El kéfir es un fermento tradicional que cada vez llama más la atención, aunque los estudios en humanos aún son acotados, las primeras observaciones apuntan a efectos positivos en la regulación digestiva y la respuesta inmunitaria.
Publicaciones en revistas médicas lo describen como una matriz simbiótica dinámica capaz de interactuar con múltiples funciones del organismo. Durante la fermentación de azúcares, los gránulos de kéfir albergan bacterias lácticas y levaduras que producen ácido láctico, CO₂, etanol y diversos metabolitos activos.
Las dos variedades principales de kéfir
Por un lado, existe el kéfir de leche, similar al yogur. Este significa un importante aporte de proteínas, vitaminas B y K2, además de calcio y fósforo.
Por otro lado, el kéfir de agua se elabora de frutas y azúcar. Si bien mantiene los probióticos y compuestos bioactivos, se advierte que contiene menos proteínas y calorías.
Qué beneficios se le atribuyen
La evidencia disponible, basada sobre todo en modelos in vitro y animales, sugiere múltiples efectos potenciales. Entre los beneficios que suelen mencionarse figuran:
- Promueve la diversidad microbiana
- Alivia síntomas digestivos
- Refuerza las defensas
- Propiedades cicatrizantes
- Disminución del colesterol
- Regulación de la glucemia
- Efecto antihipertensivo y antiinflamatorio
- Mayor tolerancia a la lactosa
- Actividad antibacteriana
- Acción antioxidante y antialérgica
- Posible actividad anticancerígena
Cómo prepararlo y recomendaciones
El kéfir se prepara colocando los gránulos en leche o en agua azucarada y dejando fermentar entre 24 y 48 horas a temperatura ambiente; luego se cuela y se conserva el líquido refrigerado.
Para su elaboración casera se sugiere:
- Mantener cocina y manos con buen higiene.
- Solo usar elementos de vidrio o plástico previamente esterilizados.
- Evitar que entre en contacto con metales.
- No consumir más allá de 7 a 10 días.