

Daniel Passarella amaneció el jueves 22 de mayo con una enterocolitis y no entrenó. A ensayo y error, la medicación no doblegó el virus estomacal que lo dejó fuera del mundial. "Estoy muerto, Carlos, no puedo levantar las piernas. Mejor que juegue otro, porque no le quiero fallar a nadie", fueron sus palabras, según reconstruyeron las coberturas de aquellos días. El único bilardista del plantel, José Luis Brown, tuvo que salir a ocupar el puesto de marcador central. El destete con la selección del 78 y el 82 fue total. Sin Fillol en la lista, sin Passarella en cancha, ya nada olió a César Luis Menotti. Llegó el cambio y Diego Armando Maradona pasó por ventanilla para llevarse el brazalete de capitán.
A esas alturas, el presidente Raúl Alfonsín también había iniciado su destete. Julio Rajneri había asumido en Educación y Justicia tras la renuncia de Carlos Alconada Aramburu. Dos hombres claves del alfonsinismo, Raúl Borrás y Roque Carranza, murieron mientras encabezaban el área de Defensa. Y para colmo, otros dos de aquellos socios fundadores, Bernardo Grinspun y Germán López, habían caído producto de las zancadillas diarias de una gestión cuesta arriba. El Plan Austral, su nueva moneda y el parate inflacionario ya cumplieron su primer año. La renovación generacional dio el puntapié inicial del segundo tiempo y llegó la hora de la Coordinadora. El despacho contiguo al presidente recibió a un joven Carlos Becerra, el primer signo del cambio epocal que se iniciaba.
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En 1986, el gobierno contó con un amigo en la AFA, Julio Grondona. El vecino de Sarandí había sido tentado por la UCR en 1983 para ser intendente de Avellaneda. "Julio lamentó no poder aceptar una candidatura que le encantaba", recordó Juan Manuel Casella días atrás. "Poco tiempo antes había sido designado presidente de la AFA y tenía la obligación de respetar ese compromiso", añadió quien encabezó la comitiva que realizó aquella gestión fallida.
A fines de mayo, Virus hizo tres Obras y grabó su disco en vivo. Desde 3 hasta 9 australes (un dólar valía 0,89 austral) costaba ingresar a La Meca del rock nacional. La banda de Federico Moura sumó en esta sexta placa un tema de estudio, Imágenes paganas; pronto se volvió himno. Ese mismo fin de semana, otros platenses, Los Redonditos de Ricota se presentaron en Paladium. Un galpón de modestas dimensiones que desde Reconquista al 900 revolucionó el escenario under del Bajo porteño.
Son 36 años, 5 meses y 18 días los que separan esta Copa del Mundo de la gesta en México. Aquella selección al igual que la actual fue discutida en la previa. No solo un sector de la prensa criticó impiadosamente a Carlos Bilardo, sino que también una corriente opositora operó desde las entrañas del gobierno. El secretario de Deportes, Rodolfo O'Reilly, y su segundo, Osvaldo Otero; ambos con terminales en la hegemónica Coordinadora porteña, que se encontraba en pleno auge, cada cual, a su turno, pidieron la cabeza del DT. "Es una barbaridad inaceptable desde todo punto de vista. Bilardo sigue hasta el final, pase lo que pase", respondió, haciendo uso de su espalda, el titular de la AFA que frenó la avanzada destituyente. Golpe por golpe, el DT firmó contrato con un medio gráfico porteño líder donde publicó diariamente una columna de opinión.
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El gobierno enfrentó, en el mes anterior, otros fantasmas. Un atentado casi le costó la vida al presidente, el 19 de mayo en Córdoba. Una bomba estuvo a punto de estallar al paso del auto que debía transportar a Alfonsín. Nada de eso sucedió porque la policía cordobesa descubrió, minutos antes, un cable negro conectado a una bala de mortero calibre 120 mm con 2,5 kilos de dinamita adosados a dos panes de trotyl de 450 gramos cada uno. Los "copitos" modelo 86 facturaban, desde dentro de los cuarteles, su bronca por las condenas a las Juntas Militares.
La gestión alfonsinista no se amilanó y pidió, días después, la extradición del ex ministro José López Rega que estaba preso en Miami. Los fiscales Carlos Beraldi, Aníbal Ibarra, y Juan Carlos Rodríguez Basavilbaso viajaron, con la orden, en representación del gobierno argentino. En un vuelo de línea, flanqueado por tres comisarios de la Federal, El Brujo volvió al país esposado. Mientras, en la ciudad de Buenos Aires, murió Jorge Osinde, el temible secretario de Deportes del peronismo que lideró el enfrentamiento armado de junio de 1973 en Ezeiza, el día del regreso definitivo de Perón. Había una Argentina de la violencia que se iba desarticulando en democracia.
Los poderes corporativos resistían y velaban las armas. La Iglesia Católica, en esos días, comenzó su campaña contra los proyectos de ley del divorcio que avanzaban en el Congreso. Las encuestas hablaban de una amplia adhesión en las áreas metropolitanas, y algún diputado oficialista amenazó con plebiscitar su tratamiento. El peronismo, la democracia cristiana y el desarrollismo adhirieron a la primera movilización en rechazo, Córdoba fue la provincia elegida para iniciar el tour antidivorcio.
El 9 fue el único medio privado en la TV de la primavera democrática. Propiedad de un locutor y empresario de fina sintonía con el balbinismo, Alejandro Romay, fue líder de audiencia en esos años. Dos de sus mayores éxitos, Las mil y una de Sapag y Monumental Moria, trataron almibaradamente al presidente y su gabinete. Mario Castiglione, esposo y coequiper de la vedette en la noche del 9, terminó siendo un activo militante radical y amigo personal del propio Alfonsín.
Los cinco canales transmitieron la final desde las 15. Aún era habitual que el público siguiera enganchado a su emisora radial con la TV encendida sin volumen. Frente al liderazgo histórico de José María Muñoz, se desató la competencia con el binomio de la unidad nacional: el relator alfonsinista, Víctor Hugo Morales, y los comentarios del docente peronista, Julio Ricardo. "La unidad latinoamericana me parece poco creíble. Creo que hay un poco de ingenuidad en suponer que existe", declaró el conductor uruguayo que regresó defraudado por el esquivo apoyo del público local para la albiceleste.
"Sé que usted sabe cómo son las reglas de juego. Ha pasado de todo, hay buenas y hay malas, pero los resultados de este esfuerzo son insuperables", fue el mensaje de Alfonsín cuarenta y cinco minutos después del pitazo que decretó el final. Con pañuelo al cuello y campera de gamuza, el hombre fuerte de Chascomús, desde la Quinta de Olivos, formuló un sutil pedido de disculpas, en vivo, frente a los más de 60 puntos de rating que se quedaron a escuchar el ida y vuelta con el DT campeón. Mauro Viale y Oscar Gañete Blasco fueron mudos testigos del diálogo desde los estudios de ATC.
A esa misma hora, en México, salió del estadio el ministro de Salud y Acción Social, Conrado Storani, quien presenció el partido junto al presidente mexicano, Miguel de la Madrid Hurtado, el canciller de Alemania Federal, Helmut Kohl, y ciento veinte mil espectadores. El riocuartense aprovechó su posición protocolar de privilegio y se quedó conversando con Ricardo Bochini, su ídolo. No solo comulgaba políticamente con Alfonsín, sino que también comulgaba deportivamente, era fanático de Independiente.

"Bilardo perdonanos", fue el texto escueto que se leyó en el gigantesco cartel luminoso frente al Obelisco el mismo día de la final. A pesar del calor abrasador mexicano y esa sensación constante de falta de aire, catorce goles en 630 minutos jugados durante el transcurso de siete partidos dieron a la Argentina -por única vez, invicta- la Copa del Mundo de la 13ra. edición. La idolatría de la calle depositó su confianza en Diego Armando Maradona, los medios también. El reconocimiento global y "el barrilete cósmico", un guiño poético eternizado por el relato futbolístico, hicieron lo suyo.
En la región, la inestabilidad política en Perú se llevó las tapas de los matutinos porteños. Un fallido atentado contra el presidente Alan García, el primer aprista en llegar al poder, fue la señal de alarma. La sede de la embajada en la Av. del Libertador 1720 recibió centenares de militantes radicales, peronistas, intransigentes, comunistas, y socialistas, que se movilizaron en apoyo a la democracia peruana. Mientras, en España, Felipe González y el PSOE revalidaron su mayoría absoluta. La modernización socialdemócrata y europeísta vivía su apogeo.
El lunes, el plantel llegó a Ezeiza con la Copa, y miles fueron a recibirlos. Modestos minibuses trasladaron a los jugadores y el cuerpo técnico en medio del caos que impidió el contacto con la prensa. Seis horas demoraron en pisar la Rosada. El plantel ingresó por los portones traseros de la Casa de Gobierno. No eran tiempos de rejas ni calles peatonalizadas. En la Plaza de Mayo una multitud aguardó la salida de los campeones al balcón. Minutos antes, Alfonsín los recibió, los felicitó, tomó la Copa, sonrió, dijo algunas palabras de reconocimiento, y abandonó el salón. Ni se tentó, ni se asomó al balcón, Maradona debió abrirse paso en medio del tembladeral de gente que había logrado entrar a la Rosada, enarboló el trofeo junto a sus compañeros y el pueblo celebró viéndolos allí, donde quería verlos. Por fin, campeones en democracia.


