Mientras Cristina redobla la vigilancia y apuesta a una claustrofobia cambiaria que retenga a los dólares en casa cueste lo que cueste, Brasil asiste por estos días a un verdadero carnaval de dólares, que parece reeditar en un clima global de mayor apetito de riesgo el idilio inversor con lo brasileño.

En enero, Brasil recibió un flujo neto de u$s 7.283 millones, el mejor resultado desde septiembre del año pasado, si bien por debajo de los u$s 15.500 millones de enero del 2011. De ese total, u$s 6.900 millones respondieron a operaciones financieras. Sólo en los primeros tres días de febrero, la avalancha se aceleró al punto de alcanzar los u$s 3.800 millones, un poco más de la mitad del acumulado en todo el mes pasado.

Es en este contexto que el Banco Central comenzó a intervenir nuevamente en el mercado para atemperar los bríos del real, cuya fortaleza viene hostigando a los industriales. Ayer, de hecho, la intervención oficial volvió a hacerse sentir en el mercado de futuros sin lograr torcer la apreciación de la moneda, que avanza casi 9% en el año.

Es una vieja batalla que Brasil sabe pelear. Aunque la pulseada promete ser reñida. Además del boom de emisiones de empresas en el exterior, que este año ya llega a u$s 12.000 millones, en el BM&FBovespa estiman que este año habrá salidas a bolsa por 28.000 millones de reales (u$s 16.000 millones) contra los 6.500 millones de reales del año pasado. Desde julio del 2011, ninguna empresa se aventura a debutar como cotizante en Brasil.

Pero los inversores extranjeros están volviendo. Las apuestas en acciones marcaron un récord histórico de 7.200 millones de reales (u$s 4.200 millones) en enero, contra 400 millones un año antes.

En 2011, los extranjeros habían retirado unos 1.400 millones de reales de la bolsa local, que retrocedió 18%. Pero este año el índice ya sube 16% en una señal de que Brasil no perdió su magnetismo. Claro que Dilma hizo lo suyo al levantar la barrera impositiva para las inversiones extranjeras en acciones, una medida que se había adoptado precisamente para anestesiar al real antes de que la crisis europea mostrara los dientes.

Hoy se trata nuevamente de mantener al súper-real a raya para que no amenace el crecimiento, un desafío que tranquiliza a la Argentina, que el año pasado tanto se inquietó con el amague de un 2 a 1 brasileño que desnudara las grietas de una competitividad erosionada.

Consuelo escaso, no obstante, en estos tiempos de dólar discrecional y burocrático. Con una fuga de capitales doblegada artificialmente, con rebotados cambiarios que aún deambulan en busca de criterios claros, con importadores sometidos al antojadizo escrutinio anti-dólar y dividendos que nunca lograrán cruzar las fronteras, la Argentina ha creado su propio laberinto cambiario. Lejos, muy lejos, de este Brasil al que le sobran otra vez los dólares.