Como Alfonsín y Frondizi, el desafío de Macri es liderar una Argentina post peronista

Hartazgo. La sociedad argentino volvió a dar un estrepitoso mensaje de hartazgo. El voto mayoritario a favor de Mauricio Macri expresa como nunca el hartazgo ante los desbordes antidemocráticos del kirchnerismo. Hartazgo ante el vamos por todo. Hartazgo ante el personalismo de Cristina. Hartazgo ante la intolerancia de sus discursos egocéntricos por cadena oficial. Hartazgo ante las mentiras estadísticas con la inflación, con la pobreza o con el empleo. Y hartazgo frente a la tormenta de propaganda estatista mientras la realidad mostraba cada vez más un Estado ineficiente, muchas veces ausente a la hora de las demandas concretas de los más necesitados y siempre mal conducido por funcionarios demasiado preocupados por la prosperidad personal.

Un sector mayoritario de la Argentina le dijo basta a ese modelo conservador envuelto en un discurso pretenciosamente progresista y castigó con extremada dureza a Daniel Scioli, el candidato que apostó a representarlo en vez de potenciar las diferencias que siempre tuvo en lo personal con el kirchnerismo. Por error o por temor, sólo él lo sabe en su intimidad, Scioli se encerró en la telaraña de un grupo de dirigentes, encabezados por la propia Presidenta, que jamás lo valoró y que lo despreció y lo perjudicó hasta el final del ballottage. La imagen de absoluta soledad de Cristina, hablando ayer desangelada con la prensa en Santa Cruz como nunca se lo permitió en estos doce años e intentando salvar a su imagen personal de la hecatombre electoral fue el símbolo decadente de un final que debió ser diferente.

La sociedad argentina, lo decíamos el viernes en esta misma columna, se dio una nueva oportunidad de transformación. Como siempre lo hizo cada vez que estuvo al borde del naufragio. Algunas veces le dio ese mandato de reconstrucción al peronismo (al de Carlos Menem en 1989 y al de Néstor Kirchner en el 2003) y, en otras ocasiones como ésta, lo hace apostando a alternativas políticas ajenas al movimiento creado por Juan Domingo Perón. Con su indiscutible victoria de anoche, Mauricio Macri tiene en sus manos la misma posibilidad que tuvieron Arturo Frondizi en 1958 y Raúl Alfonsín en 1983. La oportunidad de ubicar a la Argentina en el estadio todavía inexplorado del desarrollo y la de lograr el salto de calidad institucional pendiente con un peronismo renovado en su metodología y adaptado inexorablemente a la alternancia en el poder con la oposición.

Sostenido en ese formidable barco intelectual y dirigencial que fue el desarrollismo, Frondizi jamás pudo superar el pecado de nacimiento de gobernar con el peronismo proscripto y cayó finalmente bajo la presión del autoritarismo militar de aquellos tiempos. La maravillosa primavera democrática del ’83 fue la base que catapultó al poder al radicalismo de Alfonsín pero aquellos días de alborozo constitucional post dictadura y juicios a la represión de Estado no estuvieron acompañados de una gestión económica eficaz para terminar sepultados bajo la oscuridad del rechazo social y la hiperinflación.

Macri alternó aciertos y errores para llegar a la Casa Rosada sobre los restos del kirchnerismo. Construyó el espacio político más exitoso alternativo al bipartidismo del PJ y la UCR, y renovó la burocracia dirigencial con hombres y mujeres más prepcupados por la gestión que por la profundidad ideológica. Ahora tiene por delante el desafío apabullante del país adolescente. La Argentina de las cúpulas facciosas y de sus habitantes siempre impacientes. Deberá dar respuestas políticas y económicas inmediatas. Domar el dólar, la inflación, recomponer las reservas exhaustas del Banco Central y recrear las inversiones que dejaron de venir. Deberá dar respuestas de Estado para frenar y reducir los niveles alarmantes de pobreza. Deberá instalar cloacas, extraer petróleo, extender líneas ferroviarias y construir más hospitales, más escuelas, nuevas rutas y nuevas autopistas. Deberá gobernar con un bloque legislativo insuficiente y con la amenaza latente de un peronismo siempre dispuesto a buscar las debilidades ajenas para volver al poder. Nada que este hijo de empresario inmigrante criado en la comodidad de la clase media alta no sepa. Tiene a su favor el crédito de una ciudadanía cansada. Harta del proceso engañoso que acaba de vivir, de sufrir y con pocas pulgas para soportar equivocaciones de principiantes. Cuando pare la música de los festejos interminables y se desinflen los globos amarillos de la fiesta inesperada hasta hace un par de meses, Macri se encontrará con el objetivo que tanto buscó. Y ahí, volveremos a depender de la capacidad de liderazgo de un dirigente para contagiar a sus colaboradores y a la sociedad que la Argentina puede tener de una vez por todas un destino más atractivo que su presente.

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