Si uno no se quiere perder una parte de la película, conviene poner la lupa sobre la moneda argentina en lugar de asistir al seductor pero infeliz espectáculo del dólar paralelo y su violenta escalada.

En los últimos años, el BCRA ha emitido dinero con varios objetivos. Lo ha hecho al 30% anual, es decir que en poco más de 3 años duplicó la cantidad de dinero. ¿Para qué utilizaba esos pesos? Por un lado el crecimiento de la economía y la suba de los precios demandaban cantidades extras de moneda, ya que el dinero sirve como medio de intercambio y hace posible la actividad económica.

Por otro, el BCRA necesitó siempre comprar dólares (con pesos) para engrosar las reservas y ayudar al Gobierno a pagar la deuda (en dólares) que tiene el país. A ello se agregó también que la entidad que conduce Marcó del Pont pasó a financiar otros gastos del Gobierno cuyo objetivo, huelga decir, siempre apuntó principalmente a sostener la inversión y reforzar el mercado de empleo. Por supuesto, hay más ítems que entran en la categoría Gasto Público.

De todas formas, buena parte de la oferta de pesos fue a parar a sectores que ya tenían un buen stock de los mismos. Los pesos que no querían, los vendían. Durante los últimos 5 años, el sector privado vendió $ 300.000 millones y a cambio compró dólares. Esos dólares provenían del saldo que resultaba de la diferencia entre lo que se vendía al exterior (exportaciones, entrada de divisas) y lo que nos vendían desde el exterior (importaciones, salida de divisas).

Hoy, con las restricciones vigentes, los pesos que circulan por la economía y no quieren ser transformados en consumo (ni en dólares) no tienen destino. Apura la inflación. Podrían colocarse a plazo fijo, pero la tasa no alcanza para cubrir el alza de los precios. Y ya se sabe: mucha oferta, poca demanda, el precio de ese activo disminuye. Este movimiento se completa con un dato no menor: la moneda local en la economía argentina es una mercancía que medido en otros productos (euros, manzanas, pasta dentífrica), vale menos.

Ayer, por ejemplo, cualquier ahorrista que hizo una operación de compra-venta de divisas en el mercado paralelo, estuvo dispuesto a desprenderse de un peso para recibir 16 centavos de dólar como contrapartida. Hoy es probable que por 15 o 14 centavos de dólar un ahorrista esté dispuesto a vender su peso al mercado. Si el ahorrista pensara que su moneda vale más, o que el respaldo en el valor de esa moneda va a crecer, entonces esperaría. Muchos lo están haciendo, pero otros no. Por eso el dólar paralelo llega a $ 6,15.

Las razones para deshacerse rápidamente de la moneda de curso legal hay que buscarlas, primero, en la inflación, el más implacable de los impuestos, ya que lo paga todo aquél que utiliza la moneda. Pero a este factor, central, ineludible, riguroso y urgente, se agrega uno no menor: desde hace dos semanas, el peso es una moneda que no es convertible. Si queda un resquicio para cambiarla por dólares en la plaza informal, se aprovecha.

En la historia económica, si existe un atributo que hizo triunfar al dinero una creación de la mercado que luego monopolizaron los estados, como elemento de intercambio, fue su poder de ser transformado en otros bienes, pero también en otras monedas. Dar por tierra con este atributo esencial compromete seriamente su utilización. Esto provoca que exista cada vez más gente y, por ende, más pesos, dispuestos a ser sacrificados a valores sospechosos para conseguir una moneda convertible que al menos mantengan su poder adquisitivo y que pueda ser utilizado como medio de cambio a futuro. La inflación y el valor del mercado paralelo son el reflejo fiel de esta ansiedad que no hay que subestimar. El mercado oficial calla lo que el paralelo otorga. Volver a confiar en el peso implica tener menos inflación y desactivar expectativas que