La olla a presión del nuevo dólar intervenido

Por Laura García, editora de Finanzas.

En vez de articular soluciones a una situación, combaten una percepción, transformando esa situación en un problema. No tenías problema cambiario y lo generaste. No tenías problema monetario y lo generaste. No tenías problema de tasas y lo generaste, resumía este fin de semana un hombre fuerte de la city. Así están los ánimos en el mercado.
Parece que agarraron el manual de lo que hizo Venezuela y lo están aplicando acá. Cuanto más ahorques el flujo, más demanda y más inestabilidad generás. Esto es tapar el sol con la mano. Si no empiezan a operar orgánicamente, van a provocar efectos muy nocivos, decía otro hombre del mercado el domingo por la tarde con ruido de familia y pileta de fondo.
Tampoco faltaba ayer el que recordaba tiempos redradianos, con manejos de mercado mucho más afilados. Lo que hubiera hecho Redrado es llevar el dólar a $ 5. Entonces todos hubieran salido a comprar y a los dos minutos lo bajaba a 4,80. Y ahí nadie más te compra dólares. Con reservas como las que hay, un tipo con cintura le podría hacer ganar fortunas al Central, comentaba ofuscado un operador que pasó por varias.
El clima financiero se enrareció en los últimos días a una velocidad difícil de asimilar. Y que deja a la gente preguntándose qué pasó en una suerte de extraña resaca electoral. Con una política de dólar quieto en sus últimos estertores, los nuevos controles cambiarios no sólo niegan el fondo del problema la disyuntiva que hoy se plantea de dejar que el dólar se ponga al día o atacar la inflación sino que prometen exacerbar la ansiedad del público y el mismo apetito de dólares que se busca neutralizar.
Más allá de una necesaria vigilancia fiscal, estrangular artificialmente la demanda, advierten, puede generar un efecto de olla a presión. Una city intervenida y un dólar burocratizado difícilmente puedan hacer cambiar de opinión a los argentinos. Pero sí pueden darle un inoportuno envión al deterioro de las expectativas.
Se está optando por reprimir las consecuencias y no por revertir las causas, explicaba ayer Hernán Lacunza, ex gerente general del Banco Central. Según el economista, con medidas que buscan no sólo desalentar administrativamente la demanda sino también aumentar compulsivamente la oferta, se alimenta un vieja tradición de cambio de reglas de juego que daña los flujos de inversiones y que además puede gatillar comportamientos de dolarización preventiva de sectores que no descartan que pronto se irá por ellos.
Para entender cómo se generó esto hay que remontarse al momento en que el Central dejó de secar la plaza porque no se suscribían Lebac. Deberían haber subido la tasa para generar atractivo para los bancos pero no lo hicieron. En cambio, inyectaron plata que fue a consumo, inflación y demanda de moneda extranjera, decía ayer un banquero.
En todo caso, a esta altura, se ha logrado que mucha gente en la Argentina vuelva a preguntarse lo impensable. Dígame señorita usted que trabaja en un diario, ¿me conviene sacar la plata del banco?, disparó el tachero, un señor entrado en años con una colección de crisis sobre las espaldas.
Aún con Dilma tentada de devaluar y Europa atrapada en un limbo financiero, esta Argentina que acaba de reelegir a Cristina no debería dar cabida a esas angustias de otros tiempos. Ahí sí los desmanejos oficiales se vuelven bochornosos. Casi incomprensibles.

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