa es más popular. Con lo cual, la alianza que propone el massismo parece, a primera vista, una bendición: Macri podría contar ahora con alguien que le junte votos allí donde aun no los tiene y con ello acercarse definitivamente a la posibilidad de llegar a la segunda vuelta, en un escenario donde no necesariamente entraría segundo.

Y, he aquí la curiosidad: dice que no.

Se le acercan empresarios, recaudadores, amigos, seguidores, periodistas, encuestadores, twiteros.

Pero Macri se niega.

Le explican que le falta estructura, que -salvo su amigo ecuatoriano- todos los encuestadores insisten en que Massa le daría el empujón que le falta.

Pero él avisa que si Massa lo llama, le dirá que no.

Dice que él es distinto, que se viene el cambio en serio. Son pavadas, si se tiene en cuenta, entre muchos otros hechos, que hace solo dos años él apoyó a Massa porque su prioridad era unirse para derrotar al kirchnerismo. ¿Qué cambió tanto?

Macri le ganó a UNEN y a Massa sin competir. Aún le falta mucho para ganarle al FPV.

En el macrismo más ortodoxo no todos están de acuerdo sostienen que es una cuestión estratégica. Massa, dicen, ensucia mucho más de lo que suma. O, mejor dicho, lo poco que podría sumar como candidato a gobernador se compensa con lo que debilita la mística del cambio. Ante cualquiera que pregunte por la sensatez de la estrategia, dirán: nosotros anticipamos hace un año que se caía Massa, apostamos por Rodríguez Larreta, sobrevivimos a todos los opositores de estos años, no pueden decir que somos suicidas, locos, o torpes. El argumento es uno y siempre el mismo: hay más gente que quiere el cambio que la conservación de lo que hay y eso se notará en la elección de uno contra uno, más allá de las estructuras.

Se verá.

En cualquier caso, será una pelea desigual. El kirchnerismo suele victimizarse, presentarse como un poder político débil acechado por amenazas terribles. Pero no es así. Desde el 2003 hasta aquí, quizá con una excepción de dos años luego de la derrota electoral del 2009, gozó de una holgada mayoría parlamentaria en las dos cámaras. No tuvo que enfrentar crisis financieras serias. No sufrió amenazas de golpes militares. Gobernó en un país con plata, dentro de un continente que crecía como nunca. No tuvo que hacer equilibrio en medio de la desestabilizadora guerra fría. No convivió con grupos foquistas. Y ni siquiera tuvo enfrente a una oposición estructurada. Cualquier otro gobierno, desde 1916 para acá, debió enfrentar uno o -en su mayoría- varios de esos desafíos. Ellos no. Ese panorama le dio espacio al Gobierno y a sus dirigentes para errar, acertar, equivocarse, corregir, y aprender, revalidar títulos una y otra vez, a tal punto que hoy tienen muchos dirigentes con buena imagen en todo el país.

No solo eso. El peronismo, al que enfrenta Macri, es el único partido de alcance nacional, si se entiende por eso una estructura que tiene referentes en cada barrio, en cada manzana, bloques poderosos o directamente hegemónicos en cada concejo deliberante del país, o en cada legislatura provincial, dirigentes propios en todos los sindicatos, financiamiento infinito en cada uno de esos niveles, gobiernos que pueden anunciar o inaugurar obras antes de las elecciones, y candidatos con inserción popular en cada punto cardinal. Y no deja de engullir nuevos intendentes, candidatos, en todo el país. Encima, no hay encuesta que no refleje un crecimiento sostenido de la imagen presidencial y del optimismo económico en los últimos seis meses./p>

Frente a todo esto, Macri desprecia un aporte que, a primera vista, parece clave.

Según quien la describa, se trata de una decisión audaz, creativa, torpe, disruptiva, endogámica, heterodoxa, delirante, heroica, desinformada, genial, psicodélica, llamativa, curiosa, incomprensible, valiente, suicida o imbécil.

Como siempre, la historia la escribirán los que ganen.

Cosas de la vida.

El poder, tan cerca y tan lejos: tan dependiente de intuiciones, de corazonadas, de pálpitos, de sinsentidos.

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